Audacia
y valentía necesarios valores para optar por la novedad del Evangelio que nos
anuncia el Reino de Dios
Hebreos 4,12-16; Sal 18; Marcos 2,13-17
Me voy a
enrollar en algo que puede parecer un trabalenguas o cosa parecida. Hace falta
mucha valentía para ser audaz en la vida, como hace falta mucha audacia para
ser valiente. Ser audaz implica hacer algo nuevo, algo que va contracorriente o
algo que no esperan los demás que se haga; cualquiera no tiene la valentía de
romper moldes, de hacer las cosas distintas, por muy convencido que se esté de
lo que se quiere; hace falta una fuerza interior muy intensa para atreverse,
una valentía, decíamos.
Lo mismo que
el valiente; se atreve a meterse donde otros no lo hacen, salta por encima de
todas las posibles prudencias, porque ve que aquello hay que hacerlo, que es un
riesgo, pero que es necesario tener mucha decisión porque de alguna manera uno
está dispuesto incluso a perder. Es una audacia ser valiente.
¿Y a qué
viene toda esta consideración? Son dos actitudes, dos valores que hoy descubro
en el evangelio. Y tenemos que decir primero por parte de Jesús, pero que
también tenemos que descubrir en Leví.
Por parte de
Jesús porque ha venido a anunciar el Reino y eso va a significar muchos cambios
en la concepción de las cosas, en la manera de ver la vida, en hacer ese mundo
nuevo que tendrá que romper con moldes antiguos, que implicará a la gente en
nuevas actitudes, en nuevos valores, en una nueva concepción de la vida. No
todos estarán dispuestos, va a haber oposición, muchos vientos en contra, no
todos querrán cambiar con la radicalidad que pide Jesús. Pero Él anuncia el
Reino y no solo con palabras, sino con sus actitudes, con su manera de ser y de
actuar.
Está
reuniendo en torno de sí a los que van a ser sus discípulos, sus seguidores,
pero a los que un día enviará con su misma misión. No va escogiendo entre la
gente religiosa de Jerusalén que están todo el día en el templo; no escogerá a
los que humanamente se consideren más preparados, o aquellos con madera de
líderes, porque eso tendrán que ser en medio del pueblo y del mundo; no
escogerá entre los buenos de siempre, o mirando bien cuáles son sus raíces o
sus costumbres.
Ha ido
llamando a unos pescadores del lago de Galilea, que no destacarán ni por sus
riquezas ni por lo mucho que hayan estudiado; ha ido llamando gente sencilla de
aquellos pueblos por los que va pasando anunciando el Reino y que comienzan a
seguirle con entusiasmo, pero que tienen sus ideas, su manera de concebir lo
que es el mesianismo que están esperando, que pueden haber formado parte de
aquellos grupos más radicales como los celotes; y ahora vemos que llama a
alguien que es repudiado por el conjunto de los judíos, un recaudador de
impuestos, a pesar de la fama que tenían. Rompe Jesús los moldes, hace falta
audacia y tener la valentía y fuerza del Espíritu para esas decisiones.
Pero audacia
y valentía no le faltó a este último llamado, Leví, el recaudador de impuestos
que cumplía sus funciones allí probablemente en el mismo Cafarnaún que está
siendo el centro de las actividades de Jesús. Pero aquel hombre, sabiendo lo
que piensan de él, teniendo su vida en cierto modo asegurada porque esa función
llevaba consigo sus riquezas, a la primera palabra de Jesús se levanta de su
garito de recaudador y se va tras Jesús. Un hombre audaz para creer que él
puede servir de algo en lo que está planteando Jesús, y un hombre valiente para
tomar esa decisión y marcharse con Jesús.
Luego el
evangelio nos hablará de las primeras reacciones de los de siempre, aquellos
que siempre estaban al acecho con lo hacía o decía Jesús, porque veían que la
gente se iba con Jesús, que los planteamientos que Jesús hacía echaba por
tierra todo lo que había sido su plan de vida hasta entonces, y porque podrían
ver peligrar su situación de dominio y manipulación sobre las gentes.
Ahora
critican a Jesús porque come con publicanos y pecadores, como diciendo mira con
quién se mezcla, aquello de ‘dime con quién andas y te diré quién eres’,
que tantas veces hemos empleado nosotros en la vida. Pero como Jesús les dice
el médico no es para los que se consideran que están sanos, sino para los
enfermos y los que reconocen su enfermedad.
Una pregunta
quizás nos queda por hacernos a nosotros mismos. ¿Tendremos nosotros la misma
audacia y valentía? Nosotros que tantas veces andamos con nuestras precauciones
y nuestras ‘prudencias’. ¿Seremos capaces de dar el paso adelante por el Reino
de Dios como hoy vemos en el evangelio?
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