Busquemos respuestas profundas en la vida que nos saquen de
superficialidades y orgullos vanos
2Reyes 5, 1-15ª; Sal 41; Lucas 4, 24-30
Es normal
en los pueblos el sentirse orgulloso de sus cosas, de sus costumbres y
tradiciones, de sus fiestas o del patrimonio histórico o cultural que puedan
poseer. Fiestas como las de mi pueblo no hay ninguna, habremos oído de decir en
más de una ocasión; y lo escuchas en este pueblo, pero te repetirán eso mismo
cuatro pueblos más allá. Nuestras tradiciones son únicas e irrepetibles, nos
dicen haciendo gala de sus costumbres o de las tradiciones que conservan
comparando siempre con el pueblo de al lado que según quien te lo diga te dirá
– o mejor te lo dirán en un lado y en otro - que nada como lo de ellos. Es el
orgullo de los pueblos, de su historia, de lo que hacen y de lo que forma parte
de su idiosincrasia.
Orgullos
que en ocasiones llevan a enfrentamientos y rivalidades que pueden también
ayudar a un crecimiento de superación o que puede por otra parte hacerles
dormir sobre sus laureles, pero sin avanzar en la vida. Hablo de los pueblos,
como podría hablar de los individuos que se creen también superiores, mejor
dotados o más capaces pero que incluso algunas veces puede anularles.
Algo así
pasaba en Nazaret. Cuando Jesús se levantó en la sinagoga para hacer la lectura
de la Ley y los Profetas se sintieron orgullosos y todo eran alabanzas, porque
era uno de su pueblo. Pero cuando Jesús en su comentario quiere hacerles
recapacitar sobre su orgullo o su creerse merecedores de todo la reacción al
final se convierte en violenta. Ya estaban esperando quizá el milagro más
espectacular, pero no era la fe lo que les movía sino esa ensoñación de su
orgullo que les hacia creerse merecedores de que allí hiciera muchos milagros,
pero no estaban viendo que Jesús estuviera en esa motivación.
Ante su
falta de fe autentica, ante el orgullo que inundaba sus corazones para incluso
hacerles exigentes en lo que esperaban lograr de Jesús que pudiera incluso
levantar el nombre de su pueblo sobre los pueblos vecinos, Jesús les recuerda
que en tiempos de Elías cuando el hambre y la miseria azotaba aquella región
seria una pagana, una mujer de Sarepta de Sidón la que se vería beneficiada por
la acción del profeta; que aunque había muchos leprosos en Israel seria un
sirio, luego un gentil, el que se vería beneficiado del poder de Eliseo para
curarle de la lepra. Solo donde había fe autentica era donde se manifestaba la acción
maravillosa de Dios, y era lo que tenían que despertar en sus corazones.
Pero eso
tenemos que aplicárnoslo a nosotros, preguntándonos qué nos quiere trasmitir
hoy a nosotros la Palabra de Dios que se nos ha proclamado. No nos vale solo
hacer bonitas interpretaciones y explicaciones recordando hechos de la historia
de la salvación sino que esos hechos tenemos que traducirlos a situaciones que
nosotros vivamos hoy y que nos ayuden a ese necesario despertar de nuestra fe.
Si antes hablábamos
del orgullo de los pueblos por sus tradiciones o por su historia, también en
este aspecto de lo religioso podríamos encontrar esos orgullos que nos hacen
creernos mejores y más santos de cuantos están a nuestro alrededor. Lo tenemos
que pensar individualizándolo en la vida de cada uno, pero lo podemos ver
también como reflejo de lo que puede estar en la vida de nuestras comunidades
cristianas.
Pueblos
conocemos que se tienen la fama de ser los más religiosos o más cristianos de
una comarca haciendo comparaciones con la forma de vivir o expresar su
religiosidad o su cristianismo otros pueblos de alrededor. Ahora que se acerca
la semana santa que para muchos se queda en el boato y esplendor de imágenes y
procesiones, aquí tendríamos que reflexionar en lo que hondamente hay o no hay
en el corazón de quienes hacen gala de esos esplendores y solemnidades donde
pronto comenzaremos a hacernos comparaciones entre unas parroquias y otras,
entre unas procesiones y otras, entre las diferentes cofradías o hermandades
que adornan con todo su boato esas procesiones.
Todo esto
nos tendría que dar que pensar, no sea que acaso terminemos con violencias
semejantes a como terminó el pueblo de Nazaret contra Jesús al que querían
arrojar montaña abajo. Este año con la situación que se está viviendo se van a
venir abajo todos esos boatos y todo ese esplendor de unas procesiones que no
se podrán hacer. Muchos se sienten mal, parece que el mundo se les viene abajo,
pero tendríamos que ver cual será la respuesta auténticamente cristiana que
demos a esa situación; cuál va a ser la respuesta en el orden religioso y de la
fe que van a dar todos esos a los que se les viene abajo ese esplendor de unas
procesiones que como las nuestras no hay ninguna.
¿Habrá un
verdadero descubriendo del sentido de la fe, del sentido que tendríamos que
darle a todas esas manifestaciones religiosas, para llegar a una vivencia
verdaderamente comprometida de nuestra fe?
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