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jueves, 12 de marzo de 2020

Distraídos e insolidarios caminamos cuando no hemos dejado sembrar la semilla de la Palabra en el corazón



Distraídos e insolidarios caminamos cuando no hemos dejado sembrar la semilla de la Palabra en el corazón

Jeremías 17, 5-10; Sal 1; Lucas 16, 19-31
Todos hemos visto la imagen, o hasta nos los hemos encontrado por la calle, de aquellos que van distraídos por la vida sin saber ni por donde pisan porque quizás van entretenidos en sus cosas o como ahora esta de moda pendiente de su móvil o de su tablet. No ven por donde caminan, dispuestos a tropezar en cualquier momento, sin atención a lo que sucede a su alrededor donde pueden estar pasando muchas cosas pero nunca se enteran de nada.
Pero más allá de la anécdota del que tropieza con todo por ir solo pendiente de su celular, esto es una imagen de la postura con que muchos van por la vida. A nada atienden que no sean sus intereses, o más aún, de lo único que están pendientes es de pasarlo bien sea como sea sin ser conscientes de verdad de lo que sucede en el mundo de su entorno, porque no hay que ir muy lejos, sino al menos darnos cuenta de lo que nos rodea. Se quieren disculpar, nos queremos disculpar, en que no sabíamos nada, que nadie nos contó, que estamos muy ocupados pero es el desinterés que tenemos por la sociedad en la que vivimos y la insolidaridad que alimenta nuestras vidas encerradas en nosotros mismos.
Es la imagen que nos presenta hoy el evangelio con esta parábola de Jesús. El hombre rico que solo piensa en pasarlo bien pero  no se da cuenta del pobre que tiene en la misma puerta de su casa y que no tiene ni para comer. Un cuadro que podemos trasponer a tantas circunstancias de nuestro entorno o de nuestra propia vida cuando nos encerramos en nuestra insolidaridad.
Como continua la parábola será después de su propia muerte cuando se de cuenta aquel hombre de cómo había vivido, buscando consuelo en donde ya no puede encontrarlo porque él nunca supo dar ese consuelo a los que estaban en su entorno, queriendo incluso ahora que a su familia no le sucede lo que a él. Son las peticiones que ahora hace, pero la respuesta de Abraham es que aquellos que aun caminan por la tierra sean capaces de escuchar a los profetas, porque ni aunque un muerto se les apareciera van a cambiar ni un ápice de sus vidas.
¿Será la ceguera con que nosotros también podemos estar caminando por la vida? Ahí están palpables las necesidades y los problemas de los que están a nuestro lado, pero ya decíamos que no queríamos verlos; es más, en muchas ocasiones lo que hacemos es tratar de culpabilizarlos, pero ¿los habremos escuchado? Por nuestra cabeza quizás han pasado teóricamente muchas soluciones para esas situaciones, pero ¿hemos sido capaces de ir a ofrecerles esa solución y poner el principio de nuestra ayuda para que esas personas caminen de forma distinta?
Pero tendríamos que ser nosotros los primeros que abriéramos nuestra mente, nuestro corazón. A nuestro alcance tenemos también la Palabra que nos ilumina, pero tenemos que dejar que entre la luz para que nos pueda iluminar en nuestro interior. Y abrir la puerta a esa luz es abrir nuestro corazón a la Palabra de Dios.
La semilla es necesario enterrarla en la tierra para que fructifique debidamente, eche buenas raíces y pueda surgir esa planta nueva llamada a dar bellas flores y hermosas frutas. Dejemos que esa semilla se plante en nuestro corazón; preparemos nuestro corazón para que sea tierra buena, que ya sabemos cuantos pedruscos podemos tener dentro de nosotros o raíces de malas hierbas que tendríamos que arrancar.
No es solamente un oír como quien va de paso y llegan distintos sonidos a sus oídos, sino escuchar que es prestar atención, atender y entender lo que el Señor quiere decirnos con su Palabra. Cuando así lo hacemos pronto van a aparecer esos buenos frutos en nuestra vida. Que se acabe las distracciones interesadas y comience a florecer la solidaridad.

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