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domingo, 8 de enero de 2023

En la fiesta del Bautismo de Jesús revitalizamos nuestro bautismo y nos convertimos en signos de que el Reino de Dios es de los pobres, los humildes y sencillos

 


En la fiesta del Bautismo de Jesús revitalizamos nuestro bautismo y nos convertimos en signos de que el Reino de Dios es de los pobres, los humildes y sencillos

Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos 10, 34-38; Mateo 3, 13-17

Se nota donde nos sentimos a gusto. Y así manifestamos nuestras preferencias. Claro que no todos tenemos las mismas preferencias, las mismas prioridades en la vida, aquello que en verdad valoramos, que nos da sentido y fuerza para nuestro actuar. Para algunos las preferencias están en los poderes o las grandezas de este mundo, llenarán su vida de vanidad y apariencia, los veremos echarse la zancadilla unos a otros en lucha por los primeros puestos, lugares de influencia y de poder; son cosas apetitosas para endiosar nuestro ego y fácilmente se nos hacen golosas, apetecibles, tentadoras. Ahí los veremos cómo se sienten a gusto. Variadas son las apetencias en este sentido y muchos son los que encandilan con estas vanidades.

Claro que nos encontraremos también para quienes otras son sus opciones y preferencias, porque otro es el sentido que han descubierto para su vida. Son su verdadero tesoro, que sin embargo parece escondido y oculto para tantos. Son los caminos de la sencillez y del servicio, son los caminos de la cercanía y de la ternura, son los caminos humildes del que no quiere aparecer, pero sin embargo calladamente sabe servir, son los caminos de los que no les importa estar entre los últimos, porque es ahí con los sencillos y con los que nada aparentan donde se sienten a gusto.

Es lo que venimos contemplando en esta Navidad. Las preferencias de Dios, allí donde se siente a gusto. No habrá sitio para él en una posada pero tampoco tocará en la puerta de los grandes y poderosos para encontrar un lugar. No serán ni los sacerdotes ni los maestros de la ley de Jerusalén aunque conozcan bien las Escrituras, sino unos pobres pastores los que serán avisados que allí en los humildes campos de Belén ha nacido el Mesías Salvador que encontrarán en un humilde niño recién nacido y que no tiene otra cuna que las pajas de un pesebre. Nos dirá un día que no serán los sabios y entendidos, sino los pequeños, los pobres, los que nada tienen, los sencillos y humildes de corazón serán los primeros que conocerán a Dios, porque de ellos será el Reino de los cielos.

¿Dónde lo contemplamos hoy? Entre las filas de los que se sienten humildes pecadores y quieren ser bautizados, como señal de conversión y penitencia, en las aguas del Jordán. Es el médico que viene a estar con los enfermos, pero que viene a curar. Es el que luego sentirá más cercano de sí en el momento supremo de la cruz al ladrón que ahora se arrepiente y le pide que se acuerde de él en el paraíso. Es el que se ha puesto al nivel de los pecadores y de los malhechores no importándoles sentarse en una misma mesa con ellos, como morir mas tarde en ese suplicio de los que todos consideran los mayores malhechores. Es allí donde Jesús se manifiesta a gusto, porque para eso ha venido, para eso ha querido ser Emmanuel, Dios con nosotros.

Cuando el Bautista se enfrenta con él en aquella fila de pecadores le dirá que es él quien tiene que ser bautizado por Jesús aunque sea Jesús el que ahora pide recibir aquel Bautismo. Se hizo en todo semejante a nosotros, y aunque no tenía pecado vino a cargar con nuestro pecado, vino a llevar sobre sus hombros las cruz que nosotros merecimos, vino para abrirnos las puertas del cielo desde donde ahora veremos que se le señala como el Hijo amado del Padre a quien tenemos que escuchar. Pero es Jesús el que abre para nosotros las puertas del cielo porque por la fuerza de su Espíritu nosotros también seremos hijos y aunque seguimos siendo pecadores nos dice que va a prepararnos sitio porque donde esté El quiere que nosotros estemos con El.

Hoy, como culminación a todas estas fiestas de Navidad, estamos celebrando el Bautismo de Jesús en las aguas del Jordán. Ya lo venimos expresando, el maravilloso misterio de la Epifanía de Dios. No era pecador, pero en las filas de los pecadores estaba quien luego sería señalado por Juan como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No necesitaba de aquel bautismo quien venía para bautizarnos a nosotros en el Espíritu. Así Juan lo había sentido que se le revelaba en su corazón. Aquel sobre quien veas bajar al Espíritu en forma de paloma es el que viene a bautizarnos en el Espíritu. Y así se manifestó la gloria de Dios en aquella teofanía del cielo. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco’.

 Celebrar hoy nosotros el bautismo de Jesús en el Jordán tiene que servirnos para revitalizar nuestro Bautismo, aquel que un día nosotros recibimos recién nacidos por la fe de nuestros padres. Es caer en la cuenta de nuestra grandeza y de nuestra dignidad, porque hemos sido ungidos en el mismo Espíritu para ser con Cristo Sacerdotes, Profetas y Reyes. Somos también los ungidos del Señor por la fuerza del Espíritu y otra tendría que ser nuestra vida.

Merecemos, es cierto, estar en las filas de los pecadores y así con humildad tenemos que manifestarnos para agradecer al mismo tiempo la grandeza y la dignidad nueva que desde nuestro bautismo hemos recibido. Pero es hacernos conscientes de donde está nuestro lugar, aquel en que en verdad tenemos que sentirnos a gusto, como decíamos al principio. No es otro el camino que seguir el mismo camino de Jesús. Es lo que tanto nos ha repetido a lo largo del evangelio. Es donde tenemos que encontrar nuestro lugar. Son las señales que tenemos que dar ante el mundo del valor de las Bienaventuranzas que precisamente comienzan diciéndonos que son los pobres, los humildes y los sencillos los que serán dichosos porque de ellos es el Reino de los cielos.

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