Con este pregustar la gloria del Señor en su transfiguración
nos vamos a sentir seguros cuando lleguen los momentos negros de la pasión, la
certeza de que Jesús es el Hijo de Dios
Génesis 12, 1-4ª; Sal 32; 2imoteo 1, 8b-10;
Mateo 17, 1-9
Hay
momentos en que la vida parece que da un volantazo, porque nos damos cuenta que
no podemos seguir por donde íbamos, que quizá todo parecía fácil y entraba en
una normalidad, pero de pronto los cosas se pusieron difíciles, íbamos como por
una llanura y ahora nos encontramos subiendo una pendiente. ¿Por qué? nos
preguntamos. ¿Por qué ahora tenemos que tomar este otro camino? Como cuando
vamos haciendo un camino para llegar a algún sitio y de pronto el camino cambió,
lo que era llano y suave se hizo subida, lo que parecía que no costaba, ahora
nos exige un esfuerzo distinto. Nos habíamos acostumbrado y ahora el cambio
cuesta. ¿Qué es lo que hay detrás que merezca este cambio?
¿Por qué
tenemos que subir ahora esta montaña? Quizá se estaban preguntando aquellos
tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, a quienes Jesús se había llevado
aparte y se había dispuesto a subir con ellos a aquella montaña. Iba a orar en
lo alto ¿era necesario? Si Jesús oraba en cualquier sitio, en la noche
solamente se apartaba un poco del resto y allí se ponía a orar. Pero ahora
estaban subiendo y con no poco esfuerzo a lo alto de aquella montaña. La
identificamos como el Tabor, que se alza en medios de las llanuras y valles de
Galilea y es de costosa subida.
Cansados
llegaron a lo alto y Jesús se dispuso para la oracion invitándoles a ellos a
hacer lo mismo. Seguramente preferirían un descanso para entrar en un sopor que
les hiciera recuperar las fuerzas, pero Jesús les estaba pidiendo con su propio
ejemplo que se dispusieran a orar. Y comienza lo extraordinario y lo no
esperado porque en la oración Jesús comienza a transfigurarse en su presencia.
Su rostro resplandecía, sus vestiduras eran de un blanco deslumbrador, aparecía
como nimbado por la gloria del Señor y allí estaban también Moisés y Elías junto
a Jesús. Aquella presencia también iba a significar algo. Se quedaron ciegos de
emoción y no querían que aquello se acabase.
Ya Pedro
estaba disponiendo el levantar tres tiendas para que aquella visión continuase.
‘¡Qué bien se está aquí!’ fue su grito de exclamación y su deseo. La
gloria de Dios los envolvía a ellos también. Una nube lo envolvía todo. La voz
desde el cielo proclamaba que Jesús era el Hijo de Dios. ‘Este es mi Hijo
amado. Escuchadle’, era la voz del Padre. Al escuchar la voz cayeron por tierra.
‘No temáis’, les dice Jesús y allí están solos con Jesús. ‘No habléis de
esto a nadie hasta después de la resurrección de entre los muertos’, era el
encargo que Jesús les hacia, pero había que bajar de nuevo de la montaña para
seguir el camino. Había merecido la pena el esfuerzo y sacrificio de la subida.
Es
tradición en la liturgia de la Iglesia que este segundo domingo de Cuaresma se
nos presente este evangelio de la Transfiguración. Es una invitación, casi al
principio de este camino cuaresmal, a que nos tomemos en serio del camino de la
Pascua. Vamos subiendo con Jesús a Jerusalén. Un camino y una subida cuaresmal
que no siempre es fácil, que exige su esfuerzo. Un camino que nos invita a
seguir. Ni nos podemos quedar al pie de la montaña aplatanados por es fuerte el
esfuerzo que se nos pide, pero tampoco nos podremos luego quedar en lo alto por
muy bien que se esté allí, como se sentía Pedro.
El
cristiano tiene que estar siempre en camino, caminos de superación y esfuerzo,
camino de búsqueda de la presencia del Señor, caminos que se abren delante de
nosotros bajando de la montaña o abriéndonos paso por los valles de la vida
porque siempre tenemos que ir al encuentro del otro, al encuentro del mundo
porque tenemos un anuncio que hacer. ¿Nos costará a nosotros también ese cambio
que supone ponernos en camino en los caminos nuevos que se abren ante nosotros?
¿Hay algo que nos da certeza y seguridad?
A Abrahán
Dios le pide, lo escuchamos en la primera lectura que se ponga en camino para
ir a la tierra que el Señor le va a dar. Un camino de cierta incertidumbre
porque no sabe hasta donde tiene que llegar, solo sabe que tiene que salir de
su tierra y de la casa de su padre. Los apóstoles tras la visión de la gloria
de Dios también han de seguir en camino, bajar de la montaña llevando con ellos
un secreto que ahora no pueden revelar pero que es preanuncio para ellos de que
en la pascua tras la pasión y la muerte va a haber resurrección. Luego tendrán
que seguir haciendo camino porque será entonces cuando han de salir a hacer ese
anuncio al mundo. ‘Id al mundo entero a proclamar esa buena noticia’,
les dirá Jesús antes de la Ascensión. Serán testigos no solo en Jerusalén sino
hasta los confines de la tierra.
La
contemplación que hoy hacemos de la transfiguración es una invitación a
ponernos en camino, a salir de nuestra casa, de la casa de nuestras comodidades
y rutinas, para entrar en ese camino nuevo que se abre ante nosotros para que
también hagamos el anuncio. Llevaremos con nosotros el secreto de la Pascua
pero que hemos de transmitir a los demás, la certeza de que Jesús es el Hijo de
Dios y es nuestra salvación y la salvación del mundo que tenemos que anunciar.
No nos
asusta la pascua porque aunque haya pasión y muerte tenemos la certeza de la
vida y de la resurrección. Merece la pena el sacrificio de la pasión, como les
mereció la pena el sacrificio y esfuerzo de la ascensión del Tabor para los
tres discípulos que acompañaban a Jesús.
Con este
pregustar la gloria del Señor en su transfiguración también nos vamos a sentir
seguros cuando lleguen los momentos negros de la pasión – nos podemos sentir
tentados como los discípulos en la pasión a abandonar y huir como salieron
huyendo del huerto, o a encerrarse donde se sintieran seguros como estuvieron
encerrados en el Cenáculo -, porque sabemos bien lo que hay detrás, la certeza
de que Jesús es el Hijo de Dios. Así hemos escuchado hoy la voz del Padre que
nos lo certifica desde el cielo. Así podremos superar la tentación de la huida
o del encerrarnos llenos de miedo en lugar cómodo donde nada nos pueda pasar.
Subimos
hoy al Tabor de la Transfiguración porque queremos subir también con Jesús a su
Pascua; nos gozamos hoy con la gloria
del Señor transfigurado como sentiremos la alegría de la resurrección para sentirnos
enviados a llevar la Buena Nueva de la salvación al mundo que nos rodea. Queremos vivir el compromiso de la
Transfiguración y de la Pascua.
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