María,
la agraciada del Señor, es regalada con una presencia especial de Dios en su
vida, con una disponibilidad como la de María merezcamos ser también esos
agraciados de Dios
Zacarías 2, 14-17; Sal.: Lc. 1, 46b-55;
Lucas 1, 26-38
‘El ángel,
entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo… has encontrado gracia ante Dios…’ Es lo que nos relata hoy el evangelio y que
tantas veces hemos escuchado y meditado. Es el saludo del ángel, pero también
la réplica que le hace porque María se siente turbada ante la presencia del
ángel y sus palabras meditando lo que el ángel quería decirle.
Podríamos
decir que el ángel que viene de parte de Dios con un mensaje claro para María
al entrar en la presencia de María se encuentra con Dios. Eres ‘la llena de
gracia, el Señor está contigo… has encontrado gracia ante Dios’. Dios que
estaba en María y que ahora de una manera especial iba a hacerle sentir más
fuerte su presencia. Es la agraciada del Señor, es la regalada de Dios, porque
Dios en ella en especial se complace. Va a ser la Madre de Dios, ‘el santo
que va a nacer se llamará Hijo de Dios’.
‘Alégrate y goza, Sión, pues voy a
habitar en medio de ti…’ había
anunciado el profeta. También proféticamente el anciano Zacarías en el
nacimiento del bautista iba a bendecir a Dios, ‘porque ha visitado a su
pueblo suscitándonos una fuerza de salvación… según lo había predicho por boca
de sus santos profetas… y por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos
visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’.
Se está realizando en María. Es Dios que viene a visitar a su pueblo, Dios que
se hace presente entre nosotros, el Emmanuel, Dios con nosotros.
María se deja llenar por esa gracia de
Dios. Se siente en su humildad sorprendida por los anuncios y por las palabras
del ángel, pero es que María se había dejado hacer por Dios. Es la
disponibilidad de su vida lo que hace posible esa presencia de Dios en ella.
Dios, es cierto, quiere estar con nosotros, pero Dios quiere contar con
nosotros. Es lo que ahora está haciendo con esta embajada angélica. Pero María
había ido respondiendo con la disponibilidad de su vida a esta acción de Dios,
a esta invitación de Dios. Por eso no podrá al final responder de otra manera. ‘He
aquí la esclava del Señor, hágase en mí, le dice al ángel, según tu palabra’.
Nos estamos haciendo esta reflexión en
torno al evangelio en esta fiesta tan entrañable de María. Es la fiesta del
Rosario. Algo más que una corona de rosas que queramos ofrecer a María con
nuestra oración, con el rezo del rosario, a lo que también nos está invitando
esta fiesta. Y es que el rezo del rosario con esas rosas cuyos pétalos vamos
desgajando mientras repetimos una y otra vez el saludo del ángel, es contemplar
todo el misterio de Dios que en María se nos manifiesta. María, podríamos
atrevernos a decir, es como una revelación de Dios, porque en María Dios se
hace presente de una manera especial para la humanidad. ¿No habíamos dicho
antes que entrando el ángel en la presencia de María se había encontrado con
Dios?
Es aquí donde tenemos mucho que imitar
de María para que Dios nos visite y nos inunde como a María. Si ella era la
agraciada del Señor – había encontrado gracia ante Dios, decíamos – Dios quiere
hacernos a nosotros también sus agraciados, porque Dios también a nosotros
quiere regalarnos su presencia. Pero necesitamos ser como María, tener la disponibilidad
desde lo hondo de nuestro corazón que tuvo María.
Nos cuesta abrirnos así a Dios, porque
parece que siempre queremos reservarnos algo para nosotros mismos. Pero Dios
quiere contar con nosotros, no nos obliga, quiere también suscitar en nosotros
una fuerza de salvación, quiere venir a nosotros ese sol que nace de lo alto,
pero ¿seremos capaces como María de decir que somos también los esclavos del
Señor y queremos que se haga en nosotros siempre lo que es su voluntad? Dejemos
que la misericordia del Señor nos inunde con su gracia. Que por nuestra humildad,
por nuestra disponibilidad como María hallemos gracia ante Dios, seamos los
agraciados del Señor.
Reconozcamos, como María, que en
nuestra pequeñez, a pesar incluso de nuestras debilidades, el Señor sigue
realizando en nosotros cosas grandes. Encontraremos así la paz para nuestro
corazón, ‘guiará nuestros pasos por el camino de la paz’.
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