En cuántas cosas concretas de la vida hemos de traducir ese amor que arde nuestro corazón, encendido en el fuego del amor divino
Hechos 13,13-25; Sal 88; Juan 13,16-20
Con toda seguridad todos tenemos la experiencia de aquellos tiempos de
nuestros estudios, ya fuera en la escuela elemental, en los estudios
secundarios o acaso en los superiores si llegamos a ellos, de un maestro – y
empleo esta palabra ‘maestro’, no profesor con toda razón – que dejó
huella en nosotros; no solo se preocupaba profesionalmente de enseñarnos cosas,
de enseñarnos la materia correspondiente, sino que realmente nos enseñaba para
la vida; de ahí sus sabios consejos, sus reflexiones que nos hacían pensar,
aquellos pensamientos que dejaban huellas en nosotros y sentaban principios en
nuestra vida.
Ya no era solamente lo que nos hacia reflexionar, sino que por la
rectitud de su vida actuando según sus principios se convertía para nosotros en
ejemplo que de alguna manera deseábamos imitar; por eso decía, no solo
profesor, sino maestro del que queríamos ser sus discípulos, porque realmente
nos sentíamos impulsados a seguir sus pasos, a imitarle. Dichosos si tuvimos un
maestro así al que estaremos eternamente agradecidos y de alguna manera vaya
como homenaje.
A Jesús en el evangelio lo llamaban el Maestro; así lo escuchamos en
labios de los discípulos más cercanos, como veremos también que es la sensación
que tienen aquellas multitudes que acudían de todas partes para escucharle. Es
el Maestro que nos enseña, a quien tenemos que escuchar y a quien tenemos que
seguir. Por eso a aquellos que acudían a él para escucharle y que estaban con
El los llamamos discípulos. El discípulo es el que sigue los pasos de su
maestro, no solo lo escucha, sino que lo imita. Somos discípulos de Jesús
porque escuchamos a Jesús pero porque seguimos a Jesús.
En la cena, cuando Jesús se despojó de su manto y se puso a lavarles
los pies los discípulos escandalizados pensaban que eso no era la tarea de su
maestro; por eso cuando Jesús termina les dice ‘me llamáis el Maestro y el
Señor, y en verdad lo soy; pero esto que he hecho con vosotros tenéis que
hacerlo los unos a los otros…’ Es el Maestro que enseña con sus gestos, con
su vida, con su acción. Muchas veces había día que había que hacerse el ultimo
y el servidor de todos, ahí, en la cena lo contemplamos haciéndose el último,
haciendo el servidor de todos. ‘Puesto
que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. Es lo que nos está pidiendo Jesús.
Es en lo que hoy Jesús quiere insistir. No nos podemos creer mayores
ni mejores que nuestro Maestro y Señor, sino que como El hemos de sabernos
hacer los últimos, los servidores de todos. No nos tiene que dar vergüenza el
servir; es nuestro orgullo el ser servidor de todos, el prestar siempre con
total disponibilidad servicio a los demás. Así haremos creíble el mensaje
cristiano porque no enseñamos doctrinas, sino que trasmitimos vida a través de
nuestros gestos, de nuestras actitudes, de nuestras acciones, de nuestro
espíritu de servicio.
Seremos en verdad discípulos, seguidores de Jesús porque haremos lo
mismo que hizo Jesús. En cuantas cosas concretas de la vida hemos de traducir
ese amor que arde nuestro corazón, encendido en el fuego del amor divino.
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