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lunes, 3 de octubre de 2022

Nos tenemos que preguntar no solo quien es el prójimo sino como nosotros nos comportamos como prójimos con los que nos cruzamos en los caminos

 


Nos tenemos que preguntar no solo quien es el prójimo sino como nosotros nos comportamos como prójimos con los que nos cruzamos en los caminos

Gálatas 1,6-12; Sal 110; Lucas 10,25-37

El propio significado de la palabra lo dice, prójimo es el que está cerca, el próximo, el que está al lado y parece que no tiene mucha complicación su interpretación. Pero claro, nosotros consideramos próximos a nosotros a los que son de los nuestros, a nuestros familiares, a nuestros amigos, a aquellas personas con las que habitualmente nos relacionamos y mantenemos una buena relación; estaríamos hablando de una cercanía por la sintonía familiar o de amistad que mantengamos con esa persona. Pero ¿no nos estará sucediendo que incluso aquellos que físicamente están cercanos a nosotros en esa otra sintonía los estaremos poniendo lejos?

Creo que esto es lo que nos está planteando Jesús. Vayamos por partes. Un letrado, un maestro de la ley se ha acercado a Jesús para preguntar por lo que tiene que hacer para heredar la vida eterna; Jesús le responde haciendo que recuerde qué es lo que dice la ley de Moisés, cuales son los mandamientos. ‘¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?’ a lo que aquel letrado no le quedará más remedio que responder con aquello que todo buen judío se sabia de memoria, que era el mandamiento principal que hablaba del amor a Dios sobre todas las cosas y del amor al prójimo.

Y es aquí cuando comienzan los cuestionamientos. Aquel hombre pregunta ‘¿quién es mi prójimo?’ Jesús le responderá con la parábola que todos conocemos, la hemos escuchado muchas veces y nos hemos repetido hasta la saciedad en comentarios. Un hombre malherido al ser asaltado por unos ladrones que queda tirado a la orilla del camino. ¿Está vivo? ¿Está muerto? Un problema para aquel sacerdote y para aquel servidor del templo, que si llegaban a tocar un muerto quedarían impuros y eso les incapacitaría para el servicio del templo hasta que hicieran la correspondiente purificación. Era la ley de Moisés que en esos aspectos tan escrupulosamente querían cumplir. Por eso dan un rodeo. Como para no ver al herido.

Pero alguien más va por el camino. Estamos en la tierra de Judá, entre Jerusalén y Jericó, pero quien viene ahora por el camino no es un judío, sino un hombre de Samaria. Bien conocida es la rivalidad entre judíos y samaritanos, y como estos eran mal vistos por los judíos, porque los consideraban como unos herejes al haberse construido otro templo en el Garizín. Pero este hombre sí se detiene junto al herido, lo cura, lo monta en su cabalgadura y lo lleva a una posada donde lo terminen de curar desprendiéndose de lo que fuera necesario para que aquel hombre se recuperara.

Y es ahora cuando Jesús hace la pregunta al letrado pero dándole la vuelta a lo que éste antes había preguntado. No pregunta Jesús quien es el prójimo, sino quien se portó como prójimo, quién se hizo cercano, quien no midió distancias ni afectos ni amistades, quien se bajó de la cabalgadura para curar y para ceder puesto, pues en esa cabalgadura sin más miramientos montó al herido para llevarlo a la posada.

Y es la pregunta que nos late también a nosotros en lo más hondo de nosotros mismos. ¿Cuándo nos portamos como prójimos? ¿Con quien nos portamos como prójimos? ¿Será solo aquello de que yo soy amigo de mis amigos y con ellos me porto bien? ¿Será aquello de que yo te ayudo hoy porque tú me ayudaste ayer o para que me ayudes mañana? ¿Habremos convertido la ayuda o el servicio que les prestamos a los demás en algo así como una compraventa, porque yo te doy para que tú me des?

Mucho tiene que hacernos pensar. Mucho tiene que hacernos reflexionar sobre la manera como vamos caminando por la vida. Mucho tenemos que abrir los ojos, pero abrir también el corazón para comenzar a ver con una mirada distinta a tantos con los que nos cruzamos en los caminos y a los que ni miramos ni somos capaces de regalarles una sonrisa. Reconozcamos que cuesta.

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