No rechacemos la luz, no nos apartemos del camino de la fe, busquemos de verdad a Jesús queriendo conocerle más y más iluminándonos con su luz para tener vida
Hechos 12, 24-13, 5; Sal 66;
Juan 12, 44-50
Tener a nuestro alcance la luz, y preferir hacer el camino a oscuras
no nos parece lo más sensato. No tiene sentido el que pudiendo llevar una luz
en nuestra mano nos introduzcamos en un lugar oscuro, ya sea un camino, ya sea
un lugar cerrado, y vayamos tropezando con todo lo que nos encontremos, con el
peligro incluso de hacernos daño, por no querer tomar esa luz.
Quizá en la materialidad de esos hechos no lo hagamos y ya
procuraremos alumbrarnos debidamente para introducirnos en un lugar oscuro y
que no conocemos, pero hay muchas facetas en la vida en la que sí ponemos en
riesgo de peligro nuestro ser más profundo por rechazar la luz que se nos pueda
ofrecer. Es el que rechaza un sabio consejo de un amigo previniéndonos contra
algunos peligros que nos podamos encontrar en la vida; es el que rechaza la
posibilidad de unos mejores conocimientos, no aprovechando quizá unos estudios,
que nos darían una mayor estabilidad en la vida o unas mejores posibilidades de
crecimiento como persona. Pero es también el que se cierra a la luz de la fe
que nos podría llevar por caminos de una mayor plenitud.
Es el que se niega a creer en el orgullo de su autosuficiencia que
cree que por si mismo encontrará el pleno sentido de su vida, o el que se
reduce a una fe pobre y descafeinada que se contenta con lo de siempre esto ha
sido así, pero no es capaz de avanzar, profundizar en ese conocimiento de Dios
quizá por un temor a que le pueda llevar a unos nuevos compromisos en su vida.
La fe tiene que ser algo vital en nosotros, algo vivo que realmente
nos haga crecer espiritualmente y como personas, por eso el verdadero creyente
está siempre en deseos de querer conocer más y más a Jesús y a su evangelio
para tratar de impregnarse profundamente del sentido que Cristo quiere dar a
nuestra vida. La fe no se puede quedar en un barniz exterior que un día se
puede diluir y perder todo su color; la fe no puede ser como un vestido o un
disfraz que nos ponemos en ocasiones, pero que en el resto de la vida actuamos
como si la fe no nos afectara en absoluto; la fe tiene que ser algo profundo en
nosotros porque en fin de cuentas será un llenarnos de Dios que es el que
verdaderamente dará plenitud de sentido a nuestra existencia.
‘Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no
quedará en tinieblas’, nos ha dicho
hoy Jesús en el evangelio. Todo es una invitación a escuchar a Jesús porque es
escuchar a Dios, conocer a Dios, vivir a Dios. ‘El que cree en mí, no
cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve al que me ha
enviado… Por
tanto, lo que yo hablo lo hablo como me ha encargado el Padre’. Es lo que escuchábamos desde la voz del cielo en el
Tabor: ‘Este es mi Hijo amado, mi predilecto. Escuchadle’.
No rechacemos la luz, no nos
apartemos del camino de la fe, busquemos de verdad a Jesús queriendo conocerle
más y más. Dejémonos iluminar por su luz porque así tendremos vida, una vida
que nos conducirá a la plenitud del sentido de nuestra existencia.
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