Sagrada
Familia de Nazaret, espejo donde nos miremos para aprender a ser semillero de
vida y caldo de cultivo del amor, horno donde cocer nuestros mejores valores
familiares
Eclesiástico 3, 2-6. 12-14; Salmo 127;
Colosenses 3, 12-21; Lucas 2, 41-52
La pertenencia a una familia es algo
más que el hecho biológico de nacer de unos padres; la familia es un caldo de
cultivo de la germinación de una nueva vida en todos los sentidos, es un
semillero que hace germinar, pero también hace crecer y madurar la planta de la
vida en una mutua relación con la rodea creando las mejores condiciones para el
crecimiento y maduración, es el horno en el que se cuecen los mejores valores
para hacerles sacar los mejores sabores a la vida, es la mejor escuela para
aprender el sentido de la vida desde todo aquello que se vive en su entorno que
nos enseña y transmite la más profunda sabiduría que da sabor y sentido a la
existencia, y es hogar para aprender lo que es el amor y la unidad que se hace
comunión… así podríamos seguir desgranando imágenes que nos hablen de su
sentido y de su valor, de su razón de ser y de la luz para nuestra existencia.
Y ahí quiso nacer Dios hecho hombre;
cuando en su amor quiere Dios hacerse presente en la vida humana, el eterno
desde toda la eternidad quiere tener un principio y un inicio de vida humana
naciendo como hijo en el seno de una familia humana. Es la familia de Nazaret
formada por aquel matrimonio de José y María en la que quiso nacer y hacerse
hombre, con todo lo que significa no solo el nacimiento sino el hacerse hombre
como miembro de aquella familia. Es un misterio de Dios que solo en Dios
podemos encontrar y podemos descifrar, porque podríamos decir que no entraría
en nuestros razonamientos humanos. Así es el amor, que es la grandeza de Dios,
pero que se manifiesta así en la humildad de nuestra carne; quiere necesitar
ese caldo de cultivo, ese semillero y ese horno de vida, esa escuela y ese
hogar.
Es lo que ahora es este marco de la
Navidad nosotros estamos celebrando. No podía ser menos. Cuando contemplamos el
misterio de amor de Dios que se hace hombre, no solo miramos a Belén sino
miramos lo que fue aquella familia que se refugió en la gruta de Belén, miramos
lo que sería luego aquel hogar de Nazaret donde como el mismo evangelio hoy nos
dice aquel Niño que nosotros confesamos como Dios hecho hombre ‘iba
creciendo en edad, en estatura, en sabiduría y en gracia ante Dios y los
hombres’.
Queremos ver en aquel hogar y en
aquella familia de Nazaret, que nosotros llamamos Sagrada Familia, reflejadas
todas aquellas imágenes que al principio hacíamos desfilar en nuestra mente
como reflejo de aquella maravilla humana y podríamos decir también divina en la
que creció Jesús, el Hijo de Dios, que vimos nacer en Belén.
En los breves trazos que nos da el evangelio
en referencia a la infancia de Jesús podremos contemplar toda esa maravilla que
es toda familia humana y que bien se refleja allí en Nazaret, con sus problemas
y dificultades que no les faltaron como no faltan en nuestras familias –
pensamos en su emigración a Belén para el censo como en su destierro a Egipto
huyendo de Herodes, o en su caminar peregrina hasta establecerse de nuevo en Nazaret -, con los valores allí
cultivados que hacían también brillar todas las luces del amor, con las
expresiones de su religiosidad tanto en la subida al templo de Jerusalén para
la fiesta de la pascua como en la costumbre, como luego se reflejará en la vida
de Jesús y su presencia en otra ocasión en Nazaret, de la asistencia a la
sinagoga en el sábado para la escucha de la ley y los profetas.
Hoy nosotros queremos mirar a la
Sagrada Familia desde la realidad de nuestras familias en este mundo concreto
en el que vivimos, con sus alegrías y también con sus penas, con nuestras
luchas y nuestros esfuerzos de superación, con la trascendencia que le hemos de
dar a nuestra vida elevando siempre nuestro espíritu a metas altas y
espirituales, con la profundidad y la madurez que le queremos dar a nuestro
amor, con el cultivo de esos valores en ese semillero precioso de nuestros
hogares caldeando nuestro espíritu en el fuego del Divino espíritu, haciendo
crecer nuestra vida y llenándonos también de la Sabiduría del espíritu de Dios.
Fuertes, es cierto, son los vientos que
muchas veces soplan en contra y que quieren barrer muchos de esos valores que
nosotros consideramos tan necesarios, pero no nos podemos desalentar;
contemplamos a la sagrada Familia de Nazaret que también tuvo esos vientos en
contra pero que se dejó conducir como vemos en esa imagen tan preciosa de los
sueños de José que le hacían descubrir el misterio y la voluntad de Dios para
sus vidas.
Dejémonos conducir nosotros también,
abramos nuestro corazón al espíritu, no nos dejemos envolver por el
materialismo de la vida, busquemos siempre la verdadera sabiduría que nos da
esa madurez necesaria para afrontar las dificultades. Que el ejemplo de la
Sagrada Familia sea espejo en el que nos miremos. Dejémonos bendecir por Dios.
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