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sábado, 21 de marzo de 2020

El estilo de los que seguimos a Jesús se presenta en la humildad, la verdad de su vida y su pobreza, con nuestras debilidades pero siempre con la actitud del servicio y del amor


El estilo de los que seguimos a Jesús se presenta en la humildad, la verdad de su vida y su pobreza, con nuestras debilidades pero siempre con la actitud del servicio y del amor

 Oseas 6, 1-6; Sal 50; Lucas 18, 9-14
Es una cosa que tenemos tendencia a hacer, compararnos con los demás. No lo reconocemos si nos lo preguntan, pero en nuestro interior lo llevamos y en ciertas actitudes o formas incluso de relacionarnos con los demás lo manifestamos. ‘Yo no soy así…’ decimos con facilidad y cuando estamos diciendo esto es porque estamos haciendo comparación. Nos gustará o no nos gustará lo que el otro hace, pero siempre tenemos el prurito de decir aunque fuera de una forma muy sutil que nosotros los hacemos mejor, que no somos como esa persona, que nosotros si estamos en la cierto porque sabemos bien lo que hacemos y que el otro… buenos vamos a dejarlo aquí porque algunas veces podemos tener expresiones que no son repetibles.
Y es que en nuestro orgullo queremos sobresalir; en nuestro orgullo nunca reconoceremos que hacemos algo mal o que nos hemos equivocado; nos sentimos muy heridos en nuestro amor propio cuando nos hacen reconocer nuestros errores, nuestros fallos y siempre estaremos buscando una justificación.
Bueno quizá en la presentación del tema estemos generalizando de una forma excesiva, porque bien sabemos que no todo el mundo es así, pero es que necesitamos enfrentarnos con nosotros mismos y ser capaces de mirarnos con sinceridad para reconocer también nuestros errores, para no echarnos demasiado incienso por aquellas cosas buenas que hacemos – que por supuesto también las hacemos -, para no subirnos en pedestales ni ponernos por encima del otro, porque si nos miramos con sinceridad seremos humildes.
Es por lo que Jesús nos propone la parábola que escuchamos en el evangelio. Nos dice el evangelista que ‘dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás’. Ya la conocemos porque muchas veces la hemos escuchado y meditado. Los dos hombres que suben al templo a orar, el fariseo y el publicano. Ya las posturas y la colocación lo están diciendo todo. El que se pone en medio, para que todos los vean; el que se pone en medio y mira por encima del hombro; el que se pone en medio con actitud prepotente que parece que va a avasallar a todo el mundo.
No será siempre el lugar físico quizás el que denote nuestra prepotencia, porque eso lo llevamos en el corazón, pero es bien significativo como Jesús nos narra la parábola. Cuantas veces vamos arrollando por la vida, con nuestras influencias, con el poder de lo que nosotros llamamos nuestro prestigio o quizá con el poder de nuestra riqueza; quizá con nuestra palabrería con la que no dejamos hablar a nadie o nuestras oratorias vacías y repetidas mil veces sin decir nada pero con las que queremos encandilar a la gente.
Mientras que el publicano anda poco menos que escondido en el último lugar, donde quizá nadie note su presencia ya que tan desagradable se hace para muchos; pero es la actitud y la postura del corazón. No se atrevía a levantar sus ojos, y humildemente se sentía pecador. Es cierto que no tenemos que mostrarnos con prepotencia, pero realmente tampoco tenemos por qué ocultarnos, con lo que somos nosotros queremos hacer el bien, dar gloria Dios, y tampoco tenemos que ocultar nuestros valores que pudiera convertirse eso en una soberbia camuflada. Vamos con la realidad de nuestra vida, que sabemos también llena de debilidades y defectos, pero queriendo poner mucho amor en lo que hacemos.
El estilo de los que seguimos a Jesús se presenta en la humildad, la verdad de su vida y su pobreza, con sus debilidades que todos tenemos pero siempre con la actitud del servicio. No queriendo nunca humillar, pero siempre tendiendo la mano para ayudar a levantarse al débil o al caído y para ayudar a caminar; nunca con la prepotencia del que se siente seguro en si mismo y de ninguna manera despreciando a los demás; con la certeza de nuestra fe y con las inseguridades de nuestras dudas; con la fuerza del amor y dejándonos siempre conducir por el Espíritu del Señor.

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