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jueves, 21 de abril de 2016

En cuántas cosas concretas de la vida hemos de traducir ese amor que arde nuestro corazón, encendido en el fuego del amor divino

En cuántas cosas concretas de la vida hemos de traducir ese amor que arde nuestro corazón, encendido en el fuego del amor divino

Hechos 13,13-25; Sal 88;  Juan 13,16-20

Con toda seguridad todos tenemos la experiencia de aquellos tiempos de nuestros estudios, ya fuera en la escuela elemental, en los estudios secundarios o acaso en los superiores si llegamos a ellos, de un maestro – y empleo esta palabra ‘maestro’, no profesor con toda razón – que dejó huella en nosotros; no solo se preocupaba profesionalmente de enseñarnos cosas, de enseñarnos la materia correspondiente, sino que realmente nos enseñaba para la vida; de ahí sus sabios consejos, sus reflexiones que nos hacían pensar, aquellos pensamientos que dejaban huellas en nosotros y sentaban principios en nuestra vida.
Ya no era solamente lo que nos hacia reflexionar, sino que por la rectitud de su vida actuando según sus principios se convertía para nosotros en ejemplo que de alguna manera deseábamos imitar; por eso decía, no solo profesor, sino maestro del que queríamos ser sus discípulos, porque realmente nos sentíamos impulsados a seguir sus pasos, a imitarle. Dichosos si tuvimos un maestro así al que estaremos eternamente agradecidos y de alguna manera vaya como homenaje.
A Jesús en el evangelio lo llamaban el Maestro; así lo escuchamos en labios de los discípulos más cercanos, como veremos también que es la sensación que tienen aquellas multitudes que acudían de todas partes para escucharle. Es el Maestro que nos enseña, a quien tenemos que escuchar y a quien tenemos que seguir. Por eso a aquellos que acudían a él para escucharle y que estaban con El los llamamos discípulos. El discípulo es el que sigue los pasos de su maestro, no solo lo escucha, sino que lo imita. Somos discípulos de Jesús porque escuchamos a Jesús pero porque seguimos a Jesús.
En la cena, cuando Jesús se despojó de su manto y se puso a lavarles los pies los discípulos escandalizados pensaban que eso no era la tarea de su maestro; por eso cuando Jesús termina les dice ‘me llamáis el Maestro y el Señor, y en verdad lo soy; pero esto que he hecho con vosotros tenéis que hacerlo los unos a los otros…’ Es el Maestro que enseña con sus gestos, con su vida, con su acción. Muchas veces había día que había que hacerse el ultimo y el servidor de todos, ahí, en la cena lo contemplamos haciéndose el último, haciendo el servidor de todos.  ‘Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. Es lo que nos está pidiendo Jesús. 
Es en lo que hoy Jesús quiere insistir. No nos podemos creer mayores ni mejores que nuestro Maestro y Señor, sino que como El hemos de sabernos hacer los últimos, los servidores de todos. No nos tiene que dar vergüenza el servir; es nuestro orgullo el ser servidor de todos, el prestar siempre con total disponibilidad servicio a los demás. Así haremos creíble el mensaje cristiano porque no enseñamos doctrinas, sino que trasmitimos vida a través de nuestros gestos, de nuestras actitudes, de nuestras acciones, de nuestro espíritu de servicio.
Seremos en verdad discípulos, seguidores de Jesús porque haremos lo mismo que hizo Jesús. En cuantas cosas concretas de la vida hemos de traducir ese amor que arde nuestro corazón, encendido en el fuego del amor divino.

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