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miércoles, 12 de noviembre de 2025

No tengamos miedo a decir gracias, tener una palabra de gratitud o un gesto de humildad y también de humanidad manifestando la grandeza de nuestro corazón

 


No tengamos miedo a decir gracias, tener una palabra de gratitud o un gesto de humildad y también de humanidad manifestando la grandeza de nuestro corazón

Sabiduría 6, 1-11; Salmo 81; Lucas 17,11-19

Hay gestos en la vida que a pesar de su simplicidad y sencillez sin embargo manifiestan en verdad nuestra grandeza y lo que son nuestros valores humanos. Una simple mirada de gratitud, una sencilla palabra como decir ‘gracias’, una sonrisa en la que hablan nuestros ojos sin necesidad de mediar palabra; un gesto de gratitud que es al mismo tiempo un gesto de humildad, porque cuando decimos gracias es porque sentimos en lo más hondo de nosotros mismos que no merecíamos aquello que con generosidad el otro nos ha ofrecido y de alguna manera nos sentimos en deuda; una palabra de gratitud no paga nada pero muestra nuestra humildad y nuestra humanidad.

Algunas veces nos cuesta decirla cuando nos quedan restos de orgullo y de amor propio, cuando aún mantenemos la autosuficiencia de que nos valemos por nosotros mismos sin necesidad de nadie y queremos seguir manteniendo las distancias porque nos creemos merecedores de todo. Y es algo tan sencillo de decir o de manifestar cuando de verdad somos humildes. Podemos ser muy cumplidores y hacer todas las cosas de la mejor manera que sabemos hacerlo, pero si nos falta esa humildad nos está faltando humanidad. Muchas cosas más podríamos seguir reflexionando hasta convencernos de verdad que tenemos que ser agradecidos y mostrarlo. Aprendamos a bajarnos de nuestros pedestales. A veces vamos tan engreídos que nos olvidamos o nos cuesta pronunciar esa palabra. Algunas veces es una cuenta que tenemos pendiente.

Es lo que hoy nos está enseñando el evangelio. Es el relato que se nos hace; mientras iban de camino en su subida a Jerusalén, en esta ocasión van atravesando Samaria, de lejos un grupo de leprosos que saben del paso de Jesús, sin atreverse a acercarse porque la ley se los impedía, gritan suplicando que Jesús tenga compasión de ellos. ¿Cuál va a ser la respuesta de Jesús? No es insensible Jesús al sufrimiento de los demás y los milagros son un signo de esa liberación que Jesús nos ofrece. Les envía para que se presenten a los sacerdotes que certificando su sanción les permitan volver a sus casas. Así estaba prescrito y es lo que Jesús les pide realizar.

Suponemos la alegría de poder volver a encontrarse con los suyos y la prontitud con que correrían para tener las correspondientes autorizaciones. Mientras van de camino se dan cuenta de que están curados. Están realizando lo prescrito en los protocolos correspondientes. Pero a uno de ellos no le preocupa ahora esos protocolos, se siente curado y sabe que es Jesús el que lo ha curado; para él es más importante en ese momento el volver atrás hasta donde está Jesús para decir gracias. Reconocían en su petición que Jesús podía hacer algo por ellos, reconoce ahora este hombre que verdaderamente Jesús ha hecho algo por ellos porque los ha curado. Viene a postrarse ante Jesús. ¿Y los otros nueve dónde están?

¿Dónde estamos nosotros?, sería la pregunta que tendríamos que hacernos. Sí, es nuestra gratitud a Dios de quien todo lo recibimos; así lo expresamos con nuestra fe, con nuestras súplicas y con nuestra acción de gracias. Esa tendría que ser nuestra auténtica oración, cada día, cada momento. Ese tendría que ser el sentido de nuestras celebraciones donde tendríamos que manifestar y cantar el gozo de la salvación que de Jesús recibimos. Pero ¿realmente son así nuestras celebraciones?

No es muchas veces la alegría lo que mejor expresamos de hecho en nuestras celebraciones que parecen aburridas en la mayoría de los casos y parece que estamos deseando que terminen para salirnos a irnos a nuestras cosas. ¿Acaso estamos realmente compartiendo con los que están con nosotros en la celebración esas cosas concretas por las que en ese momento damos gracias a Dios? Mucho tendríamos que revisar, un nuevo sentido de vida tendríamos que darle.

Pero no nos quedemos en eso, sino vayamos al día a día de nuestra vida, ahí en lo que son nuestras relaciones familiares, lo que es el trato con los amigos, lo que es la relación con los que estamos haciendo el mismo camino de la vida, vecinos, compañeros de trabajo, personas con las que nos cruzamos por la calle o compartimos un mismo transporte, ¿cuántas veces les decimos gracias? Y en cada uno de esos aspectos o situaciones seguro que tenemos muchos motivos para dar gracias, para ser agradecidos, para tener una palabra amable, para regalar el gesto de nuestra sonrisa. No vayamos de engreídos por la vida.


martes, 11 de noviembre de 2025

Demos gracias a Dios porque podemos por lo bueno que hacemos convertirnos en signos del amor de Dios alegrándonos del crecimiento de los demás

 


Demos gracias a Dios porque podemos por lo bueno que hacemos convertirnos en signos del amor de Dios alegrándonos del crecimiento de los demás

Sabiduría 2,23-3,9; Salmo 33; Lucas 17,7-10

Es cierto que humanamente nos gusta ser reconocidos y apreciados, que se tenga en cuenta lo que hacemos y sea valorado; y decir también que ésta ha de ser una buena actitud que nosotros tengamos hacia los demás, sepamos valorarlos, sepamos darle las gracias por lo que generosamente hacen por nosotros, por los favores recibidos o por los servicios que nos presten aunque sea desde la función que realizan en la vida; es cierto que una persona que como funcionario está realizando un trabajo en medio de la sociedad, sea un médico o un profesor, está trabajando en algún departamento o lleve una oficina de atención al público, lo hace porque es su obligación, es su trabajo, pero eso no es obstáculo para que nosotros cuando nos hacen ese servicio que es cierto que es su trabajo tengamos una palabra amable con esa persona y le demos las gracias. Nos gusta que sean agradables con nosotros, pero no siempre somos lo suficiente amables con aquellos que nos prestan un servicio.

Pero he comenzado hablando de que nos gusta ser reconocidos y apreciados, pero eso no significa que solamente hagamos las cosas buenas para colgarnos unas medallas, para que nos lo reconozcan, y si no lo hacen ya no quedamos contentos y va a ser luego motivo para no hacer cosas buenas por los demás. Es cierto que hay personas en la vida que van acumulando medallas de reconocimientos y diplomas de gratitud y parece que no hacen las cosas sino en búsqueda de esos méritos.

¿Cuáles han de ser nuestras motivaciones? Nuestra primera motivación tiene que ser el amor y el que ama se da, el que ama se hace servidor de los demos, el que ama busca hacer siempre el bien; es un amor que en fin de cuentas es reconocimiento del amor de Dios que nosotros sentimos; nos sentimos amados de Dios y nuestra respuesta no puede ser otra que la del amor.

Un amor que lo traslucimos en nuestra responsabilidad ante la vida, un amor que busca siempre la armonía y la buena convivencia, un amor que ofrecemos como la mejor contribución a hacer un mundo mejor. Un amor que nos lleva a construir el Reino de Dios sembrando, empedrando nuestro mundo de esos mejores valores de autenticidad, de búsqueda del bien, de generosidad y altruismo, de lucha por la verdad y la justicia, poniendo los mejores cimientos de la paz. Es lo que nos va enseñando Jesús en el evangelio. Como una semilla callada y que parece insignificante pero que va haciendo germinar de nueva vida nuestro mundo.

No vamos tocando campanillas para que sepan lo que estoy haciendo, no vamos haciendo ostentación de todo aquello con lo que contribuimos para hacer que nuestro mundo sea mejor, no buscamos la apariencia ni la vanidad; como nos dirá Jesús en otro momento que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha. Que nuestras obras sean siempre la búsqueda de la gloria de Dios.

Es lo que nos dice Jesús en el evangelio empleando una imagen muy propia de las costumbres de la época; por eso nos dice que aquel que ha estado todo el día en el campo con su trabajo, a la hora de llegar a casa ha de continuar con ese espíritu de servicio. Nos dice algo que nos puede dejar un tanto descolocados, pero tengamos en cuenta que emplea el lenguaje de su época, diciendo que el amo de casa no tiene que estar haciendo especiales reconocimientos, porque el siervo solo está haciendo lo que tiene que hacer.

Siervos en las manos del Señor tenemos que sentirnos, dándonos cuenta que nuestras manos, nuestras obras están prolongando esa obra de Dios para los demás, se están convirtiendo en signos del amor de Dios para todos. Y el sentir que el otro crece con nuestra ayuda o con nuestro servicio es la satisfacción que sentimos en nuestro interior y por lo que tenemos que dar gracias a Dios. ¿Nos alegraremos siempre nosotros del crecimiento de los demás quizás con la ayuda que nosotros podamos aportar? Demos gracias porque nosotros podemos convertirnos por lo bueno que hacemos en signos del amor de Dios para nuestro mundo.

 

lunes, 10 de noviembre de 2025

No es cuestión de arrancar moreras para plantarlas en el mar, sino de ese cambio profundo de nuestras actitudes interiores para saber escuchar y aceptar la palabra de Jesús

 



No es cuestión de arrancar moreras para plantarlas en el mal, sino de ese cambio profundo de nuestras actitudes interiores para saber escuchar y aceptar la palabra de Jesús

Sabiduría 1,1-7; Salmo 138; Lucas 17,1-6

Todos podemos ser pequeños en la vida, o todos tendríamos que tener en muchas ocasiones las actitudes o comportamiento de los pequeños; que no se trata solo de números o de cuestiones de edad, sino que, como decíamos, tendrían que ser nuestras actitudes, la simplicidad y sencillez con que vemos o con la que actuamos en la vida, la malicia que quitamos de nuestra visión de la vida y de las cosas, la apertura y confianza con que nos mostramos en nuestras relaciones.

Pero, ya sabemos, hay tantas cosas que nos quitan esa inocencia, que meten la desconfianza en el corazón, que nos hacen poner una pizca de malicia en lo que hacemos, o nos enturbian los ojos para verlo todo negro y con desconfianza; cuantas cosas que nos hacen daño, y que no son cuestiones solamente de índole sexual, sino que lo encontramos en la falta de rectitud en la administración de aquello que tenemos entre manos, la poca responsabilidad con que se asume las tareas de la vida, las influencias que se hacen sobre unos y otros para mover los hilos de los intereses particulares, la falta de transparencia con que se vive la vida y cómo se ocultan aquellas cosas que nos pueden perjudicar, las posturas exigentes sobre los que creemos más débiles mientras le pasamos todo a los que son de los nuestros, la poca sinceridad con que se viven las mutuas relaciones y la falta de comprensión con los débiles o los que van tropezando en la vida.

Son tantos los escándalos que vamos contemplando a diario en nuestra sociedad, son tantas las manipulaciones, es tanto el daño que nos hacemos mutuamente, porque quizás los que podrían influir en la mejora de nuestra sociedad son los van comportándose con esa falta de rectitud y de alguna manera están incidiendo para que los demás hagan lo mismo, caigan también por esa pendiente resbaladiza.

Como se suele decir, hoy en el evangelio Jesús pone el grito en el cielo. Lamenta Jesús esas actitudes y posturas, ese daño que nos hacemos los unos a los otros y del que no siempre somos ajenos o están lejos de nosotros. Jesús nos está señalando las buenas actitudes que tendríamos que tener los que queremos optar por el Reino de Dios. Curar esos daños pero también prevenirlos, hacer examen meticuloso de la vida y tratar de enderezar esos caminos que tantas veces se nos tuercen, mostrar lo que es la verdadera compasión nacida de la misericordia y ayudar a los que vemos que pueden tropezar en la vida para que encuentren esa fortaleza que necesitan.

Y nos habla Jesús del perdón y de la corrección; nos habla Jesús de que mantengamos esa sencillez y pureza de corazón porque de lo contrario estaríamos destruyéndonos los unos a los otros. Es lo que nos va enseñando Jesús, pero que tantas veces nos damos cuenta que nos cuesta. ¿Tendremos fe y fortaleza interior suficiente para caminar esos caminos de rectitud y no dejar que se enraicé el mal dentro de nosotros?

Los discípulos cercanos a Jesús se dan cuenta de lo que les cuesta y les parece que no tienen suficiente fe para actuar conforme a las palabras de Jesús. Por eso le piden, como un día le pidiera aquel padre que se veía impotente ante lo que tenía que hacer con su hijo, que les aumentara la fe. Ha de ser también nuestra oración, para que nuestros ojos se llenen de claridad y nuestro corazón camine con humildad, reconociendo también nuestra debilidad.

‘Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecerá’, les dice Jesús. No es cuestión de arrancar moreras para plantarlas en el mar, sino de ese cambio profundo de nuestras actitudes interiores para saber escuchar y aceptar la palabra de Jesús. ¿Seremos capaces?


domingo, 9 de noviembre de 2025

Damos gracias y pedimos a Dios por la Iglesia, dando testimonio de Iglesia con el compromiso de nuestra fe y amor siendo signo de comunión en medio del mundo

 


Damos gracias y pedimos a Dios por la Iglesia, dando testimonio de Iglesia con el compromiso de nuestra fe y amor siendo signo de comunión en medio del mundo

Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Salmo 45; 1Corintios 3,9-11.16-17; Juan 2,13-22

¿Agua de vida o agua de muerte? Ya sabemos que cuando las aguas corren sin control y todo lo anegan a su paso se pueden convertir en algo destructivo por los primeros efectos que van produciendo a su paso. No nos gustan las inundaciones, imágenes tenemos recientes en la retina o en el recuerdo de los daños causados en los grandes temporales cuando lo arrasan todo a su paso; pero bien sabemos que cuando aquel torrente de agua impetuosa que baja de la montaña arrasándolo todo llega a la placidez de la tierra llana, donde ha dejado atrás aquella impetuosidad de destrucción se pueden convertir en agua fecunda que llenará de vida nuestros campos y que incluso aquel limo que ha venido arrastrando ahora se convierte en algo así como abono que va llenando de nueva vida allá por donde pase; habrá un resurgir de la vida, habrá una nueva floración, podremos luego recoger frutos hermosos porque de alguna manera también ha servido de purificación.

Es la descripción hermosa que nos hace hoy el profeta de aquella agua que manaba del templo y que crece y crece en su fluir, pero allí por donde pasa hará resurgir la vida, como el mismo profeta nos describe en los árboles frutales de sus orillas rebosantes de frutos. Una referencia hermosa al río de gracia que en la Iglesia de Cristo encontramos y que a nosotros nos llena de vida.

Es el texto que hoy la liturgia nos propone en esta fiesta de la dedicación de la Catedral de Letrán. Decir que es la catedral del Roma, la sede del Papa, Obispo de Roma, y que tiene un hermoso significado para toda la Iglesia, que es por lo que hoy la celebramos prevaleciendo esta fiesta incluso sobre la liturgia del domingo. La Iglesia madre de todas las Iglesias como se la ha querido llamar que nos hace sentirnos hoy en comunión con la Iglesia universal y en comunión con el Papa. Nos coincide además en nuestra Iglesia española que celebramos también en este domingo el Día de la Iglesia Diocesana. Una motivación más para reavivar ese sentido eclesial de nuestra fe con todas sus consecuencias. En ese sentido van todas las lecturas de la Palabra de Dios que hoy nos ofrece la liturgia de este domingo.

Se nos habla de ese edificio, de ese templo de Dios que es Cristo mismo, como se nos señala en el evangelio. ‘Destruid este templo y en tres días lo reedificaré’, que replica Jesús a quienes le interrogaban sobre su autoridad para la purificación del templo que más que una casa de oración la habían convertido en una cueva de ladrones. Templo y edificio de Dios fundamentado sobre Cristo mismo, como nos dice el apóstol san Pablo, ‘Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo’, nos dice.

No es una iglesia edificada por hombres, sino que el constructor ha sido Cristo. Es su Evangelio, es la Palabra de salvación que nos llena de vida.

Y aquí recogemos esa hermosa imagen con la que comenzábamos nuestra reflexión y que nos ofrecía el profeta. Esa agua que mana debajo de las puertas del templo de Dios es imagen de ese río de gracia que en la Iglesia de Cristo encontramos. En ella tenemos la Palabra de Dios, en su ministerio recibimos la gracia de Dios por los Sacramentos, en ella nos sentimos ese edificio de Dios donde queremos construir nuestra vida y no solo de una forma individual sino en esa comunión de hermanos que formamos todos los que creemos en Jesús.

Es la Iglesia madre que nos acompaña en cada una de las situaciones de la vida, por muy difícil que sea el momento en que nos encontremos; es la Iglesia en la que nos sentimos acogidos porque en ella encontremos siempre la misericordia del Señor, pero que también se convierte para nosotros en fuego fundidor que nos purifica; es la Iglesia que como maestra nos enseña y nos recuerda una y otra vez las enseñanzas de Jesús que también nosotros hemos de anunciar con el testimonio de nuestra vida; es la Iglesia fuente de vida para nosotros que en la medida que con ella nos sintamos unidos a Jesús podremos llenar de fecundidad nuestra vida y dar los mejores frutos; es la Iglesia que desborda su amor sobre nosotros y sobre el mundo queriendo que todo se transforme en ese Reino de Dios que para nosotros es la Iglesia; es la Iglesia que se convierte en aliciente para nuestro camino en el ejemplo de sus mejores hijos y por eso veneramos a sus santos que nos han dejado las huellas de su vida para siguiendo su senda mejor nosotros encontrarnos con Cristo; es la Iglesia ese manantial de agua que nos llena de vida, ‘agua de vida’ que nos hace fecundos en el amor, y se convierte en fuerza y alimento para que demos los mejores frutos para nuestro mundo.

Hoy al sentirnos por una parte miembros de nuestra Iglesia local, nuestra diócesis, pero también en comunión con toda la Iglesia de Cristo al celebrar la dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán, Catedral del Papa, nos sentimos en comunión con nuestros pastores, nos sentimos en comunión eclesial que queremos expresar en todo el compromiso de nuestra fe que nos hace testigos y apóstoles del evangelio de Jesús. Damos gracias por la Iglesia, pedimos a Dios por la Iglesia, damos testimonio de nuestro sentido de Iglesia, y con el compromiso de nuestra fe y de nuestro amor queremos ser ese signo de Iglesia en medio de nuestro mundo.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Después de tantos esfuerzos que hacemos en la vida por lo material pensemos qué riqueza humana y espiritual quedará dentro de nosotros

 


Después de tantos esfuerzos que hacemos en la vida por lo material pensemos qué riqueza humana y espiritual quedará dentro de nosotros

 Romanos 16,3-9.16.22-27; Salmo 144; Lucas 16,9-15

No podemos andar distraídos por la vida y es que no podemos estar haciendo dos cosas al mismo tiempo y prestarle la misma atención. Te estoy oyendo, decimos mientras estamos entretenidos con el móvil; y luego nos preguntan, ¿y qué te estaba diciendo? Y ya no sabemos responder. Pongo este ejemplo que también nos vale como denuncia de cómo muchas veces le prestamos más atención a las cosas que a las personas, pero podríamos pensar en muchas más cosas.

¿Nos estaremos centrando en la vida de verdad en lo que vale la pena? Creo que es una pregunta muy importante, esencial me atrevo a decir, que tendríamos que hacernos muchas veces para no distraernos de nuestro camino, de nuestras metas, de lo que son los verdaderos ideales de nuestra vida. Muchas veces son cosas buenas también, o cosas que necesitamos utilizar en la vida en ese intercambio que hacemos entre unos y otros o en esas relaciones comerciales, digámoslo así, que hemos de mantener los unos con los otros. Pero no podemos convertir lo que realmente es secundario en lo fundamental, nos estaríamos creando dependencias, perderíamos el norte de la vida y de lo que hacemos. Tenemos que sabernos organizar, tenemos que saber buscar lo que es lo fundamental y poner las cosas en su sitio.

Hoy nos toca Jesús en el evangelio cosas que incluso nos duelen, que es nuestra relación con lo material, el lugar que ocupan en nuestra vida, y como estamos sabiendo utilizar esos medios materiales sin convertirlos en dios de nuestra vida. Sí, es tal la dependencia que nos creamos de esas cosas que las convertimos en nuestro dios. Miremos, si no, los afanes con que andamos por la vida, los afanes por nuestros trabajos o mejor aun por nuestras ganancias, porque con ello ya pensamos que conseguimos todo aquello que nos hace felices; pero quizás pronto nos daremos cuenta de que esas cosas que brillan pronto pasan y lo que dejan es un vacío en nuestro interior.

Eso no quita para en esas cosas, en esos medios materiales, obremos siempre con rectitud y seamos verdaderamente justos y responsables. Las palabras de Jesús que hoy escuchamos nos vienen en el evangelio inmediatamente después de la parábola del administrador injusto, en la que se alababa no su falta de honradez sino la habilidad que tuvo para corregir por un lago injusticias y por otra parte encontrar quien le quisiera acoger cuando a él le fueran las cosas mal.

Por eso nos dice hoy Jesús, ‘Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas’; y nos habla Jesús ser fiel en esas cosas que parece que tienen menor importancia, porque quien no sabe ser fiel y honrado en esas cosas tampoco lo será cuando tenga en su mano cosas importantes. ¿Seremos en verdad buenos administradores también de lo material que poseemos?

Aunque no podemos convertir en dioses de nuestra vida esas cosas materiales, nos viene a decir. ‘Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero’.

Como decíamos al principio que el dinero no nos distraiga, que lo material no nos absorba, que no nos sintamos atados y dependientes haciéndonos esclavos de las cosas materiales, de las riquezas, como también nos hacemos esclavos de nuestros prestigios y del poder o dominio que podamos ejercer sobre los demás; que no nos hagamos esclavos de nuestras vanidades construyendo nuestra vida solo sobre apariencias; si no ponemos verdaderos cimientos a nuestra vida ese edificio se nos derrumbará, que será el vacío que al final sentiremos en nuestro interior. ¿Merecerá la pena a lo que dedicamos nuestro tiempo y todos nuestros esfuerzos? ¿Qué riqueza humana y espiritual nos va a quedar en nuestro interior?

viernes, 7 de noviembre de 2025

Que no se diga que los hijos de las tinieblas con más sagaces que los hijos de la luz, con nosotros está la fuerza del Espíritu

 


Que no se diga que los hijos de las tinieblas con más sagaces que los hijos de la luz, con nosotros está la fuerza del Espíritu

Romanos 15,14-21; Salmo 97; Lucas 16,1-8

La vida nos mete en problemas de los que a veces no sabemos cómo salir. Quizás los errores que cometamos se van convirtiendo poco a poco en una cascada y bien sabemos que por la propia gravedad el discurrir de las aguas se vuelve torrencial y si nos vemos envueltos en una cascada luego no sabemos cómo salir; habrá que buscar argucias, tendremos que saber utilizar todo nuestro ingenio para encontrar salidas, para liberarnos de lo que puede convertirse en una espiral sin fin. Nuestros apetitos y nuestras ambiciones nos hicieron resbalar por esa pendiente que cada vez se vuelve más aguda y en consecuencia más peligrosa; utilizar argucias, como decíamos, no nos permite que nos dejemos arrastrar por esa espiral utilizando malos modos para liberarnos.

Es de lo que nos está hablando hoy Jesús con la parábola del evangelio. Un administrador injusto se veía arrastrado por la pendiente del mal en que se había metido cuando había obrado mal, cuando su ambición pudo más que su responsabilidad y que la rectitud que tenía que haber en su vida cuando habían confiado en él, y ahora estaba en un camino de perdición que iba a ser una ruina para su vida. Los prestigios de los que se había rodeado le hacían que fuera difícil bajar su orgullo. Por eso piensa que cuando se vea despedido no sabrá en qué trabajar porque en su vida ha dado golpe, y se daba cuenta de lo humillante que iba a ser para su vida el pedir limosna quien antes se había presentado en la vida eufórico en su poder.

Pretende arreglar los recibos de aquellos en los que había cargado las tintas en sus intereses haciendo lo que parecen rebajas, que son más bien un reconocimiento de lo que había hecho mal y que ahora como favor pretendía arreglar con aquellos deudores. ¿Se ganaría amigos así que lo acogieran cuando se viese desposeído de todo y en un estado de pobreza? Con esa visión quería hacerlo.

La parábola de entrada a todos nos desconcierta porque tenemos la tendencia de convertirla en relatos ejemplares, pero la mala administración no era precisamente un relato ejemplar. Hay un comentario al final que nos da la clave. El amó alabó a aquel hombre no porque hubiera obrado mal en la administración de sus bienes, sino por la astucia con que ahora actúa para encontrar en el futuro una salida de luz. Y ya nos dice Jesús al terminar de presentar la parábola que los hijos de este mundo son más astutos con sus obras que los hijos de la luz. ¿Haremos nosotros tanta propaganda de las cosas buenas, por ejemplo, del mensaje del evangelio como el mundo que vemos a nuestro alrededor hace de sus cosas?

Todo el mundo habla de sus planteamientos, de su ideología, de su manera de ver las cosas y de cómo quisieran que se hiciesen y además con su propaganda parece que trata de imponérnoslo porque si no hacemos como ellos es que no entendemos la vida, no queremos lo mejor para nuestra sociedad y no sé cuántas cosas más; y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Nos sentimos acobardados y con miedo de plantear nuestra verdad, nuestro punto de vista, la visión que nosotros como cristianos y desde la óptica del evangelio tenemos de todas esas cosas? Creo que nos falta arrojo y valentía, nos encerramos demasiado en nuestros círculos, allí donde nos parece que nos sentimos seguros, pero no nos lanzamos a hacer ese anuncio del Evangelio que un día Jesús nos confió.

¿Cómo estamos manifestando hoy en nuestro mundo la alegría de nuestra fe? ¿Cuál es el testimonio que estamos dando? Porque estamos llamados a ser testigos y los testigos no pueden callar ni ocultar lo que viven. Andamos los cristianos demasiado adormilados. Nos falta expresar el coraje del Espíritu que está en nosotros.


jueves, 6 de noviembre de 2025

La alegría de Dios es perdonar, que nos contagiemos de esa alegría del cielo en la búsqueda de la oveja perdida o la moneda extraviada

 


La alegría de Dios es perdonar, que nos contagiemos de esa alegría del cielo en la búsqueda de la oveja perdida o la moneda extraviada

Romanos 14, 7- 12; Salmo 26; Lucas 15, 1-10

Nos encontramos a aquella persona, ¿un amigo? ¿Un familiar?, revolviéndolo todo como un loco. ¿Qué buscas? ¿Qué has perdido? Algo muy importante para mi; y daba vueltas y vueltas. Ya lo encontrarás, le decíamos; ¿qué es eso tan importante? Algun recuerdo pensamos, alguna cosa que compró un día y que significa mucho para él; por más que le decimos que ya podrá comprar otras cosas, que nada merece tanto esfuerzo y tanta locura, él nos sigue diciendo que sí es muy importante para él porque es algo único. No lo entendemos quizás y lo dejamos con lo que consideramos sus locuras.

Es de la locura que nos está hablando el evangelio. La locura de amor de un Dios por nosotros que nos envió y entregó a su Hijo. No siempre llegamos a entender en toda su hondura las parábolas que nos propone Jesús. Nos parece que aquella moneda que perdió la mujer en su casa en fin de cuentas no es de tanto valor; o nos parece que una oveja entre cien no significa gran cosa como que el pastor arriesgue su vida descolgándose incluso por barrancos para ir en búsqueda de aquella oveja perdida.

Pero la moneda era única para aquella mujer que barría la casa por todas partes; la oveja era única aunque tuviera noventa y nueve más en el redil para aquel pastor que así con tanto afán va a buscarla. Por eso su alegría, tanto de la mujer cuando encuentra la moneda extraviada, como el pastor cuando encuentra la oveja perdida; llamará a sus amigos y vecinos para decirle que la ha encontrado. No olvidemos que somos únicos para Dios.

¿Qué nos está queriendo decir Jesús? Somos únicos para El y siempre querrá nuestra salvación. Nos ama con un amor único e irrepetible. Aunque seamos lo que seamos, aunque seamos los pecadores más horribles del mundo, Dios sigue amándonos y buscándonos, sigue ofreciéndonos su perdón y su amor, quiere cargarnos sobre sus hombros como hace el pastor con la oveja herida.

Aquí podríamos preguntarnos muchas cosas, empezando por si nos gozamos en esa búsqueda de Dios y en ese nuevo encuentro con El. El padre hace fiesta cuando le hijo que se ha marchado y gastado todo de mala manera vuelve a casa. ¿Nos sentimos nosotros disfrutando de esa fiesta del amor y del perdón del Señor? Aquí nos preguntaríamos con qué sentido de fiesta celebramos el sacramento de la reconciliación y del perdón. ¿Saldremos con cara de fiesta tras ese encuentro de perdón? ¿Nos sentimos en verdad amados del Señor?

Pero a partir de esta reflexión que nos hacemos en torno a estas parábolas muchas más cosas tendríamos que preguntarnos. La motivación directa podemos decir por la cual Jesús nos propone estas parábolas son las criticas y comentarios de algunos porque Jesús se mezcla con aquellos que consideraban pecadores; les parecía que Jesús tenía que mostrarse con otro talante de dignidad. Pero Jesús con estas parábolas nos está diciendo que El va allí donde se ha extraviado el pecador y nos invita además a que nos alegremos por esas ovejas extraviadas que vuelve a traer al redil.  ¿Serán esas nuestras actitudes? ¿Nos alegramos con el pecador arrepentido? ¿Sentimos que su gozo en el reencuentro con el Señor es también nuestro gozo? ¿Seremos capaces de copiar en nosotros la alegría del cielo por un pecador que se arrepiente como nos dice Jesús hoy en el evangelio?

Y nosotros que seguimos pensando que hay personas que ya no tienen remedio, que no tenemos que perder tiempo con ellos porque nada vamos a sacar en limpio, que están tan llenos de pecado que tienen como una coraza que ya no atravesará la gracia divina. Porque esas cosas las seguimos pensando, porque en esas discriminaciones andamos, porque cargamos al pecador con su culpa al que dejamos marcado para toda la vida. 

Qué lejos estamos a veces del espíritu del Evangelio. Pero no podemos olvidar que con nuestras actitudes y nuestra manera de acoger a los demás tenemos que ser signos de la misericordia de Dios para nuestro mundo. Sepamos disfrutar del amor del Señor que tan misericordioso es con nosotros y que esa sea la forma cómo nosotros nos manifestemos con los demás. No olvidemos que la alegría de Dios consiste en perdonar y esa debe ser siempre también nuestra alegría. Es la buena noticia que recibimos y la buena noticia, el evangelio, que hemos de trasmitir para transformar nuestro mundo.

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Ama y serás feliz, pero seamos conscientes de lo que en verdad nos exige el amor para que sea auténtico y con todas sus consecuencias

 


Ama y serás feliz, pero seamos conscientes de lo que en verdad nos exige el amor para que sea auténtico y con todas sus consecuencias

Romanos 13, 8-10; Salmo 111; Lucas 14, 25-33

Ya está todo hecho, ama y serás feliz. ¿Será verdad? ¿Será algo tan fácil? Bueno, son unas conclusiones que muchos sacamos de las palabras que escuchamos hoy en el evangelio, pero mira por donde no todos entendemos lo mismo ni todos hacemos lo mismo. Es el lema de muchos que viven a su aire, aunque tendríamos que preguntarnos qué es lo que realmente entienden por amor. ¿Se quedará solamente en una sensualidad o en la búsqueda de unas satisfacciones que a la larga se pudieran convertir en egoísta porque solo lo pienso para mí, para mis satisfacciones particulares?

Seguimos sin negar esa primera cosa que hemos dicho casi como una sentencia, pero no siempre vemos pronto esa felicidad por amar, porque hemos de entender todo su sentido desde lo más hondo que es amar. Porque tenemos que pensar en amor como una donación de nosotros mismos, podemos pensar en lo que eso significa de entrega de mi mismo, porque ya no solo puedo pensar en mi mismo sino en aquel que amo para quien quiero lo mejor, quiero siempre el bien; y no siempre será fácil, porque podemos encontrarnos de frente algo que no nos agrade demasiado, porque tenemos que pensar en un vaciarnos de nosotros mismos porque queremos dar desde nosotros mismos al otro. Y eso no siempre es fácil, cuesta realmente ese olvidarme de mi mismo para solo pensar en el bien de aquel a quien amo.

¿Seré en verdad feliz por amar? Creo que va a entenderse desde el sentido que le estoy dando a mi vida, y entonces aun en el sacrificio que tengo que hacer de mi mismo para amar me voy a sentir hondamente satisfecho. Estaremos entrando en esa órbita de felicidad que no son solo placeres sensuales, sino algo que llega, nace y se desarrolla en lo más profundo de mí ser.

Se suele decir que el amor no es exigente y es cierto porque a quien amamos no le exigimos, a quien amamos trataremos con la mayor delicadeza y atención, a quien amamos le estamos regalando de nuestra vida y nuestro ser. Pero el amor será exigente conmigo mismo. Nos pueden salir como retoños brotes de insolidaridad o de cansancio, desánimo porque no encontramos respuesta para aquello que estamos dando, lo cual estaría señalándonos una falta de generosidad por parte de nosotros mismos, nos puede rebrotar el orgullo o el amor propio que pueden hacerle perder el brillo y la belleza a ese amor. Y es ahí cuando tenemos que ser exigentes con nosotros mismos, para podar esos malos brotes, para arrancar esas viejas raíces que pueden quedar dentro de nosotros. Y eso cuesta y es doloroso. Pero no dejaremos de ser felices con aquella felicidad honda que estábamos buscando.

Es lo que nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio. Que no nos valen unos entusiasmos pasajeros. Cuántas veces en unos buenos momentos prometemos muchas cosas y que nos vamos a querer siempre y que no nos vamos a olvidar los unos de los otros y no sé cuantas cosas más. Pero pronto nos puede entrar la rutina de la vida y aquellos amores y entusiasmos se enfrían, decaen y terminan por morir. Cuántas amistades han comenzado con un entusiasmo rayano en la locura, pero con el tiempo se han difuminado y si acaso no se nos han vuelto en contra.

Seguía mucha gente a Jesús nos dice hoy el evangelista. Pero Jesús quiere dejar las cosas claras. Y habla de que seguirle no es cualquier cosa, nos habla de negación de nosotros mismos y de cruz, nos habla de hacer opciones serias y fundamentales en la vida de las que no nos podemos volver atrás; y nos dice Jesús que las cosas hay que pensarlas bien, como el que va a construir una torre que tiene que ver si será capaz de terminarla, o el rey que va a emprender una batalla y tiene que examinar con cuantas fuerzas cuenta para culminarla bien.

¿Seremos en verdad discípulos de Jesús? ¿Estamos al tanto de todo lo que nos exige el amor? ¿Llegaremos en verdad a ser felices? Yo creo que sí, que encontraremos la felicidad más honda.

martes, 4 de noviembre de 2025

Quiénes nos ven entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones noten en nosotros la alegría del encuentro con los demás porque nos sentimos comunidad

 


Quiénes nos ven entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones noten en nosotros la alegría del encuentro con los demás porque nos sentimos comunidad

Romanos 12, 5-16ª; Salmo 130;  Lucas 14, 15-24

Tenemos que vernos un día para comer juntos, nos dijo un amigo en alguna ocasión. Te vienes a casa que yo te invito y comemos juntos, y charlamos y pasamos la tarde juntos. Más de una vez quizás nos ha sucedido, pero no habrá sucedido también en más de una ocasión que ese día no ha llegado; no hemos terminado de poner de acuerdo, de que llegue esa ocasión. Quizás nuestras desganas, quizás porque decimos que tenemos tantas cosas que hacer que ni tenemos tiempo, quizás damos largas porque no me apetece, me parece un rollo, no siento que son tan amigos los que me invitan, quizás ando con suspicacias, y aparecen las disculpas, aparecen los despistes – porque cuando no tenemos ganas tenemos el arte de hacernos unos despistados – y no aprovechamos la ocasión para estar con esa persona, para compartir su mesa, para acercarnos un poco más a los demás.

Parece un rollo, pero es así cómo actuamos tantas veces. Y se convierte en una imagen de los intereses de nuestra vida, de la importancia que le damos nuestra relación con los demás, o podemos entrar en un estadio superior y podemos pensar en las invitaciones que recibimos de Dios a las que no hacemos caso tantas veces. Cuántas disculpas nos vamos dando, porque primero que nada tratamos de convencernos a nosotros mismos con esas disculpas, que son pasividades, que son cobardías, que son otros intereses que tenemos en la vida.

Hoy Jesús en el evangelio nos está proponiendo la parábola de los invitados a la boda, pero que rehusaron responder a la invitación. Quiere hablar Jesús del Reino de Dios y emplea la hermosa imagen de un banquete, como un banquete de bodas son sus fiestas y con sus alegrías, al que todos estamos invitados a participar y en el que todos podemos compartir la misma mesa; al final en aquel banquete no se sentaron los podía parecer que eran los invitados principales, sino que al final por el rechazo de algunos, fueron invitados todos los que encontraron en los caminos y la sala se llenó de comensales.

Es cierto que la parábola en una primera lectura está hablando de la situación de los judíos a los que se estaba anunciando el Reino de Dios, que lo rechazan, pero que al mismo tiempo aparece clara la voluntad de Dios de su universalidad.

También andamos tantas veces con nuestras malas voluntades; no siempre estamos dispuestos a escuchar esa invitación que nos está haciendo Jesús para que vivamos el sentido del Reino de Dios; ¿no queremos mezclarnos con todo el mundo? ¿Empezamos a resistirnos a participar de ese banquete del Reino porque Dios nos está pidiendo un corazón con mayor sentido de universalidad pero nosotros seguimos haciéndonos nuestras distinciones? Nos falta tantas veces ese sentido de fiesta y de comunidad; seguimos siendo cumplidores en muchas cosas pero no terminamos de ir al fondo de lo que es el mensaje de Jesús para vivir ese sentido de banquete y banquete festivo todo lo que sea encuentro entre cristianos.

Seguimos con nuestros individualismos en que cada uno va haciendo por si mismo lo que puede pero nos abrimos poco vivir esa comunión con los demás, para celebrar juntos nuestra fe, para juntos cantar con alegría y entusiasmo las alabanzas del Señor, para comenzar a colaborar los unos con los otros en esa tarea común del testimonio que hemos de dar de nuestra fe y de nuestro amor ante el mundo que nos rodea.

¿Quiénes nos ven, por ejemplo, entrar en nuestros templos para nuestras celebraciones litúrgicas notarán en nosotros esa alegría del encuentro con los demás que formamos la misma comunidad? Malamente nos damos los buenos días y cada uno entra por su carril buscando su banco de siempre sin importarle ni mucho ni poco los demás que están allí para una misma celebración. No damos la sensación de una comunidad que se ama y se alegra por encontrarse los unos con los otros sino que cada uno parece que vamos a cumplir con nuestro cupo.

¿Es así cómo damos testimonio del banquete del Reino de los cielos y de la alegría de ser invitados a él? ¿Daremos la impresión que vamos de mala gana porque solo vamos a cumplir? ¿No será una manera de no querer comer en ese banquete al que nos han invitado?

lunes, 3 de noviembre de 2025

A lo mejor tendríamos que pensarnos eso de invitar a los que nos pueden corresponder… pero estaríamos tan lejos del Reino de Dios

 


A lo mejor tendríamos que pensarnos eso de invitar a los que nos pueden corresponder… pero estaríamos tan lejos del Reino de Dios

Romanos 11,29-36; Salmo 68; Lucas 14,12-14

Todos de alguna manera estamos sometidos a ciertas connotaciones de la vida social que nos van haciendo hacer cosas que algunas veces pueden hasta en cierto modo perder su sentido. Es el montaje, por así decirlo, de nuestras relaciones sociales en que puede privar en ocasiones la vanidad o la hipocresía. Por supuesto que tenemos que mantener unas relaciones los más armoniosas posibles entre unos y otros, pero donde prime la sinceridad, la autenticidad, la veracidad en eso que llamamos amistad que no se puede quedar en bonitas formas, sino que tienen que nacer de algo más hondo dentro de nosotros mismos.

Te invito porque me invitas, soy amigos de mis amigos que decimos tantas veces, o te ayudo para que un día me eches tú una mano, con ese ni a misa porque no ayuda nunca a nadie; y buscando aquello que nos pueda dar buena sombra o mucho lustre, y entonces invitamos a los que a su vez nos invitan, sentamos a nuestra mesa a los que son los amigos de siempre, nos apartamos de aquellos que nos pueden parecer hoscos y desagradables, o de los que según nosotros no tienen buena fama y claro no nos queremos dejar ver con toda clase de gente, porque aquello de dime con quién andas y te diré quien eres. Pensemos con sinceridad a quienes queremos tener como amigos, quienes son los invitados habituales a nuestra mesa… y muchas cosas más que tendrían que hacernos pensar en este sentido.

Desconcertantes tenían que haber sonado en aquella ocasión las palabras de Jesús, como hoy escuchamos en el evangelio. La ocasión la dio un día que un fariseo lo invitó a su mesa y allí estaba rodeado de todos los principales de la ciudad a quienes aquel hombre acostumbraba a invitar. Había observado Jesús las triquiñuelas o las carreras de algunos por buscar sitios preferentes en la mesa. Todos querían estar en un sitio de honor. Entonces como los protocolos de ahora en el que el anfitrión señala el sitio y la mesa de cada uno, con un listado que tenemos que consultar o con una tarjetita con nuestro nombre en la mesa o en el plato y sitio que nos corresponde. Pero aun así con estos protocolos de hoy ¿no habremos escuchado a algún descontento que pensaba que lo iban a poner en una mesa mejor? No estamos tan lejos de las triquiñuelas de entonces.

Ahora Jesús deja caer como quien no quiere la cosa lo que tendría que ser el auténtico protocolo en la mesa del Reino de Dios.

¿A quien había anunciado el profeta como nos recordaría Jesús en la sinagoga de Nazaret quienes iban a ser los preferidos del Reino? El Espíritu del Señor lo había ungido y enviado a anunciar una buena nueva a los pobres, libertad para los oprimidos y salud y salvación para los lisiados, los ciegos y los leprosos.

Por eso no nos ha de extrañar lo que ahora Jesús nos dice. Y nos viene bien recordarlo textualmente. ‘Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos’.

        Ahí están con toda claridad las palabras de Jesús y no es necesario que nos hagamos más comentarios, en que fácilmente vendremos con nuestras sutilezas y distinciones. Así claramente como nos dice Jesús, ‘a los que no pueden pagarte, a los que no pueden corresponder… y será feliz’. Es una hermosa bienaventuranza la que nos está diciendo Jesús. ¿Seremos capaces de aceptar el reto? A lo mejor tenemos que pensárnoslo, porque nosotros habíamos preferido… porque claro la costumbre, lo que siempre se hace, las exigencias sociales… pero entonces estaríamos lejos del Reino de Dios.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Desde nuestra fe en Jesús la vida no se termina al pie de una tumba, porque estamos llamados, aunque humanos y limitados, a eternidad en el amor de Dios

 


Desde nuestra fe en Jesús la vida no se termina al pie de una tumba, porque estamos llamados, aunque humanos y limitados, a eternidad en el amor de Dios

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Salmo 24; Filipenses 3, 20-21; Juan 11, 17-27

Hoy es un día de recuerdos, de nostalgias, de memorias agradecidas, para algunos un día envuelto en la tristeza, otros sin embargo levantando la mirada hacia lo alto y con el brillo que da la esperanza en sus ojos, recordamos a los que con nosotros han sido, han hecho camino, a quienes le debemos la vida y lo que somos, a quienes nos unían fuertes lazos en el amor, de quienes mucho recibimos, o que pasaron quizás casi inadvertidos a nuestro lado pero alguna huella, algún perfume nos dejaron que ahora recordamos; un día para algunos como una loza pesada que cae sobre ellos, pero un día agradecido para otros porque siguen envueltos en ese suave perfume que dejaron en sus vidas.

Distintos planteamientos y diversas maneras de enfrentar la situación. Emoción en los recuerdos que hará brotar alguna lágrima furtiva, una flor que quiere ser ofrenda de amor en el recuerdo y quizás también acción de gracias por lo recibido de quienes ahora ya no están con nosotros, connivencias sociales a las que nos sometemos desde unas tradiciones y una cultura, angustia para otros ante lo inevitable de la muerte y lo doloroso de la separación que es como arrancarnos parte del alma, interrogantes que se plantean en lo hondo de nosotros mismos invitándonos a una reflexión sosegada sobre el sentido de la vida, desesperación para quien no le encuentra ningún sentido, pero apertura a la trascendencia de la vida para los que tenemos una fe y una esperanza.

Hoy es en cierto modo una conmemoración universal en el recuerdo de los difuntos pero a la que los cristianos queremos darle un sentido y valor muy especial. Nos pueden surgir todos esos planteamientos y maneras de enfrentar el hecho de la muerte, pero si en verdad somos creyentes y seguimos los pasos de Jesús todo ha de tener un sentido muy especial y muy lleno también de esperanza. Es la realidad de la vida que tiene sus pasos contados, aunque ninguno sabe cuántos son los pasos que ha de recorrer por lo incierto de la hora de la muerte.

Nuestra fe en Jesús nos enseña cómo la vida no se termina al pie de una tumba, porque estamos llamados, aunque seamos muy humanos y muy limitados, a eternidad. Quien se siente amado de Dios – y eso es algo fundamental de nuestra fe – se siente lleno de esa vida de Dios que entonces no tiene por qué acabarse en una tumba. Caminamos con ese deseo de vida sin fin, de vida en Dios y en esa esperanza le vamos dando trascendencia de eternidad a cuanto somos y a cuanto vivimos, porque en Dios todo ese amor alcanzará su plenitud total.

Por eso pensamos en vida eterna y en resurrección. Pero miramos y escuchamos a Jesús, revelación de Dios, Palabra eterna de Dios, que nos revela el misterio de Dios amor, pero que nos revela el misterio y la grandeza del ser humano. Y como nos enseña en el evangelio quien pone su fe en Él vivirá para siempre. Cuántas veces hemos escuchado esas palabras de Jesús a aquellas hermanas que lloraban la muerte de su hermano Lázaro. ‘Quien cree en mí tendrá vida para siempre’, nos viene a decir Jesús.

Por eso desde nuestro bautismo estamos viviendo ese misterio de muerte y resurrección pues queremos morir en Cristo para en Cristo vivir para siempre, como tan bien nos enseña el apóstol san Pablo en sus cartas. Es cierto que no siempre sabemos morir en Cristo, porque más bien muchas veces damos muerte a la vida con el pecado; pero confiamos en la misericordia de Dios y sentimos cómo Jesús desde su Cruz está tendiéndonos la mano para decirnos ‘levántate y anda’, cómo Jesús desde la cruz nos está enseñando en sentido de vida que solo alcanza plenitud en la entrega del amor. A Jesús no solo lo contemplamos muerto en la cruz, sino que lo sentimos resucitado, porque el amor de Dios permanece para siempre y si morimos con Cristo también resucitaremos con Él.

Es el sentido del camino de nuestra vida, que no nos hace temer la muerte, porque sabemos que estamos llamados a la vida para siempre. Sabemos que en ese juicio final no nos vamos a encontrar con un Dios justiciero sino con un Dios que es Padre y es amor; y por aquellas señales, aunque algunas veces fueran débiles, que dimos de amor en nuestra vida mientras caminamos en este mundo, nos va a decir ‘venid, benditos de mi Padre, porque estuve hambriento y me diste de comer, estuve sediento y me diste de ver, estuve enfermo, solo, o en la cárcel y viniste a estar conmigo’, en aquellos detalles de amor que realizamos – algo de eso habremos hecho alguna vez - a lo largo de la vida. Es nuestra esperanza y lo que nos hace confiar.

Es la esperanza llena de confianza con que hoy recordamos a todos los difuntos y que anima nuestra oración por ellos en este día de manera especial. Aunque surjan lágrimas en nuestros recuerdos o nostalgias tiene que brillar en este día la luz de la esperanza en nuestros ojos. No caben ya angustias, recorramos las huellas que nos dejaron, perfumemos nuestra vida con esos valores que nos transmitieron, sigamos sintiendo el calor de su amor en nuestros corazones, pero que todo esto nos impulse a que le demos ese sentido y valor de esperanza a cuanto hacemos en el camino de la vida.


sábado, 1 de noviembre de 2025

Con la celebración de todos los santos comprendamos que los cristianos no somos un desfile de tristes y amargados sino los que llevamos en nosotros la mejor alegría

 


Con la celebración de todos los santos comprendamos que los cristianos no somos un desfile de tristes y amargados sino los que llevamos en nosotros la mejor alegría

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Salmo 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

Pensemos en alguien a quien le va mal en la vida, que todo se le vuelve oscuridades con los problemas que se sobrevienen unos a otros, o simplemente miremos a nuestro alrededor y la situación por la que va pasando la sociedad en la que vivimos donde muchas veces parece que se ha perdido la esperanza y la ilusión, donde no sabemos a donde vamos a parar, o a donde nos llevan los derroteros por donde va el mundo de hoy, el escuchar en un momento determinado unas palabras que nos digan que hay salida, que las cosas pueden y van a cambiar, que no todo es tan negro como aparenta porque hay algunas señales de algo que puede ser distinto, parece que nos levantan los ánimos, despiertan esperanzas, nos sentimos impulsados a poner a caminar para encontrar esa luz, a luchar para que las cosas mejoren y cambien.

Algo así son las palabras que hoy escuchamos en el evangelio. Y no vamos a pensar, que también tenemos que hacerlo para verlo como ejemplo, de cómo se sentía aquella multitud al pie del monte cuando Jesús les dice que en la voluntad de Dios hay una buena noticia de un mundo nuevo que se puede construir, sino escuchándolas para nosotros mismos, en esa situación de nuestro mundo y nuestra sociedad como antes mencionábamos. Porque lo que escuchamos no lo podemos hacer como si fueran palabras bonitas para aquellas gentes en los tiempos de Jesús, sino que tenemos que escucharlas como una buena noticia que se nos da para los hombres y mujeres de hoy en este pleno siglo XXI.

Es posible ese Reino de Dios anunciado por Jesús en este día en que vivimos. Así tenemos que escuchar esa buena noticia del Evangelio. A los que hoy viven en el sufrimiento de sus carencias y necesidades, en medio de sus sufrimientos y no solo por las enfermedades que puedan padecer sino por esas otras cosas que angustian el corazón de los hombres y mujeres de hoy, por los que están luchando y les parece que sus luchas son ineficaces porque no terminamos de ver el albor de un mundo nuevo y mejor, por los que se sienten incomprendidos cuando quieren vivir con sinceridad sus vidas y quieren trabajar por un mundo mejor y más justo, necesitan escuchar estas palabras de Jesús; necesitamos escuchar estas palabras de Jesús.

Podemos comenzar a pregustar la dicha de un mundo mejor y con más paz, porque aunque algunas veces nos parezcan invisibles hay muchos que están queriendo vivir sin malicias ni desconfianzas, muchas personas que están poniendo la sinceridad de sus vidas en lo  que comparten generosamente con los demás, muchos que quieren ir sembrando buenas semillas cultivando unos valores que le dan una nueva trascendencia a la vida, muchos que viven son autenticidad su fe y se sienten comprometidos en el testimonio congruente que quieren ofrecer a los demás.

Si fuéramos capaces de abrir un poquito más los ojos sin dejar que se enturbien con malicias y malos deseos seguramente descubriremos ese mundo nuevo que calladamente esta germinando en torno nuestro. No ahoguemos nunca el más mínimo gesto de bondad que podamos descubrir en los demás porque serán brotes de algo nuevo que llenará de una nueva fecundidad a nuestro mundo.

Hoy la Iglesia está celebrando una fiesta que tiene mucha importancia para el camino que estamos haciendo pero que aunque sabemos que es la fiesta de todos los santos, o los vemos muy lejos de nuestras vidas o terminamos confundiendo la celebración de este día con la conmemoración que mañana dos de noviembre realiza la Iglesia. Cuando decimos todos los santos decimos todos aquellos que vivieron en sus vidas este mensaje de las bienaventuranzas que nos presenta el evangelio. Esa multitud innumerable, como nos decía el libro del Apocalipsis de todos aquellos que se han purificado en la Sangre del Cordero.

Pero ¿qué significa eso? Porque quisieron ser fieles a un camino de rectitud, de justicia y amor, no temieron pasar quizás desapercibidos por los demás o quizás muchas veces incomprendidos y hasta perseguidos, pero siguieron sembrando la semilla, siguieron plantando con esperanza, siguieron queriendo dejar tras si un rastro de amor que es el que en verdad está haciendo germinar a nuestro mundo.

Muchos han sido reconocidos por la heroicidad de sus virtudes y de su testimonio por la Iglesia y son los que llamamos santos porque así los ha declarado la Iglesia en lo que llamamos la canonización, incluirlos en el canon o catálogo de los santos, que viene a significar. Pero no solo a esos santos hoy celebramos sino a tantos anónimos con quienes quizás hemos compartido el camino en tantas personas cercanas a nosotros que vivieron ese camino de fidelidad.

Y pensar en ello pone una ilusión y una esperanza nueva en nuestros corazones, nos impulsa a seguir nosotros queriendo sembrar esa semilla, a seguir en nuestra lucha y nuestro testimonio aunque muchas veces nos cueste mucho. Es una fiesta que nos hace caminar con una nueva alegría, de la que tenemos que sentirnos todos contagiados para darle un nuevo rostro a la Iglesia.

Qué pena y qué lástima que muchas veces los cristianos parezcamos un desfile de personas tristes, amargadas y sin ilusión cuando somos las personas que tenemos las mejores razones para ir siempre cantando y contagiando nuestra alegría por los caminos de la vida. Con esta fiesta de todos los santos despertemos a esa alegría nueva y llena de vida.

viernes, 31 de octubre de 2025

Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros, nos dejamos ir por los carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario

 


Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros, nos dejamos ir por los carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario

Romanos 9,1-5; Salmo 147; Lucas 14,1-6

¿Cuáles son las cosas por las que en el día a día de nuestra vida somos capaces de dejarlo todo por conseguirlo? No quisiera que diéramos una respuesta, por así decirlo, de memoria, de libro de principios, porque en teoría podemos saber muchas cosas, pero quiero que pensemos miremos lo que son esas cosas que traemos entre manos todos los días. Seguro que cuando se tocan esas cosas que nos suenan en el bolsillo, cuando se trata de pérdidas o de ganancias en lo material y en lo económico ya sabemos por donde corremos.

¿Será la incongruencia en que vivimos? Parece como si estuviéramos divididos entre los valores materiales o ganancias que no queremos perder y lo que podríamos llamar principios fundamentales que quedan muy bien en el papel para ponerles incluso un marco muy bonito, pero que no es realmente por lo que más nos preocupamos.

Hoy nos dice el evangelista que cuando llegó Jesús a aquel lugar andaban al acecho, a ver lo que hacía. Y allí en medio de todos había un hombre enfermo que tenía que estar sufriendo mucho porque su enfermedad resulta hasta incómoda y molesta. Aquellos cumplidores a rajatabla de la ley de Moisés estaban pendientes de Jesús y era un sábado. ¿Qué haría Jesús? Lo que le dictaba el amor, era, por así decirlo, algo como espontáneo que se desprendía de Jesús. Curó a aquel hombre, dispuesto incluso a llevar con paciencia las impertinencias de aquellos cumplidores. Pero Jesús, por así decirlo, les tocó los bolsillos. Si un buey o un asno, les dice Jesús,  – tan importante para sus trabajos y para sus ganancias en consecuencia – se os cae en un pozo un sábado, ¿no os afanáis haciendo lo que sea para sacarlo y no perderlo? ¿Dónde se quedaba el cumplimiento de la ley y el descanso sabático?

Es importante que en la vida tengamos las cosas claras, no como fórmulas o protocolos que tengamos muy detallados en el cuadro de honor de nuestros principios, sino como algo de lo que estemos tan empapados que nos salga espontáneamente nuestro actuar. Cuando amamos de verdad no vamos a estar con la cinta métrica para ver hasta donde tenemos que llegar, aunque sea a lo mínimo, para no quedarnos cortos.

El amor no tiene medida, el que ama de verdad ama sin medida, no pide el carné de identidad a ver a quien tenemos que amar o las credenciales para saber si es digno de nuestro amor. Amamos y nos damos y no estamos mirando cuánto nos queda en el cesto para nosotros. No hacemos otra cosa que imitar a Jesús; no hacemos otras cosas que dejarnos ir por esos carriles del amor dispuestos a llegar hasta donde sea necesario. Es la humanidad que vamos poniendo en la vida.

Cuando nos ponemos a reflexionar sobre estas cosas muchos y dispares pueden ser los pensamientos que vienen a nuestra mente. Es fácil ponernos a ver las cosas negras y nos parezca que en el mundo de hoy se ha perdido toda sensibilidad, que todo es violencia y que nos inunda una ola de desamor. Hay nubarrones, no lo vamos a negar, pero también podemos advertir  que en ciertos sectores se está despertando una bonita sensibilidad, que vemos a muchos jóvenes que en su rebeldía están queriendo hacer algo nuevo y surgen grupos, asociaciones y movimientos que nos están haciendo un llamado continuamente a la solidaridad y a la justicia.

Muchos no parten quizás desde un compromiso de su fe, pero sí es cierto que quieren poner humanidad en la vida y en el mundo. Y tenemos que apreciarlo, y motivarlo, y ayudar a que crezca esa marea de solidaridad. Y ahí tenemos que estar nosotros los cristianos, los primeros, en primera fila, porque sabemos que son signos de algo bueno que va surgiendo en nuestro mundo y se pueden convertir con nuestra presencia en señales también del Reino de Dios para nuestro mundo.

No podemos quedarnos a la distancia y como espectadores; tenemos que ser actores también en esa nueva marea de solidaridad que puede ir surgiendo en nuestro entorno. Ahí tenemos que estar presentes, porque no podemos dejar que sigan muriendo tantos en la enfermedad de su vida, porque no hemos sabido nosotros acercarnos para poner nuestra mano para curar a ese mundo enfermo.