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sábado, 23 de abril de 2016

En Jesús contemplamos el rostro misericordioso de Dios que llena de paz nuestro corazón

En Jesús contemplamos el rostro misericordioso de Dios que llena de paz nuestro corazón

Hechos 13, 44-52; Sal 97; Juan 14, 7-14

‘Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y aún no me conoces…?’ Fue la queja de Jesús a Felipe y en consecuencia al resto de los apóstoles ante las preguntas que le hacían porque no terminaban de comprender lo que les estaba diciendo.
Nos cuesta conocer a las personas, aunque pensemos que ya las conocemos; nos cuesta introducirnos de verdad en el misterio de la persona y no quedarnos en detalles, en superficialidades, en cosas externas por las que fácilmente juzgamos y hasta tantas veces condenamos. Por supuesto me atrevería a decir que cada persona es un misterio, porque encierra en si misma muchas cosas que no siempre somos capaces de percibir. Conocer el pensamiento o el interior de la persona no podemos llegar a él si la persona no se nos comunica, abre su interior. Pero una mirada atenta a la persona, fijándonos bien en su trayectoria, siguiendo atentamente sus palabras y lo que va manifestando de si misma nos ayudará a comprender, a ir penetrando en ese misterio, como decíamos, de la persona, para no quedarnos en superficialidades, que nos lleven a ese juicio temerario, a la murmuración o a la critica a lo que nos sentimos tantas veces tentados.
¿Será acaso una queja que Jesús también nos haga a nosotros? ¿Le conocemos de verdad? Hemos venido reflexionando mucho sobre esto. Porque hay ocasiones en que por nuestras actitudes y comportamientos, o incluso por la manera de mantener nuestra relación con Dios, da la apariencia de que aun no terminamos de conocer plenamente a Jesús. Y es que conocer a Jesús nos llevará a conocer a Dios; en Jesús se nos revela todo el misterio de Dios. Por eso decimos en nuestro lenguaje teológico que es el Verbo, la Palabra del Padre que se nos revela.
Necesitamos de verdad escuchar a Jesús, su Palabra, su revelación de Dios. Y es algo que muchas veces nos cuesta porque nos distraen tantos ruidos de nuestro mundo. Hoy nos dice: ‘Si me conocéis a mi, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto’. Es de donde surge la petición de Felipe: ‘Señor, muéstranos al Padre y nos basta’. A lo que Jesús le terminará respondiendo, tras su queja, ‘quien me ha visto a mí ha visto al Padre’.
Jesús nos manifiesta con su persona, con su vida, con sus palabras y gestos el rostro misericordioso y lleno de amor de Dios. Ahí tenemos sus parábolas, como aquella parábola tan hermosa y que tantas veces hemos meditado que nos manifiesta al padre compasivo y misericordioso siempre dispuesto a acoger al hijo pródigo que se ha marchado de la casa. Es el rostro de Dios.
Ahí tenemos también sus gestos, su cercanía con los pobres, con los niños, con los que sufren, con los pecadores. El no viene a condenar porque nos está manifestando al Padre misericordioso siempre dispuesto a perdonar. Y acoge a los pecadores y come con ellos, y siempre tendrá la palabra oportuna para salvar a la persona como cuando llega ante El la mujer pecadora, y estará dispuesto incluso a disculpar para ofrecer el perdón – ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’o para abrir las puertas de la salvación eterna al pecador arrepentido que le reconoce como el Señor y el Salvador – ‘hoy estarás conmigo en el paraíso’ –.
Qué gozo y que paz podemos sentir en nuestro corazón; somos pecadores pero tenemos la certeza de los brazos amorosos del padre que nos acoge y nos perdona y nos llena de vida. Es la maravillosa revelación de amor que nos hace Jesús.

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