Hagamos
vivo e intenso el camino de nuestra fe y seamos capaces de saborear la vida con
esa sabiduría nueva que nos da la fe
Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2Timoteo 1,
6-8. 13-14; Lucas 17, 5-10
Hacer un
camino es mucho más que recorrer un trayecto, y si es posible, en el menor
tiempo posible, para llegar a una meta. En nuestro mundo de prisas y de
carreras, nos valemos de los más medios posibles y hoy se nos ofrecen muchas
posibilidades técnicas, corremos de un lado para otro, queremos estar hoy aquí
y mañana en cualquier otro lugar pero haciendo muchos recorridos hacemos pocos
caminos. Cuántas veces nos sucede que habremos recorrido muchos sitios, pero no
hemos saboreado lo mejor de esos sitios –digamos incluso como ejemplo la comida
– y pocos recuerdos se mantengan en el alma de esos lugares recorridos.
El que hace
camino contempla, el que hace camino se encuentra, el que hace camino de verdad
descubre y aprende muchas cosas, el que hace camino saborea el lugar por donde
va pasando y la relación con las personas con las que se va encontrando, el que
hace camino se va empapando de una nueva sabiduría de la vida porque es capaz
de detenerse para contemplar, para encontrarse, para saborear. El que hace
camino también, y es importante, se encuentra consigo mismo pero no se encierra
sino que se abre a una nueva trascendencia que también le eleva.
No nos
quedemos en la imagen de un recorrido que podamos hacer por cualquier lugar de
donde al final saboreemos o no las características de ese lugar. Es una imagen
del camino de la vida que vamos haciendo cada día, donde en nuestras prisas o
nuestras superficialidades no llegamos a saborear lo que es la vida misma; nos
vamos muchas veces a lo que más pronto nos llama la atención, o nos quedamos en
el disfrute de placeres efímeros que no terminan de darnos honda felicidad.
Como
creyentes y cristianos también decimos que nuestra vida ha de ser un camino de
fe desde donde tenemos que saber encontrar ese sabor especial que tanto nos
eleva que incluso nos sobrenaturaliza. Es esa visión nueva que desde la fe
podemos encontrar para el sentido de la vida misma y de cuanto hacemos. Pero
entonces la fe no lo podemos entender como si de un sello o marca externa le
pongamos a la vida por algunos actos que en algún momento realizamos. Será
encontrar ese sentido nuevo, ese sabor nuevo que en cuanto hacemos tenemos que
encontrar.
No haremos
las cosas como quien quiera ir ganando puntos para poder tener al final una
recompensa que nos pueda garantizar un más allá feliz y dichoso. Cuando
actuamos solo desde un interés no disfrutaremos de aquello que hacemos o que
vivimos, no sabremos encontrarle un sentido a las cosas que tengamos que
realizar en nuestra vida de cada día, sino que casi las miramos como una
obligación que se convierte en un peso que nos oprime porque nos parece que
para conseguir esa recompensa final siempre tendríamos que estar renunciando a
otras cosas que de momentos nos podrían parecer más placenteras.
El
cumplimiento de nuestras obligaciones y responsabilidades no las tendríamos que
mirar como un peso insoportable que no nos queda más remedio que padecer, sino
que disfrutaríamos con ello porque le encontramos un sentido que nos enriquece
a nosotros y que enriquece también a los que servimos. Aquellos momentos duros
por los que tengamos que pasar en esos problemas con los que tengamos que
enfrentarnos en la vida, tratamos de vislumbrar siempre una luz, un sentido o
una palabra que a través de ello Dios nos estará queriendo decir. Las amarguras
no son tan amargas, porque siempre sentiremos la presencia y la gracia de Dios
que nos fortalece y pone esperanza en el corazón.
¿Estarían
vislumbrando muchas de estas cosas los discípulos cuando escuchaban a Jesús? Se
sienten, es cierto, débiles; muchas veces las cosas que Jesús les va enseñando
les parecen difíciles de asumir y no terminan de comprender, sienten que hay un
choque fuerte en sus vidas desde lo que son sus anhelos más humanos con ese
camino nuevo que Jesús les va ofreciendo, por eso le piden a Jesús con toda
intensidad. ‘Auméntanos la fe’.
Lo queremos
pedir nosotros también, porque nos sentimos tan envueltos y rodeados por tantas
cosas que se nos ofrecen de todos los lados, que muchas veces parece que se nos
hace difícil hacer ese camino de la fe. No terminamos de saborear la vida desde
ese sentido que Jesús nos ofrece. Nos parece muchas veces que nuestra fe es muy
débil y tenemos que encontrar la forma de fortalecerla. Jesús nos dice que si
fuera al menos como un grano de mostaza, seríamos capaces de hacer maravillas.
Hagamos,
pues, crecer, esa semilla de la fe en nuestros corazones, que sea en verdad la
sal de nuestra vida, la luz que nos ilumine, para que demos también ese sabor
no solo a nuestra vida sino a ese mundo que nos rodea; que seamos capaces de
contagiar de ese sabor, de iluminar con esa luz.
Hagamos vivo
e intenso el camino de nuestra fe y seamos capaces de saborear la vida con esa
sabiduría nueva que nos da la fe.
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