Somos Iglesia, no por las cosas buenas que hagamos, sino por la fe que tenemos en Jesús como nuestra única salvación, es nuestra identidad
Números 20, 1-13; Salmo 94; Mateo 16, 13-23
Tener claro quienes somos y a dónde vamos es algo que consideramos fundamental como persona, pero también como pueblo, como miembro de una comunidad, para manifestar claramente cuál es nuestra identidad, manifiesta nuestra madurez humana y también la grandeza que como pueblo tengamos, pero es algo que poco a poco vamos desarrollando, vamos haciendo crecer en nosotros, de tal manera que marcaremos nuestro sello personal, o como pueblo.
Quien anda por la vida sin saber bien quién es, y no se trata de nombre o identificaciones externas, camina como desorientado y sin rumbo, le faltarán metas en su vida, no encontrará valor a su existir, y así vemos a muchos desencantados, aburridos de la vida, sin saber qué rumbo tomar. Y lo vemos también como pueblo o miembros de una sociedad; hay pueblos que tiene muy clara su identidad, quizás se basan mucho en sus tradiciones que tratan de conservar, pero se nota en ellos una unidad en ese camino que quieren realizar; como también nos encontramos con pueblos que son como un aglomerado de personas, venidas quizás de acá o de allá, o quienes aunque nacidos en ese pueblo por diferencias y distanciamientos entre unos y otros no llegan a tener esa identidad.
Pueden parecer unas reflexiones meramente humanas o sociales, pero me las hago también desde lo que hoy nos aparece en el evangelio. Primero están las preguntas que Jesús les hace a los discípulos. ¿Qué piensa la gente o qué piensan ellos mismos de quién es Jesús? No es que Jesús no tenga clara cuál es su identidad y su misión, como vemos palpablemente a través de todo el evangelio, pero era necesario que quienes querían seguirle también tuvieran clara esa identidad de Jesús. No es lo mismo pensar que Jesús es un personaje histórico que tuvo su importancia y su influencia en un momento determinado, que descubrirlo como verdadero salvador, como Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación.
Claro que a los seguidores de Jesús, sus discípulos y cuantos se acercaban a Él para escucharle atraído por sus palabras pero también por los signos que manifestaba de algo nuevo, no lo tenían tan claro. Para algunos como Herodes era como una reencarnación de Juan a quien Herodes había mandado matar; mucha gente lo veía como un gran profeta, como aquellos grandes profetas que se mencionaban en las Escrituras, pero aún no habían dado el paso, no habían llegado a reconocer de verdad quién era Jesús.
Los propios discípulos, los apóstoles que formaban ya su grupo más cercano, se quedan perplejos con la pregunta de Jesús sobre todo cuando es dirigida directamente a ellos. Será Pedro el que se adelante a dar la respuesta. Merecerá incluso la alabanza de Jesús; pero también Jesús les dirá que aquello no es solo fruto de un descubrimiento propio, sino que allí estaba actuando el Espíritu de Dios, era el Padre quien lo había revelado en el corazón de Pedro. ‘Tú eres el Mesías, el Cristo, el Hijo del Dios vivo’.
Vienen luego las promesas de Jesús, la misión que le va a confiar a Pedro. Serás piedra – y está junto con la palabra y el nombre – sobre el que edificaré mi Iglesia. ¿Es solo una persona, por así decirlo, lo que va a ser el fundamento de esa Iglesia que nace? Todo arranca desde esa fe de Pedro que ha confesado a Jesús como el Hijo de Dios. Nuestra identidad como Iglesia no es pensar en una organización social con sus líderes o sus dirigentes desde unos planes o desde unas organizaciones. Cuando miramos a la Iglesia así, cuando trabajamos solo así desde la Iglesia nos quedamos en un pobre concepto de Iglesia. Es por lo que tantos hoy en nuestro mundo no terminan de entender el sentido y el valor de la Iglesia.
Cuando escuchábamos en meses pasados con motivo de la muerte del Papa y la elección del nuevo Papa los comentarios que se hacían desde muchos medios de comunicación social era para echarse a temblar, era para llorar por el pobre concepto que se tiene de la Iglesia. Claro que tenemos que plantearnos seriamente si es esa la imagen como iglesia damos los cristianos o el actuar de la misma Iglesia.
La Iglesia no la podemos entender sin relación a nuestra fe en Jesús. Esa es la piedra, ese es el fundamento sobre el que está fundada la Iglesia, aquella fe que proclamó tan acertadamente Pedro y que precisamente será luego su misión. ‘Cuando te recobres, le dirá Jesús, va a tener que alentar la fe de tus hermanos’.
Es lo que nos identifica como Iglesia que luego expresaremos en esa comunión que entre nosotros tiene que haber y que tenemos que saber mantener, la manifestaremos con nuestro compromiso por hacer un mundo mejor, la manifestaremos en todos esos gestos que tenemos que ir realizando desde nuestro amor para que el mundo crea. Pero no es solo hacer cosas, no es solo que digamos que tenemos que estar unidos y amarnos, no es solo que trabajemos por la paz y la justicia, es sobre todo la fe en Jesús que profesamos que será el fundamento, que será el motor de todo lo que luego tenemos que vivir.
¿A los que decimos que pertenecemos a la Iglesia, por decirlo de alguna manera, nos reconocerán en el mundo por nuestra fe en Jesús? ¿Es la buena nueva de Jesús que nos lleva a la fe lo que en verdad predica y transmite la Iglesia y los que en ella estamos?