Vestidura
nueva para el hombre nuevo sin remiendos ni apaños, odres nuevos para el vino
nuevo del Evangelio, tenemos que tomárnoslo en serio
Hebreos 5,1-10; Sal 109; Marcos 2,18-22
¿Qué es lo
que necesito para pertenecer a esta sociedad o a este club? Es la pregunta que
suelen hacer quienes quieren entrar a formar parte de algún tipo de sociedad o
club por el que muestran interés. Estarán unas cuotas que habrá que pagar, unas
características que hay que tener y unos ideales o unos protocolos que hay que
cumplir. Cumplimos nuestros tramites y ya nos creemos con derecho a pertenecer
a ese determinado grupo, asistiremos a alguna asamblea a la que se nos convoque
y hasta según la implicación que queramos tener evitaremos compromisos y
responsabilidades.
En la vida
nos estamos acostumbrando a eso que ahora llamamos protocolos, a unos
reglamentos que tenemos que cumplir y que siempre procuramos que sean los menos
y así andamos sin complicarnos mucho. Eso que hacemos en nuestra vida social
algunas veces también se nos convierte poco menos que en costumbre o en manera
de actuar en lo que sean nuestras relaciones con Dios, nuestra pertenencia a la
Iglesia, o lo que es nuestra vida religiosa o cristiana. Asistimos a algunas
cosas, mantenemos algunas costumbres o tradiciones, pero implicamos poco la
vida. Cumplimos, pero no nos comprometemos.
Algo así
vemos que vienen planteándole a Jesús en el texto que hoy escuchamos en el
evangelio. Ser de religión judía era la pertenencia a un pueblo, con unas
exigencias de circuncisión para los varones, unas prácticas religiosas de los
sábados en la sinagoga o de subida al templo de Jerusalén por la fiesta de la
Pascua con la cena del cordero pascual, y algunos sacrificios o ayunos en
determinados momentos.
Reciente
había estado la figura de Juan el Bautista que al preparar los caminos del
Señor en la inminente llegada del Mesías invitaba al ayuno y a la penitencia,
junto con el rito del bautismo en el Jordán. Su figura austera vestido de piel
de camello y alimentándose solo de saltamontes y miel silvestre, invitaba a sus
seguidores a vivir también en ese estilo penitencial.
Es lo que
ahora vienen a plantearle a Jesús, quienes no hacían tampoco mucho caso a lo
que había dicho el Bautista, porque Jesús estaba ofreciendo algo nuevo y distinto
cuando les hablaba del Reino de Dios. Su vida no iba en el camino de aquella
austeridad y ayuno, más bien lo llamarían comelón porque se sentaba a comer con
publicanos y pecadores. Por eso le plantean por qué sus discípulos no ayunan.
¿Podían los amigos del novio que con el participaban del banquete de bodas
prescindir de comer?, les viene a responder Jesús.
Y es que
Jesús lo que plantea es algo nuevo. Algo nuevo que no se soluciona con
remiendos que como arreglitos hagamos a nuestra vida. Ya para aceptar el Reino
de Dios que nos anunciaba nos pedía conversión para creer en esa Buena Noticia
que era el Reino de Dios. Significaba una vestidura nueva igual que le había
dicho a Nicodemo que había que nacer de nuevo. Los remiendos siempre terminan
en rotos peores y no arreglan nada; por eso pide para ese vino nuevo del
Evangelio unos odres nuevos; los viejos odres ya consumidos y demasiado
curtidos por el paso de diversas cosechas no podría soportar la fuerza del vino
nuevo y terminarían reventando.
Es lo que nos
está pidiendo Jesús. Unas nuevas actitudes, una nueva manera de actuar, dejando
atrás todo lo que significa el hombre viejo. Es novedad, es vida nueva, es
camino nuevo que nos plantea Jesús y es por donde tenemos que caminar. No es
cumplir unos protocolos o contentarnos con el cumplimiento externo y frío de
unos mandamientos, sino que tienen que ser las actitudes nuevas del corazón.
¿Llegaremos
en verdad a comprender el alcance del Evangelio? ¿Estaremos dispuestos a darle
en serio esa vuelta a la vida para no quedarnos en el remiendo, en el odre
viejo que al final no terminará aguantando toda la fuerza de la vida nueva que
nos ofrece Jesús?
Algunas veces
seguimos dando la impresión los cristianos que no nos hemos tomado en serio el
evangelio y queremos seguir con nuestros apaños y nuestros remiendos; nos
queremos quedar en cumplimientos sin poner esas actitudes nuevas, esos valores
nuevos en nosotros para que haya nueva vida. Y tenemos que reconocer que
algunas veces da la impresión que hasta la misma Iglesia tiene miedo a esa
novedad del evangelio y estamos añorando viejas prácticas, viejos protocolos,
viejas rutinas, quedándonos en el ropaje externo, en la solemnidad que nos
puede adormecer, evitando lo que sea un compromiso de total renovación.
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