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domingo, 21 de mayo de 2023

La Ascensión del Señor pone ascensión en nuestra vida, porque buscamos lo mejor, porque tenemos esperanza, porque podemos proclamar que es posible un mundo mejor

 


La Ascensión del Señor pone ascensión en nuestra vida, porque buscamos lo mejor, porque tenemos esperanza, porque podemos proclamar que es posible un mundo mejor

Hechos 1, 1-11; Sal 46; Efesios 1, 17-23; Mateo 28, 16-20

Queremos estar con aquellos que amamos, queremos tener junto a nosotros a aquellos a los que amamos. ‘Me voy a prepararos sitio, para que donde yo estoy, estéis vosotros conmigo… vendré y os llevaré conmigo’, les había dicho en la cena pascual; hoy le contemplamos subir al cielo, subir junto al Padre, pero, como decían los ángeles a los discípulos que se habían quedado embelesados mirándolo subir al cielo ‘volverá como os lo había dicho’. Pero también nos dice que estará con nosotros hasta la consumación de los tiempos. Necesariamente, porque amamos, podemos estar con Jesús, Jesús puede tenernos junto a El.

Es lo que hoy contemplamos, lo que hoy celebramos, a los cuarenta días de la Pascua. Como nos detalla san Lucas en los Hechos de los apóstoles ‘se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios’. Se ha cumplido el plazo, ha llegado la hora de la glorificación ‘según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, poder, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no solo en este mundo, sino en el futuro’, como nos explicaba la carta a los Efesios.

Celebrar la Ascensión del Señor es sentir cómo nosotros estamos llamados a la ascensión. El deseo más humano que podamos tener es ascender, es crecer, es sentirnos elevados y transportados a algo más grande, a algo más alto, a algo mejor. No podemos perder esos sueños porque estaríamos perdiendo vida.

Son nuestros sueños y nuestras aspiraciones más nobles, donde no queremos quedarnos anquilosados en las mismas rutinas de siempre; queremos huir de lo vulgar y de lo mediocre por eso queremos elevarnos, queremos vivir en ascensión permanente; disfrutamos de todo lo bueno del presente, pero tenemos deseos siempre de algo mejor, buscamos algo nuevo y no nos sentimos satisfechos con lo ya logrado. Todos queremos más. Y no es lo material, es lo que nos da mayor hondura dentro de nosotros mismos, por eso queremos crecer, queremos mirar siempre más arriba, más alto.

Celebrar la Ascensión del Señor es alimentar nuestra esperanza al tiempo que asumimos una misión, transmitir, contagiar de esa esperanza al mundo que nos rodea. Esperanza que nace de nuestra fe en Jesús, esa fe que ilumina nuestra vida, esa fe que nos da un sentido para nuestro caminar, esa fe que se convierte en un motor en el alma con la gracia del Señor que nos acompaña.

Por eso la Ascensión no se convierte en una despedida triste. Es cierto que los discípulos vivían con una añoranza en el corazón y no querían desprenderse de su maestro, pero el que había venido como Emmanuel, como Dios con nosotros, porque entre nosotros plantaba su tienda, ahora nos promete que estará siempre con nosotros, que siempre será nuestro Emmanuel.

Estos momentos que los discípulos estaban viviendo con una especial emoción y sensibilidad, los que incluso se preguntaban si ya era la hora de la restauración de Israel, como le preguntan, Jesús les viene a decir que de eso ahora no tienen que preocuparse, que hay otras cosas más grandes e importantes que les va a llenar sus corazones de alegría. ‘Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra’.  Una presencia nueva, su Espíritu, que los va a convertir en testigos hasta el confín de la tierra. Por eso se sentirán seguros y llenos de alegría. Tendrán la fuerza del Espíritu Santo en sus corazones.

Tenemos con nosotros para siempre la alegría de Dios que inunda con su presencia nuestros corazones. Por eso nos tenemos necesariamente que convertir en testigos de esperanza. A ese mundo nuestro que vemos tantas veces desencantado, que simplemente parece que se va dejando arrastrar por las cosas que le salen al paso cada día, pero sin ilusión por algo nuevo y distinto, sin ilusión por cosas grandes, por poner metas altas en la vida, tenemos nosotros que contagiar con nuestra esperanza.

Es posible algo nuevo, algo distinto, algo mejor, algo que nos de profundidad a la vida, algo que nos de altura espiritual. Tenemos que ser testigos. Tenemos que expresarlo con nuestras palabras pero tenemos que expresarlo con un nuevo estilo de vida, no nos podemos dejar arrastrar por esas rutinas que nos llenan de vacío la vida. Mantengamos viva la vida, mantengamos esos sueños que nos llenan de fuerza y que ponen ilusión nueva en el corazón.

Es la ascensión que desde la Ascensión de Cristo al cielo también tenemos que poner en nuestra vida.



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