No
perdamos las oportunidades que tengamos de dar testimonio y hacer el bien en
nombre de esas ‘prudencias políticas’ que tantas veces nos acobardan
Hebreos 7,1-3.15-17; Sal 109; Marcos 3,1-6
¿Conviene o
no conviene este momento? ¿Será ahora el momento propicio o mejor esperar?
Preguntas así nos hacemos muchas veces desde nuestras prudencias humanas. ¿Será
o no políticamente correcto? Se preguntan incluso los políticos atendiendo a
sus posibilidades de poder, y así andan hasta con sus asesores de todo tipo para
que saber cuando hay que decir una cosa o es mejor callar hasta que sea el
momento más oportuno y nos pueda traer unos rendimientos. No es solo en la vida
política, sino que en otros muchos aspectos de la vida social también andamos
con esas prudencias en nuestro actuar. ¿Y no andaremos así hasta en nuestra
vida cristiana o en el hacer incluso de la Iglesia? Asesores tendríamos que
tener para todo que nos estudien el panorama para nuestras prudencias
pastorales.
¿Se estaría
preguntando algo semejante Jesús en aquella ocasión en que fue un sábado a la
sinagoga? Sabía que estaban al acecho a ver cómo encontraban algo para ir a la
contra; estamos en el capitulo 3 del evangelio de Marcos y ya nos está hablando
de los que estaban en contra de Jesús. Por allí sabía Jesús que había un hombre
enfermo, con la mano seca o algo así como una parálisis, podría tener Jesús la
oportunidad de curar a aquel hombre para dar una señal mal del Reino de Dios
que estaba anunciando; incluso aquel hombre viendo la tensión que había quizás
quisiera pasar desapercibido para no meterse en la boca del lobo, a pesar de
los deseos que tuviera de verse curado de su enfermedad. ¿Convendría hacerlo
aparecer y realizar el milagro? ¿Dónde están los asesores de imagen de Jesús?
Estamos haciendo
referencias a nuestras ‘prudencias’, palabra que quizás en este caso tendríamos
que poner entre comillas. ¿Pero cuál era el actuar de Jesús? ¿Habría algo que
lo detuviera o alejara del cumplimiento de su misión? Creo que mucho nos puede
decir este evangelio para muchas actitudes cobardes que tenemos en la vida. Porque
esas prudencias algunas veces son cobardías, tener miedo a dar la cara, decir
con claridad lo que tenemos que decir, dar testimonio sin miedo a la oposición
que pudiéramos encontrar, manifestarnos aunque nos digan que es políticamente
incorrecto eso que estamos haciendo porque va en contra de todo lo que se hace
en nuestro entorno.
Mucho tendría
que hacernos reflexionar este evangelio para revisar muchas de nuestras
posturas, de nuestros miedos y cobardías, de esa falta de arrojo que estamos
manifestando los cristianos hoy en medio del mundo. No olvidemos que los
cristianos con el testimonio de nuestra fe, que la Iglesia con la misión que
tiene que realizar en medio del mundo tiene que ser luz y esperanza para ese
mundo que nos rodea, porque los gozos y las tristezas, como nos decía el
concilio Vaticano II que algunas veces olvidamos, todo lo que es la vida del
mundo que nos rodea son nuestros gozos y tristezas, y ahí tenemos que
manifestar nuestra luz.
La tensión se
palpaba en aquellos momentos de los que nos está hablando el evangelio hoy. Incluso
al final del evangelio no se hace mucha alusión de la admiración que la gente
manifestó ante lo que había hecho Jesús, sino que más bien se hace hincapié que
los fariseos se unieron a los herodianos para ver el modo de cómo acabar con
Jesús.
¿Qué está
permitido y que no se puede hacer un sábado? Es la pregunta que les hace Jesús,
cogiendo el toro por los cuernos como se suele decir. ¿Salvarle la vida a un
hombre o dejarlo morir? Nuestra misión es la vida, por la vida tenemos que
apostar aunque a nosotros nos cueste la vida, como le sucedió a Jesús. Jesús,
nos dice el evangelista, estaba dolido en su corazón por aquella cerrazón, por
aquellas actitudes negativas que muchos tenían.
Yo me
pregunto, ¿estará dolido Jesús en su corazón por tantas cobardías mías a la
hora de dar testimonio? No voy a echar en cara a los demás sino que me voy a
mirar a mí mismo. Cuántas cosas buenas habré dejado de hacer por esa prudencia política
que mantenemos tantas veces. Oportunidades perdidas de hacer el bien, de dar
testimonio, de proclamar valientemente nuestra fe.
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