Buscamos
la felicidad o buscamos la vida eterna, una senda que hemos de emprender por el
camino de las bienaventuranzas para saber lo que buscamos
Eclesiástico 17, 24-29; Salmo 31; Marcos 10,
17-27
¿Qué tendría que hacer para ser feliz?
Me pueden decir que estoy cambiando la pregunta que le hace aquel joven a
Jesús, según nos cuenta el evangelio. Me atrevo a decir que en cierto modo no, porque tendríamos que
preguntarnos ¿qué significaría realmente para aquel joven lo de la vida eterna?
¿Qué podemos entender con una pregunta así en este mundo en que vivimos, que
podrá entender la gente que nos rodea?
Realmente tendríamos que decir que esa
es una prioridad muy importante en nosotros y en los que nos rodean; queremos
ser felices y daríamos lo que fuera por ser felices. ¿En qué ponemos esa
felicidad? Normalmente soñamos con tener, con tener de todo, sentirnos así
fuertes y poderosos para hacer lo que nos apetezca, rodearnos de comodidades,
sentirnos quizás por encima de los demás desde esa posición de poder que nos
pueda dar la riqueza o el dinero; poder divertirme y que nada nuble esa
diversión, aunque no siempre sea alegría en el fondo; porque todo parece que lo
hacemos desde el exterior y la vanidad de lo que luce externamente pareciera
que nos diera mucha satisfacciones.
¿Es esa nuestra manera de pensar?
Cuidado que aunque digamos que no todo ni siempre lo ponemos en esas cosas, sin
embargo nos sentimos tentados por esos sueños y ambiciones. Por eso nos cuesta
entender el evangelio de Jesús. Reconozcámoslo. Hay cosas que a veces no
entendemos, aunque no digamos nada; y todavía el mensaje de las
bienaventuranzas no termina de calar en nosotros, en nuestra forma de entender
la vida, en lo que hacemos o en lo que son nuestras prioridades.
Comentando este pasaje del evangelio
que hoy se nos ofrece, con esa petición de aquel joven la respuesta y el
diálogo con Jesús y lo que Jesús le propone con el abandono de quien primero
había venido tan entusiasmado, lo que tendríamos que comenzar a hacer es
escuchar aquella primera bienaventuranza del monte en la que Jesús dice que son
dichosos los pobres y de ellos es el Reino de los cielos. Claro que siempre
le damos muchas vueltas a esas palabras de Jesús para hacer nuestra
interpretación y nuestras rebajas.
Aquel joven que se acercó a Jesús con
tan buenos deseos y voluntad era una persona buena y cumplidora. Cuando Jesús
le habla de cumplir los mandamientos, él responde que eso lo ha cumplido desde
siempre. Pero Jesús propone algo más, algo que está en consonancia con aquella
primera bienaventuranza. ‘Una cosa te falta, le dice Jesús: anda,
vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y
luego ven y sígueme’.
Solo quien es capaz de desprenderse de
todo podrá entender lo que es el Reino de Dios. Quien es pobre quitando todo
apego de su vida podrá tener un corazón libre y liviano para emprender ese
camino del Reino de Dios. Es tener abiertas las puertas a otras riquezas que sí
van a dar plenitud a nuestra vida; es tener la libertad de emprender el camino
de otros valores que van a llenar la vida de sentido; es arrancar esos velos
que oscurecen los ojos del corazón para ver lo que verdaderamente es importante
en nuestra vida; es saber distinguir lo que es caduco y efímero para centrarnos
en lo que nos llene de plenitud y nos dé la verdadera felicidad; es no
quedarnos en esas cosas que nos entretienen y nos divierten, pero que no nos
están dando verdadera felicidad, porque como un fuego fatuo cuando se apagan se
quedan en nada.
Aquel joven se marchó muy triste porque
aun no había entendido verdaderamente lo que era la autentica felicidad, era
muy rico y su corazón tenía muchos apegos en cosas que se gastan y se quedan en
nada. Ya vemos las palabras que siguen de Jesús y la extrañeza de los discípulos
cercanos a Jesús. ‘Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más
fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en
el reino de Dios’.
Podrá parecer imposible, como
comentarán los discípulos, pero son cosas que no hemos de hacer a lo humano,
solo con nuestros parámetros y medidas humanas, sino que tenemos que hacerlo
desde Dios, desde el sentido de Dios. ‘Es imposible para los hombres, no
para Dios. Dios lo puede todo’. Con Dios todo es posible, por eso nuestra
mirada tiene que ser distinta, lo que por ese camino buscamos nos llevará a la
más plena felicidad.
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