Jesús
nos enseña a centrar nuestra vida en Dios, pero para que sepamos descubrir la
grandeza y el valor de la persona
Hebreos 6,10-20; Sal 110; Marcos 2,23-28
¿Quién pasa
por un sembrado y no siente apetito de llevarse a la boca alguna fruta que
podamos coger de un árbol o unos granos de trigo cogido de una espiga al pasar?
Parece la cosa más natural del mundo, y salvo que nos salga el dueño del
terreno con cajas destempladas porque todos los que pasan se enamoran de sus
peras o de sus naranjas, es algo a lo que damos la menor relevancia.
Pero aquí
había alguien al acecho y no era el dueño de aquellos sembrados que iban
atravesando Jesús con sus discípulos. El cansancio del camino, quizá la hora
inoportuna en que hacían el camino hizo que algunos discípulos hicieran lo que
hace cualquiera. Tomar algunas espigas, estrujarlas con las manos y llevarse
unos granos a la boca, que podían matar una fatiga, refrescar una garganta y
servir casi como un juego mientras iban haciendo camino. Y quienes estaban al
acecho eran precisamente unos fariseos o unos maestros de la ley que en aquel
gesto inocente estaban viendo ya la realización de un trabajo que precisamente
en sábado, era sábado cuando atravesaban aquellos sembrados, no se podía
realizar.
Había que
respetar el descanso sabático que ahora estaban incumpliendo los discípulos que
acompañaban a Jesús. ¿Cómo Jesús podía permitirles dichas acciones? ¿Dónde
estaba el cumplimiento estricto de la ley?
Por ahí andan
las cosas, por los rigorismos, por los cumplimientos rigurosos sin otras
razones sino que hay que cumplir la ley que está por encima de todo. Y la ley
está al servicio del hombre, la ley pretende garantizar el bien de la persona y
que nada ni nadie pueda hacernos daño con lo que hacemos. La ley es regularizar
nuestro actuar para que lo que hagamos sea siempre bueno, siempre busque el
bien de la persona, nadie pueda verse perjudicado.
Pero cuando
se meten por medio los rigorismos es a la persona a la primero que vamos a
dañar. Es cierto que el sábado estaba reservado para el culto al Señor, pero
era el día de descanso que pretendía garantizar el bien de la persona que nadie
se impusiera sobre el otro ni lo manipulara bajo ningún concepto. El descanso
buscaba el bien de la persona, para humanizar la vida, para no embrutecernos
con el trabajo, para que sepamos encontrar un tiempo para nosotros mismos, para
profundizar en nuestro interior, para abrir nuestro corazón a Dios, para poder
elevarnos por encima de la dureza de la vida buscando otros bienes más
preciosos que todo el oro o riquezas del mundo. Pero en nombre de ese descanso
no podemos dejar de atender a las necesidades de los demás, o a las necesidades
de la persona. Es centrar nuestra vida en Dios, pero para que sepamos descubrir
la grandeza y el valor de la persona. Pero cuando llegan los rigorismos todas
esas cosas se olvidan, y lo importante es cumplir la ley por cumplir la ley.
Jesús venía
para abrir nuestros corazones; Jesús quiere darle verdadera trascendencia lo
que hacemos; Jesús quiere que busquemos la dignidad de toda persona y por ello
nos preocupemos; Jesús viene a hablarnos del Reino de Dios, donde Dios es el
verdadero Señor de la vida, del hombre, de la historia, pero precisamente para
que busquemos siempre el bien de los demás, para que a nadie embrutezcamos ni a
nadie esclavicemos; Jesús viene a darnos la libertad más verdadera. Jesús
quiere que encontremos la verdadera paz del espíritu y nuestra vida está
siempre llena de alegría y de esperanza; Jesús quiere ponernos en camino de
algo nuevo, donde tampoco nos sintamos esclavizados por la ley.
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