Busquemos
la verdadera liberación que Dios quiere realizar en nuestra vida dando gloria a
Dios por las obras grandes que realiza en nosotros
Hebreos 3,7-14; Sal 94; Marcos 1,40-45
Lo bueno, es
cierto, tenemos que comunicarlo; y más en este mundo de sombras cuando aparece
por algún lado la luz tenemos que hacerla conocer, porque esa luz que nosotros
hemos encontrado no es solo para nosotros mismos, sino que también puede
beneficiar a los demás. ¿Qué pensaríamos si viviéramos en un pueblo que nos
estuviéramos muriendo de sed, porque no hay agua, porque las fuentes se han
secado, porque sucedió algo que envenenó las aguas de aquel pueblo – nos
podemos hacer las suposiciones que queramos – pero un hombre encuentra en el
patio de su casa una fuente de agua limpia y cristalina si acaso se guardara el
descubrimiento, si se guardara el agua solo para si y no lo comunicara a los
demás vecinos y ni compartiera el agua con todos? Por eso digo que lo bueno
tenemos que comunicarlo y compartirlo porque anima la esperanza de todos.
Con esta
premisa que estoy poniendo quizás nos podría extrañar ese mandato de Jesús a
aquel hombre que había curado de su lepra que no lo dijera a nadie. Ya sabemos
lo que nos suele suceder, entonces y ahora también; cuando hay hechos
extraordinarios somos muy dados a magnificarlos, nos encantan los milagros.
El actuar de
Jesús, con los signos que estaba realizando para dar las señales del Reino de
Dios que llegaba y que estaba anunciando, podía hacer, como para muchos
realmente sucedía, en que Jesús se convirtiera solo en un taumaturgo, capaz de
hacer grandes milagros y la gente desviara su atención de lo que realmente era
el signo que Jesús quería darnos. ¿Por
qué iban tras Jesús? ¿Solamente por el milagro? ¿Serían capaces ver las señales
del Reino de Dios que Jesús quería mostrar con aquel ir venciendo el mal?
No queremos,
ni debemos, juzgar a aquel leproso que desde el mal que estaba padeciendo acude
a Jesús con la confianza de que Jesús en verdad puede salvarlo, puede curarlo.
Se encontraba en un pozo hondo en la vida, por todo lo que de aislamiento y
discriminación significaba padecer aquella enfermedad.
No podían
estar con nadie, no podían vivir con la familia, tenían que irse a lugares
apartados y solitarios, tenían que evitar todo contacto con los que no tuvieran
la enfermedad. Lo que eran normas higiénicas muy saludables los convertían en
una maldición religiosa incluso, porque eran considerados unos impuros.
Ha oído
hablar de los signos que Jesús realiza con aquel anuncio nuevo que está haciendo
Jesús y a El acude saltándose incluso las más elementales normas que se les
imponían. ‘Si quieres, puedes limpiarme’, le pide a Jesús. Y Jesús
extiende su mano, lo toca y lo cura. Le pedirá Jesús que cumpla con lo
establecido para poder incorporarse de nuevo a la comunidad presentando su
ofrenda ante los sacerdotes, aunque le pide también, vamos a decirlo así, que
no haga propaganda. Hay que saber entender el signo que Jesús ha realizado.
El Reino de
Dios que Jesús está anunciando, está haciendo llegar a todos, va a significar
algo nuevo y distinto. Con el Reino de Dios nos sentiremos liberados de todo lo
que nos ata y nos esclaviza. ¿No anunciaba Jesús en la sinagoga de Nazaret con
el pasaje de Isaías que ungido del Espíritu había sido enviado para dar
libertad a los oprimidos? Aquí estaba una señal.
Cuando
ponemos a Dios en verdad como el centro de nuestra vida, desaparece toda
esclavitud y opresión, nos llenaremos de la libertad de los hijos de Dios. Pero
es porque buscamos liberarnos, no solo de una enfermedad, sino del mal que nos
ata y nos oprime por dentro. Es la señal de la liberación que se daba con la curación
de aquel leproso de su enfermedad con todas las secuelas que conllevaba.
Es el milagro
que Jesús quiere en verdad realizar en nuestra vida, es por lo que tenemos que
acudir a El. ¿Es en verdad lo que buscamos en Dios? ¿Seguiremos solamente quizá
pidiendo el milagro de la suerte, como decimos, que nos salga bien el examen o
nos saquemos la lotería, que no nos pase nada malo ni a nosotros ni a los
nuestros o que nos curemos de nuestros dolores?
Busquemos la
verdadera liberación que Dios quiere realizar en nuestra vida. Nuestra soberbia
o nuestra vanidad, nuestras ambiciones o nuestros deseos de grandeza, nuestros
orgullos o nuestros resquemores ¿no nos estarán haciendo a nosotros opresores
de los demás porque además esas mismas actitudes nos están también esclavizando
a nosotros mismos? Cuando nos veamos liberados de todas esas cosas demos gloria
a Dios manifestando sí las obras grandes que Dios realiza en nosotros.
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