San
José, el hombre creyente que desde su fe en la tormenta no perdió la serenidad
del espíritu y llenó de bondad su corazón para descubrir el plan de Dios
2Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88;
Romanos 4, 13. 16-18. 22; Mateo 1, 16. 18-21. 24a
‘¿No es este el hijo del carpintero?’ se preguntaba la gente de Nazaret cuando
escucharon a Jesús aquel sábado en la sinagoga. Es la forma de referirse a José
en el evangelio del que en otro momento se dice que era un hombre bueno. Pero
de los pocos rasgos de los que nos habla el evangelio se manifiesta el hombre
creyente que en medio de las turbulencias y dudas a las que se vio sometido no
perdió el sentido de la fe para saber descubrir detrás de todo cuanto le
sucedía lo que era la voluntad de Dios.
Cuánto nos cuesta cuando
nos vemos en la vida envueltos en turbulencias, en dudas, en problemas que nos
parecen irresolubles no perder ese sentido de la fe. En ocasiones, es cierto,
lo pasamos mal, no comprendemos lo que nos sucede o el por qué de las cosas,
nos vemos como envueltos en oscuridad que nos llena de miedos, el futuro se nos
hace incierto, y tememos los fracasos o los sufrimientos que de una forma u
otra nos pueden sobrevenir, sufrimos por nosotros y lo que nos pueda suceder
pero también por aquellos a los que queremos y están cerca de nosotros.
¿Qué hacer? ¿Cómo
enfrentarnos a estas situaciones? ¿Dónde encontrar la fuerza para la lucha,
para mantener la constancia y no hundirnos en la desesperanza? Dudas,
incertidumbres, miedos, que nos inquietan y nos agobian. ¿Dónde encontrar esa
luz que nos haga ver con claridad, que nos haga mantener la serenidad del espíritu
porque sabemos que con la perseverancia podremos encontrar la salida?
José pasó por un momento
fuerte de turbación. Lo que estaba sucediendo le quitaba el sueño porque había
silencios que no entendía, sucedían cosas que estaban fuera de lo normal. Pero
era bueno, quería buscar salidas honrosas para todos porque no quería de
ninguna manera hacer daño y menos a quien amaba. El embarazo de María se salía de
los cauces normales y eran terribles las pesadillas que pasaban por su
espíritu. Pero esperó, confió, se dejó conducir por el Espíritu del Señor que
estaba en su corazón aunque casi no se daba cuenta en medio de tantas
oscuridades.
Y el Señor le habló a su
corazón. En sueños - ¿acaso el podía dormir con aquel tormento? – el ángel del
Señor se le manifiesta – es una forma bíblica de expresarnos lo que era la
acción del Espíritu – y arroja un rayo de luz sobre su vida. Detrás de todo
aquel misterio estaba Dios y él supo descubrirlo y escuchar lo que el Señor le
pedía. Su colaboración iba a ser esencial en la historia de la salvación, en la
obra de nuestra salvación. Aquel niño que se gestaba en el seno de María era
obra de Dios y con El habría de nacer la salvación para el mundo. Aquel niño
habría de llamarse – era él como padre quien tendría que ponerle el nombre – Jesús,
porque era la salvación de la humanidad.
José no perdió el sentido
de la fe. Una fe que le hacía confiar y le llenaba de esperanza; una fe que le
hacia mantenerse fuerte en medio de la tormenta para no perder la serenidad del
espíritu; una fe, es cierto, que le hacía buscar, pero que era al mismo tiempo
su fortaleza en medio de toda la tribulación; una fe que le impulsaba a seguir
actuando con responsabilidad pero que al mismo tiempo llenaba de bondad su
corazón; una fe que le hizo sentir la presencia de Dios cuando podría parecer
que todo estaba perdido; una fe que le daba fortaleza a su corazón cuando todo parecía
oscuridad y se llenaba de temores; una fe que le hizo descubrir lo que era el
plan de Dios para su vida.
Qué lección más hermosa
para nuestra vida y en los momentos que vivimos. Que no nos falte la visión de
fe ante todo lo que nos sucede; que desde esa fe sintamos la fortaleza de Dios
en medio de las tormentas de la vida; que se mantenga la serenidad de nuestro
corazón; que nos sintamos en todo momentos impulsados a lo bueno y a la
solidaridad con los que sufren; que nunca perdamos la esperanza porque detrás
de este túnel está la luz, encontraremos la luz; que descubramos detrás de
cuanto nos sucede lo que es el plan de Dios para nosotros. Y es que Dios no nos
abandona; Dios se hace presente en nuestra vida, nos acompaña y fortalece con
su gracia, nos da la presencia y la fortaleza del espíritu.
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