Lo
que buscamos será siempre la gloria de Dios, lo demás se dará por añadidura y
no importa que algunas veces aparezcan las persecuciones, por encima de todo el
amor de Dios
Eclesiástico 35, 1-12; Salmo 49; Marcos
10,28-31
Siembra ahora para que un día puedas
cosechar. Es cierto, hemos de reconocer. Es lo que sucede en nuestros campos,
si no hacemos buena siempre y buen cultivo al final no podemos esperar una
buena cosecha; es lo que motiva nuestros esfuerzos y nuestros trabajos, la
obtención de unos beneficios, el desarrollo de una idea o de una tarea, lo que
podemos hacer para mejorar la vida; es, sí, la tarea de unos padres
responsables que educan y hacen todo lo que pueden por sus hijos para que
crezcan y maduren, llegan a desarrollar su personalidad y su vida y, como
solemos decir, sean unas personas de provecho; es lo que quiere hacer quien
trabaja por la sociedad, que lo considera como un servicio para hacer que esa
sociedad funcione, que nuestro mundo sea mejor.
Una buena interpretación de lo que decíamos
al principio, ‘siembra para que un día puedas cosechar’. Pero bien
sabemos que a esa frase o sentencia le damos también otras interpretaciones que
muchas veces encierran unos intereses de alguna manera egoístas, como siempre
son los intereses. Son, por ejemplo, los que van haciendo favores, pero que un
días pretenden cobrar, que nos sintamos eternamente agradecidos por lo que han
hecho por nosotros, pero que luego sepamos corresponder; detrás hay una cierta
manipulación que podíamos decir que llega a corrupción con lo que pretendemos
tener atados a nuestros intereses a aquellas personas a las que un día hicimos
un favor.
Reconozcamos que vemos demasiado de
esto en la sociedad donde vivimos; no siempre esas cosas buenas que podamos
hacer son fruto de la generosidad sino del interés, creando servilismos, un
clientelismo – podíamos decir así – en que queremos poco menos que convertir en
servidores nuestros a quienes un día hicimos un favor. No aparece la
generosidad y el desinterés, no aparece el verdadero amor, lo convertimos todo
en un mercantilismo donde siempre queremos estar cobrando aquello que un día
hicimos.
¿Será así cómo estamos haciendo con
Dios? Pensemos por ejemplo en esas oraciones muchas veces llenas de amargura
cuando los problemas nos aparecen por todas partes y nos decimos, nosotros que
siempre hemos sido buenos, ¿cómo es que Dios nos castiga? Dios tiene que
ayudarme porque yo he hecho tantas cosas buenas por la Iglesia… y hacemos toda
una lista – ¿de la compra? – con la que poco menos que queremos chantajear a
Dios para que nos ayude. ¿Qué es lo que realmente nos ha motivado? ¿Un amor
generoso y desinteresado o realmente le estamos pidiendo cuentas a Dios?
Tendríamos que pensar.
En el episodio de hoy del evangelio yo
quiero imaginar algo que no nos dice, pero ¿cómo sería la cara de Jesús ante
las exigencias de Pedro para ver cuánto iban a recibir ellos que lo habían
dejado todo por seguir a Jesús? ¿Seguían a Jesús realmente por amor al Reino de
Dios que Jesús anunciaba o pensaban – como tantas veces discutieron – qué lugar
iban ellos a ocupar en ese Reino que Jesús proclamaba?
Pero el corazón de Dios no se deja
ganar en generosidad, aunque nuestra generosidad vaya algunas veces de alguna
manera maleada. Jesús les dice que cien veces más, pero también les dice
‘con persecuciones’, pero les dice también que en la edad futura, la
vida eterna. Les recuerda también que ‘los últimos serán los primeros y los
primeros los últimos’, para que no olviden donde está su verdadera grandeza
y cual es el espíritu de servicio que tiene que guiar sus vidas.
¿Cuál es la cosecha que pretendemos un
día obtener de nuestra siembra y de nuestro cultivo? Creo que en la vida
tenemos que pensarnos muy bien cual es la cosecha que merece la pena y en la
generosidad con que siempre hemos de actuar buscando simplemente el bien y
dejándonos llevar por lo que nos dicte el amor.
Esto tiene que hacernos reflexionar
mucho también para los que trabajamos en la Iglesia, para los que nos sentimos
comprometidos por el evangelio. No lo hagamos nunca buscando compensaciones,
buscando agradecimientos y recompensas. Dejemos de ponernos lápidas y plaquitas
de reconocimientos de lo que hacemos, esas plaquitas que aparecen tantas veces
‘para eterna memoria’.
Lo que buscamos será siempre la gloria
de Dios. Busquemos el Reino de Dios y su justicia que lo demás se dará por
añadidura. No importa que algunas veces aparezcan las persecuciones. Por encima
de todo el amor de Dios.
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