Vamos
a seguir los pasos de Jesús, escuchar su Palabra y empaparnos de su Espíritu en
lo que tiene que ser el camino de cada día de todo cristiano
Isaías 49, 3. 5-6; Sal 39; 1Corintios
1, 1-3; Juan 1, 29-34
‘¿Quién decís
vosotros que soy yo?’, será una pregunta que un día
hará Jesús a sus discípulos allá junto a las fuentes del Jordán. Ahora
en las orillas de ese mismo río Jordán, ya mas cerca quizá de su desembocadura
en el mar Muerto, alguien nos va a decir quien es Jesús.
Allí en la
cercanía del desierto para significar mejor lo que había de ser el preparar los
caminos del Señor – en el desierto hay que ir abriéndose caminos – Juan
Bautista era la voz que anunciaba la llegada del Mesías y cómo había que
preparar sus caminos con la conversión y en el significado de aquel baño en las
aguas del Jordán como un bautismo purificatorio.
Allí mismo se
había abierto el cielo, como escuchábamos el pasado domingo, cuando Jesús se
puso en la fila de los pecadores que iban a recibir el Bautismo de Juan. Ya lo
escuchamos entonces la resistencia del Bautista a bautizar a Jesús cuando decía
que era él quien había de ser bautizado por Jesús. Había tenido la revelación
de que aquel sobre quien viera bajar el Espíritu en forma de paloma había de
señalarlo con quien venía a bautizarnos con el Espíritu. Entonces se había manifestado esa teofanía de
Dios, escuchándose desde el cielo la voz que lo señalaba como el Hijo amado del
Padre.
Si hasta
entonces la misión de Juan era preparar un pueblo bien dispuesto para el Señor
que llegaba como Mesías Salvador, desde entonces la misión de Juan se
transforma para ser el que da testimonio de quien es Jesús. Primero lo señala a
sus discípulos como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y ya
algunos se irán tras Jesús porque quieren saber donde vive, porque quieren
estar con Jesús; serán los primeros discípulos. Pero Juan sigue dando
testimonio para señalar claramente que es el Hijo de Dios.
‘Yo no
lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien
veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu
Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios’.
Es el
testimonio que hoy escuchamos. Es como ponernos delante el titulo y el cartel
hacia donde hemos de dirigirnos. Es el pórtico de este tiempo Ordinario que en
la liturgia comenzamos a recorrer y celebrar desde que el domingo pasado se
terminó el tiempo de la Navidad y la Epifanía. A partir de este momento
siguiendo el relato del evangelista seguiremos los pasos de Jesús, su anuncio
de la Buena Noticia del Reino de Dios que llega y que vamos a escuchar a lo
largo del todo el evangelio y para lo que tenemos que prepararnos, se
predicación primero por los pueblos y aldeas de Galilea, los signos que realiza,
las parábolas que nos ofrece, los pasos que hemos de ir dando en nuestra subida
a Jerusalén para vivir la Pascua con Jesús.
Por eso
como centro de todo el año litúrgico tenemos la fiesta de la Pascua, para la
que nos prepararemos con la Cuaresma y prolongaremos con los cincuenta días del
tiempo pascual. Luego retomaremos de nuevo el tiempo Ordinario para continuar
en el día a día viviendo el misterio de Cristo empapándonos de cada una de las
páginas del evangelio.
Tenemos la
ventaja de que se nos está diciendo claramente quien ese Jesús a quien vamos a
escuchar y a quien vamos a seguir. Porque vamos a hacer camino con El. Cada año
hacemos a través de la liturgia todo un recorrido por el Misterio de Cristo que
significa hacer un camino. No es nuestro camino hecho a nuestra manera, aunque
seamos nosotros los que tenemos que ir dando los pasos. Es el camino de Jesús,
es Jesús mismo porque El es el camino y la verdad y la vida.
Ya desde
este primer momento vamos a abrir nuestro corazón, vamos a disponernos con todo
nuestro ser para escucharle y para seguirle. Haciendo silencio en nuestro
corazón para solo escucharle a El, dejándonos conducir por su Espíritu que es
quien no conduce, nos lleva a la vida, permitiendo que la Palabra caiga en lo
más profundo de nuestro corazón al que queremos disponer como tierra buena para
que de fruto al ciento por uno.
No
viviremos ahora la intensidad de la fiesta que hemos vivido en Navidad y que
con toda solemnidad retomaremos en la Pascua, pero sí tenemos que hacer fiesta
cada domingo y cada día de nuestra vida porque siempre hemos de vivir en el
gozo en el Señor. es el espíritu festivo que siempre han de tener nuestras
celebraciones, es la alegría llena de esperanza que no puede faltar nunca en el
corazón de cada cristiano, es lo que queremos vivir cuando cada semana el día
del Señor nos reunamos para celebrar el misterio pascual de Cristo.
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