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martes, 17 de enero de 2023

Jesús nos enseña a centrar nuestra vida en Dios, pero para que sepamos descubrir la grandeza y el valor de la persona

 


Jesús nos enseña a centrar nuestra vida en Dios, pero para que sepamos descubrir la grandeza y el valor de la persona

Hebreos 6,10-20; Sal 110; Marcos 2,23-28

¿Quién pasa por un sembrado y no siente apetito de llevarse a la boca alguna fruta que podamos coger de un árbol o unos granos de trigo cogido de una espiga al pasar? Parece la cosa más natural del mundo, y salvo que nos salga el dueño del terreno con cajas destempladas porque todos los que pasan se enamoran de sus peras o de sus naranjas, es algo a lo que damos la menor relevancia.

Pero aquí había alguien al acecho y no era el dueño de aquellos sembrados que iban atravesando Jesús con sus discípulos. El cansancio del camino, quizá la hora inoportuna en que hacían el camino hizo que algunos discípulos hicieran lo que hace cualquiera. Tomar algunas espigas, estrujarlas con las manos y llevarse unos granos a la boca, que podían matar una fatiga, refrescar una garganta y servir casi como un juego mientras iban haciendo camino. Y quienes estaban al acecho eran precisamente unos fariseos o unos maestros de la ley que en aquel gesto inocente estaban viendo ya la realización de un trabajo que precisamente en sábado, era sábado cuando atravesaban aquellos sembrados, no se podía realizar.

Había que respetar el descanso sabático que ahora estaban incumpliendo los discípulos que acompañaban a Jesús. ¿Cómo Jesús podía permitirles dichas acciones? ¿Dónde estaba el cumplimiento estricto de la ley?

Por ahí andan las cosas, por los rigorismos, por los cumplimientos rigurosos sin otras razones sino que hay que cumplir la ley que está por encima de todo. Y la ley está al servicio del hombre, la ley pretende garantizar el bien de la persona y que nada ni nadie pueda hacernos daño con lo que hacemos. La ley es regularizar nuestro actuar para que lo que hagamos sea siempre bueno, siempre busque el bien de la persona, nadie pueda verse perjudicado.

Pero cuando se meten por medio los rigorismos es a la persona a la primero que vamos a dañar. Es cierto que el sábado estaba reservado para el culto al Señor, pero era el día de descanso que pretendía garantizar el bien de la persona que nadie se impusiera sobre el otro ni lo manipulara bajo ningún concepto. El descanso buscaba el bien de la persona, para humanizar la vida, para no embrutecernos con el trabajo, para que sepamos encontrar un tiempo para nosotros mismos, para profundizar en nuestro interior, para abrir nuestro corazón a Dios, para poder elevarnos por encima de la dureza de la vida buscando otros bienes más preciosos que todo el oro o riquezas del mundo. Pero en nombre de ese descanso no podemos dejar de atender a las necesidades de los demás, o a las necesidades de la persona. Es centrar nuestra vida en Dios, pero para que sepamos descubrir la grandeza y el valor de la persona. Pero cuando llegan los rigorismos todas esas cosas se olvidan, y lo importante es cumplir la ley por cumplir la ley.

Jesús venía para abrir nuestros corazones; Jesús quiere darle verdadera trascendencia lo que hacemos; Jesús quiere que busquemos la dignidad de toda persona y por ello nos preocupemos; Jesús viene a hablarnos del Reino de Dios, donde Dios es el verdadero Señor de la vida, del hombre, de la historia, pero precisamente para que busquemos siempre el bien de los demás, para que a nadie embrutezcamos ni a nadie esclavicemos; Jesús viene a darnos la libertad más verdadera. Jesús quiere que encontremos la verdadera paz del espíritu y nuestra vida está siempre llena de alegría y de esperanza; Jesús quiere ponernos en camino de algo nuevo, donde tampoco nos sintamos esclavizados por la ley.

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