Distraídos e insolidarios caminamos cuando no hemos dejado
sembrar la semilla de la Palabra en el corazón
Jeremías 17, 5-10; Sal 1; Lucas 16, 19-31
Todos
hemos visto la imagen, o hasta nos los hemos encontrado por la calle, de
aquellos que van distraídos por la vida sin saber ni por donde pisan porque
quizás van entretenidos en sus cosas o como ahora esta de moda pendiente de su móvil
o de su tablet. No ven por donde caminan, dispuestos a tropezar en cualquier
momento, sin atención a lo que sucede a su alrededor donde pueden estar pasando
muchas cosas pero nunca se enteran de nada.
Pero más
allá de la anécdota del que tropieza con todo por ir solo pendiente de su
celular, esto es una imagen de la postura con que muchos van por la vida. A
nada atienden que no sean sus intereses, o más aún, de lo único que están
pendientes es de pasarlo bien sea como sea sin ser conscientes de verdad de lo
que sucede en el mundo de su entorno, porque no hay que ir muy lejos, sino al
menos darnos cuenta de lo que nos rodea. Se quieren disculpar, nos queremos
disculpar, en que no sabíamos nada, que nadie nos contó, que estamos muy
ocupados pero es el desinterés que tenemos por la sociedad en la que vivimos y
la insolidaridad que alimenta nuestras vidas encerradas en nosotros mismos.
Es la
imagen que nos presenta hoy el evangelio con esta parábola de Jesús. El hombre
rico que solo piensa en pasarlo bien pero
no se da cuenta del pobre que tiene en la misma puerta de su casa y que
no tiene ni para comer. Un cuadro que podemos trasponer a tantas circunstancias
de nuestro entorno o de nuestra propia vida cuando nos encerramos en nuestra
insolidaridad.
Como
continua la parábola será después de su propia muerte cuando se de cuenta aquel
hombre de cómo había vivido, buscando consuelo en donde ya no puede encontrarlo
porque él nunca supo dar ese consuelo a los que estaban en su entorno,
queriendo incluso ahora que a su familia no le sucede lo que a él. Son las
peticiones que ahora hace, pero la respuesta de Abraham es que aquellos que aun
caminan por la tierra sean capaces de escuchar a los profetas, porque ni aunque
un muerto se les apareciera van a cambiar ni un ápice de sus vidas.
¿Será la
ceguera con que nosotros también podemos estar caminando por la vida? Ahí están
palpables las necesidades y los problemas de los que están a nuestro lado, pero
ya decíamos que no queríamos verlos; es más, en muchas ocasiones lo que hacemos
es tratar de culpabilizarlos, pero ¿los habremos escuchado? Por nuestra cabeza
quizás han pasado teóricamente muchas soluciones para esas situaciones, pero
¿hemos sido capaces de ir a ofrecerles esa solución y poner el principio de
nuestra ayuda para que esas personas caminen de forma distinta?
Pero tendríamos
que ser nosotros los primeros que abriéramos nuestra mente, nuestro corazón. A
nuestro alcance tenemos también la Palabra que nos ilumina, pero tenemos que
dejar que entre la luz para que nos pueda iluminar en nuestro interior. Y abrir
la puerta a esa luz es abrir nuestro corazón a la Palabra de Dios.
La semilla
es necesario enterrarla en la tierra para que fructifique debidamente, eche
buenas raíces y pueda surgir esa planta nueva llamada a dar bellas flores y
hermosas frutas. Dejemos que esa semilla se plante en nuestro corazón;
preparemos nuestro corazón para que sea tierra buena, que ya sabemos cuantos pedruscos
podemos tener dentro de nosotros o raíces de malas hierbas que tendríamos que
arrancar.
No es
solamente un oír como quien va de paso y llegan distintos sonidos a sus oídos,
sino escuchar que es prestar atención, atender y entender lo que el Señor
quiere decirnos con su Palabra. Cuando así lo hacemos pronto van a aparecer
esos buenos frutos en nuestra vida. Que se acabe las distracciones interesadas
y comience a florecer la solidaridad.
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