Habremos
experimentado muchas veces la paz que sentimos en nuestro corazón cuando con
nuestras necesidades o nuestras angustias sabemos ponernos en las manos de Dios
Gálatas 3, 1-5; Sal: LC. 1, 69-70. 71-72.
73-75; Lucas 11, 5-13
Tenemos una
instancia que presentar ante un determinado organismo, hay algo que deseamos
pero que está en manos de otro el que se nos pueda conseguir, andamos
preocupados por la forma cómo vamos a presentar esa instancia, o cómo vamos a
hacer esa petición para que nos concedan aquello que tanto deseamos. ¿Cómo hacerlo?
¿A quien acudimos? ¿De quién nos valemos?
Cuando nos
vamos haciendo esta reflexión con estos presupuestos que hemos planteado parece
como si todo se dirigiera a organismos superiores a nosotros o a personas de
gran poder o influencia de quien pueda depender la solución a eso que
anhelamos; pero esto sucede también en cosas más cercanas a nosotros, como
pueda ser en el ámbito familiar, como pueda ser entre vecinos, compañeros de
trabajo o incluso amigos; ¿cómo hacemos para lograr de esa persona, familiar,
vecino, compañero o amigo, lo que deseamos? Si es algo que es importante para
nosotros seguro que hasta nos pondremos pesados en nuestras peticiones a fin de
poderlo lograr.
De esto nos
está hablando Jesús hoy en el evangelio pero en referencia lo que es nuestra
relación con Dios y lo que ha de ser nuestra oración. Por supuesto que con
corazón agradecido cuando nos acercamos a Dios en nuestra oración tendríamos
que comenzar con la alabanza y humildemente las muestras de agradecimiento a
Dios por cuanto nos regala comenzando por la vida misma. Pero conociendo el
corazón de Dios ¿a quién vamos a acudir en nuestras necesidades?
Somos pobres
ante Dios, de nada nos valen las autosuficiencias y los orgullos. Es más con
humildad tenemos que saber acercarnos a Dios; con humildad sí, pero no con
temor; con humildad pero con confianza; con humildad, es cierto, pero
dejándonos contagiar y envolver con su amor para ofrecerle también nosotros
nuestro amor aunque sea pequeño y lleno de debilidades; con humildad pero con
la certeza de que El nos escucha y siempre nos dará lo mejor que necesitamos,
mucho más y mejor incluso que lo que nosotros le vamos a pedir.
Nos habla
Jesús del amigo que con confianza porque es amigo, pero con insistencia y
perseverancia para hacerlo levantar incluso de la cama donde ya está
descansando, va a pedirle aquello que ahora necesita de forma perentoria. Es
aquello de la constancia de la viuda que pide justicia con insistencia y
perseverancia. Quiere el Señor que le pidamos aquello que necesitemos, pero
quiere que aprendamos a hacerlo porque nos dejemos conducir por el Espíritu
que, como nos dirá san Pablo, rugirá en nuestros corazones poniendo en nuestros
labios lo mejor que podamos pedirle al Señor.
Por eso nos dice hoy Jesús
tajantemente: ‘Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y
hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que
busca halla, y al que llama se le abre’.
No hemos de tener miedo, pues, de
pedir, de llamar, de buscar, de insistir en nuestra petición. Seremos
escuchamos, se nos dará cuanto necesitamos, encontraremos aquello que buscamos,
se nos abrirá la puerta del corazón de Dios para que entremos a morar en El. Es
lo que nos enseña Jesús con la formula de oración que nos propone, el
padrenuestro. Ahí están nuestras necesidades materiales – el pan de cada día –
como estará todo lo que necesitamos para tener paz en el corazón – perdón
recibido y otorgado -. Ahí está esa fuerza que necesitamos en el camino que nos
hace fuertes para superarnos y para crecer, para liberarnos de todo lo malo – líbranos
del todo mal y no nos dejes caer en la tentación - y para dejarnos inundar por
su amor – venga a nosotros tu reino -.
Seguro que lo habremos experimentado
muchas veces – tenemos que recordarlo saber dar gracias por ello - la paz que
sentimos en nuestro corazón cuando con nuestras necesidades o nuestras
angustias sabemos ponernos en la manos de Dios. Habrá una paz dentro de
nosotros que en ningún otro sitio podremos encontrar. No necesitamos otras
influencias porque sabemos que quien nos escucha es nuestro Padre.
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