Que aprendamos en verdad a escuchar la voz del Señor para seguirle porque somos su pueblo, el rebaño que El apacienta
Hechos 13, 14. 43–52; Sal 99; Apocalipsis 7,
9. 14b-17; Juan 10, 27-30
El salmo que hoy nos ofrece la liturgia es toda una invitación a la
alegría, al júbilo, a aclamar al Señor con todo nuestro corazón y nuestra vida.
‘¡Aclamad al Señor, habitantes de toda la tierra, servid al Señor con
alegría, entrad ante El con cánticos de júbilo!’, nos invita. Y no es para
menos. Seguimos viviendo la alegría de la Pascua, seguimos proclamando a Cristo
resucitado. No lo podemos olvidar.
Es una alegría expansiva, no se puede quedar en nosotros, se extiende
y se contagia a todos. Así tendría que ser siempre la alegría que vivimos los
cristianos, aunque algunas veces no lo sabemos expresar. No siempre somos
capaces de dar los síntomas de esa alegría que tenemos que llevar dentro y
envolver toda nuestra vida. Y no es para menos cuando nos sentimos amados del
Señor.
Como sigue diciendo el salmo ‘sabed que el Señor es Dios, que El
nos hizo y suyos somos, su pueblo y ovejas de su rebaño que él apacienta’.
Cuando hemos contemplado en la celebración de la Pascua, en el triduo pascual,
la entrega de Jesús hasta la muerte por nosotros para darnos vida, para
resucitarnos con El, esto lo tenemos que ver bien claro. ‘Porque el Señor es
bueno y su amor es eterno, su fidelidad permanece de generación en generación’,
continuamos diciendo con el salmista. Cuánto tenemos que considera esa bondad
del Señor y su fidelidad. ‘Permanece de generación en generación’, nos dice,
porque nos ama aunque nosotros no le hayamos amado.
‘Su pueblo y ovejas de su rebaño, ovejas que Él apacienta’.
Este cuarto domingo de pascua es llamado el domingo del Buen Pastor, por el
tema que se nos ofrece en el evangelio. El texto que se nos ofrece en este
ciclo es breve, pero conectamos perfectamente con los textos paralelos que se
nos ofrecen en los otros ciclos y todo lo que Jesús nos dice en este sentido en
el evangelio.
‘Mis ovejas escucharán mi voz y yo las conozco y ellas me siguen, y
yo les doy la vida eterna y no perecerán para siempre…’ nos dice Jesús en
el evangelio. Qué relación más hermosa podemos establecer con el Señor, Pastor
de nuestras vidas. Escuchamos su voz, le seguimos, y el Señor nos conoce – y
podríamos decir por nuestro nombre – y nos ama hasta el punto de inundarnos de
su vida. Expresa el amor del Señor por nosotros, pero quiere expresar cómo
nosotros hemos de responder. Escucharle y seguirle.
Escucharle es prestar atención. Podemos oír muchas voces, como oímos
muchos ruidos, pero no queremos distraernos y escuchamos con atención. Es
entrar en nosotros mismos en un silencio interior para poder escuchar la voz
del Señor. Es prestar atención solo a su voz que es la que nos guía, la que en
verdad va a iluminar nuestra vida. Es la actitud permanente de escucha y
contemplación que siempre ha de tener un cristiano. No podemos en verdad
llamarnos cristianos porque seamos verdaderamente discípulos para seguirle si
no escuchamos, si no contemplamos de verdad desde lo más hondo de nosotros
mismos esa voz, esa Palabra del Señor.
El cristiano tiene que verdaderamente un hombre de oración, de
contemplación, de escucha. Cuánto nos cuesta porque como decíamos hay muchas
voces, muchos ruidos que nos distraen, muchos cantos de sirena que quieren
atraernos por otros derroteros y por otros caminos. Es esa oración que cada día,
y si queremos en cada momento, hemos de saber hacer, no como un acto rutinario,
sino como un verdadero encuentro para escuchar. Es esa oración que no se reduce
a decir cosas, a pedir cosas, aunque mucho sea lo que tenemos que pedir, sino
que hace silencio para escuchar.
Es la postura de oración, la actitud de escucha y contemplación que
hemos de tener ante la Palabra de Dios. Esa palabra que sí podemos escuchar
individualmente en cualquier momento, pero que tiene una relevancia especial
cuando es proclamada en la celebración. Es la actitud que en uno y en otro
momento hemos de tener. Es una lástima que
muchas veces en nuestras celebraciones no le demos la importancia debida
a ese momento de la proclamación de la Palabra que tendría que ir acompañada
por nuestra parte por ese silencio para la verdadera acogida, para poder
escucharla de verdad y rumiarla gozándonos en ella en nuestro interior, de la
misma manera que ha de ser el ambiente que en la celebración se ha de crear
para que esto sea así.
A muchas más consideraciones nos tendría que llevar esta escucha de la
Palabra. Como María hemos de saber plantarla en nuestro corazón para que dé
fruto. Escuchan su voz y le siguen. Ser verdaderos discípulos que seguimos el
camino de Cristo. Es el Pastor que nos guía, que va delante de nosotros, que
nos ofrece pastos de vida eterna, y que nos busca cuando andamos perdidos.
No quiero terminar esta reflexión sin una ultima palabra que haga
referencia a cómo en este día hemos de orar por nuestros pastores, que en
nombre del Señor pastorean el pueblo de Dios, y orar por las vocaciones a la
vida sacerdotal y a la vida religiosa. Hoy es la jornada mundial de oración por
las vocaciones. Pidamos al Señor que envíe abundantes y santos pastores para el
pueblo de Dios.
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