Vivir
la hora de Dios allí donde estemos y seamos lo que seamos, y aprendamos a ser
un regalo de Dios para los demás
1Juan 2, 12-17; Salmo 95; Lucas 2, 36-40
Dos personajes, por llamarlos de alguna
manera, nos aparecen hoy en esta página del evangelio, podríamos decir que en
los extremos del reloj de la vida. Un niño recién nacido que comienza el lento
caminar del reloj de su vida aunque será de suma trascendencia, que como nos
dice el evangelista iba creciendo y robusteciéndose lleno de sabiduría, y una
anciana que podríamos decir está en sus minutos finales, pues era de edad muy
avanzada, que sin embargo son para nosotros un hermoso signo y una llamada
importante a nuestro propio reloj y al recorrido que de la vida también
nosotros hemos de hacer.
Quienes hoy escuchamos esta Palabra de
Dios estamos en medio de ese camino, cada uno en su momento y en sus
circunstancias, un camino que tenemos que aprender a hacer, un camino que tiene
que convertirse en el camino de Dios en nuestra vida. Hemos de saber descubrir
esas señales de Dios que nos orientan, dan sentido y valor, nos hacen no solo
encontrarnos con nosotros mismos sino también al mismo tiempo salir al
encuentro de la vida y al encuentro de los demás.
Una anciana que aun no da por concluido
el camino de su vida es para nosotros una llamada; acudía al templo todos los
días, buscaba cómo mejor servir al Señor, pero su servicio también era para los
demás porque con todos iba compartiendo lo que eran sus vivencias. ‘Alababa
también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de
Jerusalén’. No podía ocultar su fe que la convertía en servicio para los
demás.
Siempre había algo que hacer. No era
una mujer que se quedara encerrada en si misma, una persona mayor que ya lo
daba todo por hecho, alguien que se cruzara de brazos simplemente viendo pasar
la vida. Le daba una intensidad a su vida, salía de si misma y hacía camino
pero también para ayudar a caminar a los demás. Cuantas veces nos quedamos como
paralizados porque pensamos que ya lo tenemos todo hecho, cuantas veces miramos
hacia atrás y damos por finalizados nuestros trabajos y nuestras tareas, porque
pensamos que ya hemos hecho lo suficiente en la vida. Siempre hay un nuevo paso
que dar, siempre hay una flor que ofrecer, siempre hay una palabra sabia que
regalar a quien está a nuestro lado que nuestros años nos han dado sabiduría
para eso.
Y como en contraposición contemplamos a
un niño recién nacido que crece y que madura, que va aprendiendo de la
sabiduría de la vida pone su vida en las manos de Dios. ‘Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad’, nos dice la escritura que fue la expresión a
su entrada en el mundo. Un niño que crece no son simplemente unos días o unos
años que van transcurriendo y que recorremos de forma pasiva. El niño abre sus
ojos lleno de curiosidad ante la vida que va apareciendo ante él; un niño
siempre es preguntón porque quiere saber, quiere conocer, quiere experimentar,
quiere tener vida.
Es importante que no dejemos a un lado
una buena actitud de nuestra vida, que salgamos de nuestras pasividades a las
que nos sentimos tentados desde las rutinas o las comodidades. Es importante
que no temamos el esfuerzo, el deseo de superación, las ganas de dar un paso
más para subir al siguiente escalón. Será así cómo iremos adquiriendo esa
sabiduría de la vida, será así como podremos ser un día un árbol que dé
hermosos frutos.
Y termina diciéndonos el evangelio que
‘la gracia de Dios estaba con El’. No nos faltará nunca ese regalo del amor de
Dios en nuestra vida. Seamos también por nuestras buenas actitudes un regalo de
Dios para los demás. Vivamos la hora de Dios allí donde estemos y seamos lo que
seamos.
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