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sábado, 8 de marzo de 2025

La experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida porque nos sentimos realmente necesitados de esa misericordia nos hará sentir una paz y alegría bien distinta

 


La experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida porque nos sentimos realmente necesitados de esa misericordia nos hará sentir una paz y alegría bien distinta

Isaías 58, 9b-14; Salmo 85; Lucas 5, 27-32

El que se cree satisfecho de todo no se sentirá en la necesidad de pedir ayuda, quien cree tenerlo todo nunca se sentirá pobre para pedir remedio para una necesidad que cree no tener, quien va con el estómago lleno no sentirá hambre y no pedirá comida, quien se cree sabio – y mira que digo que se cree sabio, no que sea sabio – no dejará que nadie le enseñe y le abra a otras dimensiones. ¿Nos creeremos nosotros satisfechos de todo porque todo tenemos y tan saciados que no aspiremos a mejores alimentos?

Creo que esta es una dimensión en la que nos está haciendo pensar el evangelio hoy. Parte el evangelista del hecho de la llamada de Jesús a Leví, que estaba en su mostrador de impuestos y Jesús le invita a seguirle. La decisión de Jesús y la respuesta de Leví fue un motivo de gozo y de que este hombre hiciera un banquete con Jesús y sus discípulos pero también con sus antiguos amigos y compañeros de profesión.

Leví era publicano, recaudador de impuestos con todo lo que esa profesión llevaba parejo en el mundo económico, y lo mismo eran considerados los compañeros de profesión. Pero por una parte desde ser considerado un colaboracionista con los romanos que detentaban el poder y el peligro de la usura con todas sus variantes que acompañaba a esta profesión, por parte de los judíos de forma despreciativa los llamaban publicanos y pecadores. Los que se consideraban puritanos con ellos no querían tener ninguna relación.

De ahí surge el comentario que hacen los fariseos porque Jesús comía con publicanos y pecadores; son las suspicacias que pretenden sembrar en los discípulos con sus comentarios. Pero ¿necesitan de médico los que están o se consideran sanos? Es lo que Jesús en su respuesta quiere hacerles ver. El no ha venido para santificar a los que ya se consideran justos, Jesús ha venido como salvador para los pecadores. ‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan’.

Es lo que necesitamos reconocer. Hambrientos que tenemos hambre y pedimos qué comer. Pecadores que necesitamos de la misericordia y del perdón. Es algo primordial aunque sabemos que nos cuesta reconocer. Siempre decimos que no tenemos pecado, que no tenemos culpa; siempre buscamos una disculpa para nosotros y alguien a quien culpabilizar. Por ahí tenemos que comenzar. De lo contrario, ¿de qué es lo que nos vendría a salvar Jesús si lo proclamamos nuestro Salvador?

No pueden ser palabras que repetimos sin más como aprendidas de memoria. Lo decimos y repetimos una y mil veces pero en el fondo de nuestro corazón no nos sentimos necesitados de su gracia, de su misericordia y de su perdón. Es la rutina en la que vamos cayendo, es el formalismo con que hacemos las cosas, pero es la falta de sinceridad de nuestro corazón, pero porque no nos miramos nuestro corazón, no queremos reconocer nuestras debilidades.

Qué fácil es decir que vivimos en un mundo pecador, o con qué ligereza hablamos de los demás como pecadores que tienen que convertirse, pero no somos capaces de reconocer que somos nosotros los primeros que necesitamos esa conversión. Son pecadores los de fuera, los que no vienen, pensamos tantas veces, y nos parecemos a los fariseos que juzgaban a los demás porque eran pecadores y juzgaban a Jesús y sus discípulos porque comían con los pecadores.

En nuestras celebraciones litúrgicas muchas veces de una forma y de otra estamos diciendo ‘Señor, ten piedad… ten misericordia de nosotros… atiende nuestras súplicas…’ pero, ¿realmente nos estamos sintiendo pecadores necesitados de esa misericordia del Señor? Tenemos que ser más congruentes con las palabras que pronunciamos, ser más auténticos en las palabras que decimos.

Quien ha pasado por malas situaciones en la vida, quizás como consecuencia de sus errores y fallos, cuando ha encontrado comprensión y misericordia en los demás para perdonarnos y para aceptarnos, realmente se tiene que sentir transformado por esa experiencia de misericordia que ha sentido en su vida y todo a partir de entonces va a ser nuevo y distinto.

Vivamos con intensidad esa experiencia de la misericordia de Dios en nuestra vida, porque realmente nos sentimos necesitados de esa misericordia, y seguro que a partir de ese momento nuestra vida va a ser bien distinta, disfrutaremos de una paz nueva en el corazón, pero al mismos tiempo seremos capaces de regalar ternura y comprensión a los que caminan a nuestro lado en sus debilidades, porque débiles un día nos sentimos. Es lo que vivió Leví tras su encuentro con Jesús y por lo que hizo fiesta en aquel banquete en que invitaba a sus amigos.

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