Porque
nos sentimos amados y estrechamos cada vez más nuestros lazos de amor con Jesús
podremos llegar a ser signos y testigos creíbles del evangelio en el mundo
Hechos 20, 28-38; Sal 67; Juan 17, 11b-19
¿Quién no
desea para sus amigos lo mejor y que ningún peligro pueda afectarles o hacerles
daño? En la medida en que anudan los lazos de la amistad estaremos sintiendo
como algo propio lo que le pueda suceder al amigo, nos alegramos con sus
alegrías, soñamos con sus esperanzas, sufrimos con lo que les pueda afectar y
buscaremos en todo momento lo mejor. Es la señal y la muestra del amor y de la
amistad. Si en un momento tenemos que separarnos de ellos, la despedida se
convierte en recomendaciones y en buenos deseos, y ya pondremos de nuestra
parte lo que sea para que nada les falta, nada les afecte; además nos daremos
cuenta que por esos lazos de amistad que hemos creado, los demás verán en ellos
como una imagen nuestra, de manera que si alguno nos repudia, hay la
posibilidad de que a ellos también los repudien.
Es lo que
está expresando Jesús en aquellos momentos de la cena pascual, cuya sobremesa
ha sido momentos de confidencias y recomendaciones, y que ha terminado convirtiéndose
en oracion, en estos momentos por los discípulos que quedan en el mundo. ¿Qué pide
Jesús? que su ausencia no les pueda afectar tanto como que se pudieran ir a la
desbandada, pero también pide para ellos que manifiesten de verdad el signo de
la unidad entre ellos; si hasta ahora se han sentido como una piña en torno a
Jesús, que ahora se mantenga esa unidad, porque además va a ser señal para que
el mundo crea. ‘Padre santo, guárdalos
en tu nombre, a los que me has dado, para que sean uno, como nosotros’.
Volverá Jesús más adelante a insistir en lo mismo.
Pero los anuncia Jesús también que
igual que el mundo le rechazó a El, a ellos también los van a rechazar. ‘Yo
les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como
tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los
guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo’.
Pero en medio del mundo los deja porque
a él han de ir con una misión. Son los continuadores de la obra de Jesús, los
enviados de Jesús. ¿No los había elegido para que fueran apóstoles? Los había
elegido para que estuvieran con El; a ellos de manera especial había ido instruyéndolos
para la misión que han de realizar. Ahora han de sentirse los enviados de
Jesús.
‘Santifícalos en la verdad: tu
palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al
mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean
santificados en la verdad’. Pero no
solo van con la misión de Jesús sino con la fuerza de su Jesús; les ha
prometido su Espíritu. Llevan la garantía de su amor. Y los que se sienten
amados van siempre con la alegría de ese amor a comunicar a los demás su
experiencia, el amor que han vivido y les ha engrandecido. Cuando lo reciban en
Pentecostés han de repartirse por el mundo con la misma misión de Jesús, con la
misma obra de Jesús.
¿Sentiremos en verdad nosotros esos
lazos de amor para vivir esa necesaria unión profunda con Jesús, pero también
para sentirnos enviados con su misma misión? Es algo en lo que tenemos que
ahondar en nuestra vida. Algo quizás nos está fallando en el recorrido de
nuestra vida cristiana. Muchas veces la hemos reducido demasiado a unos
cumplimientos, a hacer cosas, pero no hemos profundizado lo necesario en esa
experiencia de sentirnos amados. De ahí vienen los cansancios y los abandonos,
de ahí viene ese poco entusiasmo con que vivimos nuestra fe, de ahí surgen esos
miedos y cobardías para dar la cara por el evangelio, fruto de ello es esa
tibieza espiritual con que vivimos contentándonos muchas veces con los mínimos,
pero con esa falta de coraje para dar testimonio, para ser en verdad signos y
testigos creíbles en medio del mundo.
Cultivemos nuestra espiritualidad que
es saborear ese amor que Dios nos tiene. Sentiremos entonces empuje en nuestro
corazón, mayor compromiso en nuestra vida, daremos testimonio de un amor
autentico, haremos un verdadero anuncio del evangelio.
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