Aprendamos
a sentarnos a escuchar apagando los móviles de nuestros ruidos para prestar
atención al otro, para prestar atención a Dios
Gálatas 1, 13-24; Sal 138; Lucas 10, 38-42
Sentarnos a
escuchar; qué cosa más hermosa; aunque hoy parece que estamos más preocupados
por escuchar a los que están lejos que a los que están a nuestro lado. Qué
hermoso si contemplamos una escena, donde sea, ya en casa o en el banco de un
parque, donde la gente habla entre sí, y tenemos que decir, siendo también
capaces de dejar los móviles a un lado para escuchar al que está a nuestro
lado. Cuanto cuesta eso hoy en la nueva cultura que estamos introduciendo, en
las nuevas costumbres que vamos implantando.
Por eso es
idílica la imagen que nos presenta hoy el evangelio. Unos caminantes que suben
a Jerusalén y que tras la larga subida desde el Jordán – son kilómetros
extensos y fatigosos en la cercanía de lugares desérticos – que se encuentran
un patio acogedor, unas puertas abiertas y un hogar en que son bien recibidos.
Aunque en este texto del evangelio no se menciona que sea Betania por el
paralelismo y correspondencia con el texto de otro evangelio se tratará de ese
lugar, ya en las cercanías de Jerusalén. Jesús y sus discípulos que suben a
Jerusalén son acogidos por aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro en este
gesto de hospitalidad tan hermoso.
Hoy
sobresalen o se mencionan especialmente a Marta y a María. Ansiosa una, Marta,
por tener todo lo necesario para la acogida de aquellos huéspedes se afana en
los intensos preparativos, mientras María se sienta como una discípula a los
pies de Jesús para escucharle, lo que motivará los reclamos de su hermana.
Nada quiere María que la distraiga de la escucha de la conversación de Jesús por está allí absorta despreocupándose de otras tareas propias de los gestos de la hospitalidad de lo que se ocupa su hermana. Jesús dice que ha escogido la mejor parte, como respuesta a los reclamos de Marta. Está en eso tan importante que tenemos que aprender a hacer. Escuchar.
También vamos
muchas veces locos en nuestras carreras por la vida, porque tenemos tantas
cosas que hacer y no nos paramos a escuchar. Tenemos el peligro de pasar de
largo ante la vida de las otras personas. Siempre hemos recalcado mucho lo de
pasar de largo de aquel sacerdote y aquel levita de la parábola y no se
detuvieron a fijarse en el hombre mal herido a la orilla del camino. Pero eso
nos sigue sucediendo de mil maneras. Nuestras puertas siguen demasiado cerradas
con nuestros miedos o con nuestros prejuicios. Pasamos por una calle y raro es
que veamos una puerta o una ventana abierta, a alguien a la puerta que nos
salude con una sonrisa y nos invite a pasar, o asomados a la ventana aunque sea
para darnos los buenos días.
De muchas
maneras vamos por la vida con las puertas cerradas pasando de largo porque
vamos entretenidos con nuestros móviles para hablar con alguien al otro lado
del mundo – y no digo que sea malo – pero no somos capaces de fijarnos y
saludar al que pasa a nuestro lado, para estar atento a sus problemas, para escuchar
sus angustias, para acompañar en sus soledades.
Es la soledad
de las personas mayores que ya se han quedado en casa por sus dificultades de
movilidad y sus hijos están en otro lugar en sus quehaceres, pero es la soledad
también del que nadie escucha, del que tiene una necesidad y nadie le presta
atención, de aquel a quien nunca le hacemos una llamada para al menos
preguntarle cómo está o qué necesita, es la soledad de los que estando quizá
juntos se encuentran tan lejos los unos de los otros porque como hemos dicho
preferimos conectarnos con el que está lejos que interesarnos por el que está a
nuestro lado.
Es quizá
también la soledad en la que nosotros mismos nos hemos metido porque nos
encerramos en nosotros mismos, porque rehuimos la comunicación y el compartir
lo que sentimos o lo que vivimos. ¿A quien le has contado tus últimas
preocupaciones? Quizás tendrías que preguntártelo para darte cuenta bien de cuáles
son los abismos de incomunicación en que te has metido.
María de
Betania se sentó a los pies de Jesús para escucharle. ¿Nos sentamos nosotros a
los pies de Jesús para escucharle haciendo silencio en nuestro corazón? Dios
sabemos que siempre nos escucha, aunque algunas veces podamos decir lo
contrario, pero nosotros ¿siempre escuchamos a Dios? ¿Cómo tendría que ser hoy
ese sentarse a los pies de Jesús para escucharle?
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