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jueves, 25 de mayo de 2023

Hablamos bonito de la unidad, rezamos por la unidad, pero algo nos falta, no damos señales de esa comunión que entre los que creemos en Jesús tendría que haber

 


Hablamos bonito de la unidad, rezamos por la unidad, pero algo nos falta, no damos señales de esa comunión que entre los que creemos en Jesús tendría que haber

Hechos 22, 30; 23, 6-11; Sal 15; Juan 17, 20-26

Aunque por naturaleza estamos hechos para la relación, para la comunicación y podríamos decir también para la comunión, sin embargo pesa mucho en nosotros la tendencia y la tentación a querer caminar cada uno por su lado, a encerrarnos muchas veces en un egoísmo insolidario pensando que nos valemos solo por nosotros mismos sin necesitar ni la presencia ni la ayuda de los demás. Es la tentación del orgullo y de la autosuficiencia que no siempre sabemos superar, de forma incongruente tememos ser superados por los demás, que nos hagan sombra, y por eso intentamos muchas veces caminar a nuestra manera en solitario; claro que el que se cae en solitario, solo se verá y más difícil será el que pueda levantarse.

Qué hermosa sería la vida si fuéramos capaces de superar esos orgullos tontos y supiéramos comenzar a caminar juntos, a colaborar los unos con los otros, en fin de cuentas formamos parte de un mismo mundo que es para todos y tendríamos que ser como una familia. Viendo esa cercanía, sabiéndonos ayudar los unos a los otros superaríamos tantas carencias que nos encontramos en la vida y compartiendo los unos con los otros crearíamos una riqueza, y no pienso en lo material que también, sino espiritualmente que nos haría crecer más y más como personas.

Por algo será uno de los valores fundamentales, la unidad, que nos deja Jesús como signo del Reino de Dios que hemos de vivir y que es fruto del amor que tiene que ser en verdad la base de nuestras mutuas relaciones. Esa unidad que no solo es estar juntos, aunque ya eso es un paso importante, que no es solo colaborar los unos con los otros quizás movidos por el interés de lograr que salgan las cosas, que las podamos aserré mejor, cosa importante también, sino entrar en caminos de comunión, esos lazos de amor que nos hacen estar unidos porque en verdad nos queremos y sentimos que los demás de alguna manera también son algo nuestro.

Ruega Jesús, en esta oración sacerdotal de la última cena, ahora no solo ya por aquellos a los que ha llamado de una manera especial, sino que ruega por todos los que crean en su nombre, todos los que hemos puesto nuestra fe en El, y ruega para que se manifiesta esa unidad y esa comunión. Será además el gran signo que mostremos ante el mundo que nos rodea de la verdad y de la importancia de la fe que profesamos. ‘Para que el mundo crea’, dice Jesús en su oración.

Es un gran déficit que aun mantenemos en nuestra vida y, por qué no decirlo, en la vida de la Iglesia. Seguimos con nuestra tendencia al individualismo y cuanto nos cuesta formar verdadera comunidad, crear de verdad esos lazos de amor que nos lleven a vivir esa comunión entre todos. Asignatura pendiente a nivel personal porque no siempre ponemos todo de nuestra parte para lograr esa unidad; mantenemos nuestras distancias, miramos primero por lo nuestro y por los de aquellos que están más cercanos a nosotros, seguimos pensando en nuestros intereses particulares.

Asignatura pendiente en nuestras comunidades. Nuestras parroquias no terminan de ser verdaderas comunidades. Nos reunimos cada domingo para la celebración de la Eucaristía que tendría que ser la mayor expresión de esa unidad, pero incluso en nuestros propios encuentros para la celebración seguimos manteniendo nuestras distancias; tenemos nuestro sitio en el templo, por ejemplo, y no nos importa que quedemos distantes de los demás que estamos participando y viviendo la misma celebración; quizá llega el momento de la paz y muy efusivamente nos damos la paz entre los que nos encontramos más cercanos, pero cuando termina la celebración salimos por la puerta cada uno por nuestro lado como si nunca nos hubiéramos visto o no nos conociéramos.

Y el resto de la semana ¿qué lazos de amistad y unidad mantenemos con los que hemos estado participando en la misma celebración? Hace poco me encontré con la sorpresa de un señor que va a la misma Eucaristía que yo los domingos, incluso participa haciendo las lecturas de la liturgia, aunque eso sí, él está en su banco de siempre con el familiar que le acompaña, pero resulta que vive a pocos metros de donde yo vivo, y nunca nos vemos, ni nos saludamos, ni mantenemos una amigable conversación ya que cada domingo participamos en la misma Eucaristía. ¿Qué nos está faltando a ambos? Y pienso en mí mismo, el primero. ¿Qué signo estamos dando a los que viven a nuestro alrededor que quizá saben muy bien que tanto él como yo vamos a misa todos los domingos?

Hablamos bonito de la unidad, rezamos incluso por la unidad, pero algo nos falta que no damos señales de esa unidad y de esa comunión que entre los que creemos en Jesús tendría que haber.

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