Humildes
y agradecidos reconozcamos la mano del Señor en nuestra vida aunque no seamos
siempre fieles, pero fiel es el amor de Dios que siempre nos escucha
Deuteronomio 8, 7-18; Sal: 1Crón 29;
2Corintios 5, 17-21; Mateo 7, 7-11
Aunque
sentenciamos muy bien diciendo que es de corazón noble el ser agradecido, sin
embargo hemos de reconocer que somos bien olvidadizos en la cuestión de
agradecimientos. Nos llega el momento de la prosperidad, cuando nos van todas
las cosas bien, y pronto olvidamos los momentos amargos que pasamos en la
escasez. No terminamos de aprender lecciones de la vida, porque esos momentos
difíciles por los que en algunas etapas de la vida tendrían que ser buenas
lecciones para que seamos humildes, pero también para que sepamos recordar y agradecer
esa mano que alguien nos echó para que pudiéramos salir adelante.
Y la vida
bien sabemos que en cierto modo es ondulante, que ahora podemos estar en lo
alto de la ola, o al menos podemos estar o vivir con cierta calma, pero ha
habido momentos en que la ola estaba sobre nosotros y andábamos hundidos
tratando de salir a flote; y esas cosas muchas veces se repiten. Tendríamos que
aprender de esos momentos de flaqueza y debilidad, porque somos limitados
porque ni somos perfectos ni todo nos sale siempre a la perfección.
Eso además
nos enseñaría a valorar más a las otras personas siendo también comprensivas de
sus situaciones como también tendría que movernos a que nos bajemos de los
pedestales en que muchas veces nos subimos para ponernos en verdad en la altura
de los demás para ayudarlos también a superar esas olas por las que puedan
estar pasando. Qué distintas serían nuestras relaciones, qué grado de humanidad
le daríamos a la vida, qué grandeza de espíritu entonces podríamos estar
manifestando.
¿Y donde
ponemos a Dios en todo esto? Porque no se trata de que ese lado humano de la
vida, con sus luchas y sus esfuerzos, con sus limitaciones y con nuestros
deseos de superación vaya realizándolo solo por nosotros mismos con la
autosuficiencia de todo lo podemos lograr por nosotros mismos sin contar con
ninguna ayuda. El verdadero creyente va a sentir junto a si, en toda esa tarea,
la presencia de Dios que camina a su lado y es su verdadera fuerza, cómo Dios
eleva espiritualmente para encontrar el más hondo sentido de nuestra
existencia. ¿Sabremos descubrir esa presencia de Dios en ese camino nuestro de
cada día?
La liturgia
quiere hacernos como un parón en este tiempo cuando, sobre todo en nuestro
hemisferio, estamos reiniciando de nuevo la diversas actividades de la vida,
siguiendo también el ritmo de la propia naturaleza con sus diversas estaciones
para que sepamos contar con esa presencia del Señor, sepamos darle gracia sobre
todo cuando en nuestras zonas es final de la recolección de la cosechas, o se
recomienza la actividad escolar y de muchas instituciones.
Son lo que
litúrgicamente se llaman las témporas de acción de gracias, de petición de
perdón y de oración para invocar y pedir esa gracia de Dios que necesitamos. Son
hermosos los textos de la Palabra que nos ofrece la liturgia desde recordarnos
lo que le día Moisés al pueblo judío para cuando se establecieran
definitivamente en la tierra prometida, que los momentos de fecundidad y
prosperidad que iban a vivir no les hiciera olvidar el camino del desierto que habían
recorrido, donde tanto le habían pedido a Dios su ayuda para hacer el camino.
Bien nos vale
recordarlo, para que seamos humildes y agradecidos, para que sepamos reconocer
los errores e infidelidades en que hayamos podido caer invocando la
misericordia del Señor, y para que sepamos pedir siempre con toda confianza,
sabiendo que el Señor está a nuestro lado y siempre nos escucha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario