Si
nos decimos cristianos, que sea pues el evangelio de Jesús el que empape
nuestra vida para resumar ese amor con que empapar nuestro mundo para hacerlo
mejor
Eclesiástico 27, 4-7; Salmo 91; 1Corintios
15, 54-58; Lucas 6, 39-45
Es cierto lo que nos dice Jesús en el
evangelio, y no podía ser menos; me refiero a esa imagen que emplea hoy del árbol,
sabemos que es un peral porque nos da peras, sabemos que es una higuera porque nos
da higos. ¿Qué clase de árbol somos? Nuestras palabras, lo que hacemos nos
define; y eso es importante, no porque digamos cosas bonitas de nosotros mismos
estamos definiendo lo que somos. Es la necesaria autenticidad de vida.
Es lo que nos está pidiendo hoy el
evangelio. Nos defraudan aquellos que hablan mucho y nada hacen; la pasividad
no es una buena muestra del sentido que le damos a la vida; pero más aun cuando
queremos dar una bonita imagen, pero por otra parte estamos haciendo lo
contrario de lo que decimos; es necesario que seamos en verdad congruentes
entre lo que decimos, lo que proclamamos a los cuatro vientos como normas o
como leyes que decimos que van a cambiar el rumbo de la vida y luego lo que
hacemos, unas veces tras el disimulo y la apariencia o abiertamente en contra
de aquello que hemos enseñado. Desgraciadamente entra en lo ordinario que
contemplamos en la vida; con sinceridad tenemos que reconocer que por nuestra
debilidad y flaqueza no siempre somos lo auténticos que tendríamos que ser.
El texto del evangelio que hoy se nos
ofrece puede parecernos como una recopilación de distintas sentencias de las
palabras de Jesús en distintos momentos pero que el evangelista nos presenta así
como un único discurso; pudiera parecernos incluso como si no hubiera autentica
conexión entre unas y otras pero siempre hemos de saber contemplar la unidad
del evangelio en su conjunto, porque es la buena noticia que Jesús nos esta
proclamando con sentido de nuestra vida cuando queremos vivir el Reino de Dios.
Nos hablará del ciego que no puede ser
guía de otro ciego, como del discípulo que primero tendrá que realizar su
aprendizaje antes de ser tenido como verdadero maestro; nos habla de las vigas
que dejamos meter en nuestros ojos que nos van a impedir tener la visión clara
tanto para nosotros seguir el camino como para poder ayudar a los demás; y nos
hablará finalmente con la imagen a la que hacíamos referencia al principio de
los frutos que ha de dar ese árbol de la vida, y que por los frutos, por lo que
hagamos se nos va a conocer y definir.
Hay todo un mensaje que nos está
pidiendo autenticidad y congruencia, de la rectitud que tiene que haber en
nuestro corazón para que en verdad seamos testimonio ante los demás. Esa
autenticidad será lo que hará creíble nuestro mensaje, nuestro testimonio. No
nos valen las apariencias ni las vanidades; siempre se ha dicho que más pronto
se coge a un mentiroso que a un cojo, porque al final la verdad resplandecerá y
si hay mentira en nuestra vida quedaremos desenmascarados y al descubierto.
Por eso hemos de cuidar tanto nuestro
interior; y ya nos dirá Jesús en otro momento que de nuestro interior, cuando
está podrido, saldrán todas nuestras maldades; no lo que entra por la boca,
sino de esa malicia que podamos llevar en nuestro interior. Nos dirá también
que no podemos ser sepulcros blanqueados, muy bonitos por fuera pero por
dentro, como es normal porque es un sepulcro, lleno de podredumbre. No podemos
ser ese sepulcro porque estemos guardando en nuestro interior todas esas
maldades.
Por eso, tenemos que sanarnos por
dentro, no dejemos que aquello desagradable que suceda en nuestro entorno nos
haga guardar malos recuerdos, nos haga guardar reticencias y odios mal curados,
nos haga guardar deseos de venganza y rencor, nos haga actuar de la misma
manera malvada e injusta que podamos ver en nuestro entorno contagiándonos de
ese mal.
¿Para qué guardar esa podredumbre en
nuestro corazón? Nos vamos enfermando en nuestro interior y nos vamos llenando
de muerte. ¿No decimos que no tenemos que dejar que nos contagien los virus que
nos contagiarían de enfermedad y nos pueden llevar a la muerte? Si así cuidamos
nuestro cuerpo, ¿por qué no cuidar nuestro espíritu? No nos dejemos enfermar,
vivamos sanamente en lo espiritual. Por eso nos decía Jesús que de lo que
rebosa de nuestro corazón habla la boca y que por el fruto se conoce al
árbol. Vayamos con mirada limpia, porque hemos limpiado el corazón, porque
no hemos dejado atravesadas las vigas de la maldad dentro de nosotros.
Hemos hablado de congruencia y de
autenticidad. Nos decimos cristianos, creyentes en Jesús, que sea pues el
evangelio de Jesús el que empape nuestra vida para que podamos resumar ese amor
con el que empapemos nuestro mundo para hacerlo mejor.
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