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domingo, 15 de marzo de 2020

Señor, dame de esa agua de vida que tú nos ofreces para plenitud de nuestra ser y no sintamos la tentación de ir a buscarla a otras fuentes



Señor, dame de esa agua de vida que tú nos ofreces para plenitud de nuestra ser y no sintamos la tentación de ir a buscarla a otras fuentes

Éxodo 17, 3-7; Sal 94; Romanos 5, 1-2. 5-8; Juan 4, 5-42
Un pozo de agua junto al camino; unos caminantes que vienen de larga caminata desde Jerusalén; mientras los discípulos se acercan al pueblo vecino a buscar algunas provisiones para comer, Jesús se queda, sin embargo, sentado junto al brocal del pozo esperando. El pozo es hondo, hay agua pero no hay medio de poderla sacar; solo cuando alguien del pueblo venga a buscar agua traerá lo necesario para poderla sacar. Y Jesús está allá esperando. ¿El agua? ¿Los medios para poder sacarla del pozo? ¿O a quien tenga verdadera sed de un agua viva que El nos pueda ofrecer?
Es serio estar sediento junto al agua y no poder beberla para calmar la sed. Como quien estaba junto a aquel pozo de Jacob sin tener con que sacarla. Hoy cuando de esa sed material se trata con los medios que tenemos nos es fácil llevar en nuestra mochila la cantimplora de agua o la conseguimos en cualquier sitio sin necesidad de buscar pozos ni fuentes. Pero bien sabemos que con esta imagen se nos quiere decir mucho más.
Pero es bien significativa la imagen por todo lo que el agua puede significar en la vida de la persona. Es fuente de vida no solo por cuanto nuestro cuerpo la necesita sino que la vemos como fuente también de nuestro espíritu muchas veces sediento sin saber donde encontrar lo que calme esas ansias profundas que la persona lleva dentro de si. ‘Dame de beber’ de alguna manera estamos pidiendo en esas búsquedas interiores, en esos interrogantes que se nos plantean en la vida, en ese deseo de un sentido para lo que hacemos o queremos vivir, cuando vemos también tantas cosas sin sentido a nuestro alrededor, tantas cosas que no nos satisfacen, tantas cosas o situaciones que muchas veces se nos presentan llenas de oscuridad. Las circunstancias de la vida nos llenan tantas veces de turbación y de negruras.
Es el diálogo que escuchamos hoy en el evangelio manifestando Jesús primero esa sed que le hacia pedir agua a la mujer que venía al pozo, pero que nos descubre que quien realmente estaba sedienta era aquella mujer que se veía envuelta también en interrogantes, en preguntas profundas, en sin sentidos de su vida que irá manifestando poco a poco en diálogo con Jesús.
Es un texto que nos manifiesta algo maravilloso porque  nos hace ver cómo Dios quiere hacerse el encontradizo con el hombre, porque realmente es El quien nos busca, aunque nosotros nos creamos que somos los buscadores. ¿Por qué se quedó Jesús junto al pozo y no se fue al pueblo con los discípulos que buscaban qué comer? Lo que buscaba Jesús era aquel encuentro y el corazón de aquella mujer. Era el encuentro que Jesús provocaba antes que los deseos de búsqueda que pudiera haber en aquella mujer. Aunque con las reticencias propias de personas pertenecientes a pueblos diferentes y que de alguna manera se consideraban enemigos, aquella mujer fue abriendo su corazón para comenzar pidiendo ella que le diera del agua que Jesús le ofrecía, y para terminar yendo al pueblo ya como evangelizadora portando la buena noticia de lo que había encontrado en Jesús.
Habían ido apareciendo sus inquietudes, las reticencias que se tenían los judíos y los samaritanos, los problemas de su búsqueda de Dios que no sabia encontrarlo con aquellas luchas y enfrentamientos religiosos que tanto los habían distanciado, como eran también las negruras que pudiera haber en su desordenada vida.
Pero demos el salto para no quedar solo en hechos pasado. En este tercer domingo de cuaresma nosotros también vamos a acercarnos al pozo que nos puede dar el agua viva. Vamos a comenzar sintiéndonos sedientos, reconociendo esa sed que quizá muchas veces queremos disimular y no reconocer pero también en nosotros hay cosas que nos inquietan, nos interrogan por dentro, nos hacen a veces sentirnos como desorientados, desde los problemas que vivimos en el hoy de nuestra vida, desde lo que nos cuesta a veces vivir nuestra fe y hacer que esa fe dé un sentido hondo a nuestra vida, desde las cosas que podemos ver incluso en nuestra iglesia que en ocasiones quizá no nos satisfacen o hasta nos puede escandalizar. Hay ocasiones incluso que nos parece que no sabemos a donde tenemos que ir a buscar el agua que nos dé vida de verdad.
‘Señor, dame de esa agua’, como decía aquello mujer, dame esa agua que tú nos ofreces, la que calma nuestra sed de verdad, la que va a dar un sentido de plenitud a nuestra vida, la que va a ser una luz en medio de tantas oscuridades y confusión, dame de esa agua para que no tenga que ir a buscarla a otros sitios, no sienta la tentación de ir a buscarla en otras fuentes. Tenemos que reconocer que la única fuente de agua viva es la que encontramos en Jesús, en su evangelio. No podemos buscar otros pozos que se nos ofrecen como espejismos en el desierto de la vida, aunque mucha sea la tentación en ocasiones.
No podemos hacer la ascensión a la Pascua que significa el camino cuaresmal que vamos recorriendo si nos falta esa agua que nos llena de aliento y vitalidad. Cuando vamos a subir a la montaña hemos de proveernos del agua que necesitaremos en el camino de subida. Con sinceridad cada día vamos a ir a la fuente de la Palabra de Dios para regar de verdad nuestro corazón y nuestra vida. Es la que va a hacer que resurjan esos nuevos brotes de vida que necesitamos en nosotros para hacer que demos frutos y frutos en abundancia. Así podremos hacer pascua.
En las circunstancias de los acontecimientos que estamos viviendo incluso nos puede parecer que nos va a faltar un alimento cuando no podremos ir en estos días a la celebración de la Eucaristía y poder comulgar el Cuerpo de Cristo. Será quizá un sacrificio y un acicate, pero sabemos que en nuestro corazón no nos va a faltar ese alimento de Dios porque espiritualmente podemos unirnos a El, podemos hacer lo que se llama la comunión espiritual. Así con más hambre y sed de Dios llegaremos a la Pascua y podremos entonces sentir – eso esperamos que podamos hacerlo – toda la alegría del aleluya de la resurrección.

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