Ser
humilde es exigirnos a nosotros mismos para estar siempre en camino de búsqueda
de metas grandes, para crecer desarrollando todo cuanto somos
Ezequiel 43, 1-7ª; Sal 84; Mateo 23,
1-12
Las
mediocridades suelen ser pendientes muy resbaladizas, y las pendientes nos
suelen precipitar al abismo. Yo soy bueno decimos, y vamos haciendo lo que
buenamente podemos y nuestra vida se convierte en ramplona, no salimos del pe
al pa, no avanzamos, siempre andamos en lo mismo, hace falta esfuerzo y deseos
de superación.
Claro que
cuando nos contentamos lo de siempre podemos convertir en principios inmutables
lo que pudieron haber sido buenas costumbres que valían en otro momento, y
aquello quedó obsoleto, fuera de lugar en el momento presente, no hubo búsqueda
sincera y profunda de algo mejor, y terminamos por imponer cosas que se quedan
en superficiales, pero que las queremos convertir en leyes y normas.
No eran malos
los fariseos, querían ser cumplidores y se toman muy radicalmente cosas que
pudieron valer en otro momento negándose a abrirse a algo nuevo y renovador.
Claro que con su influencia social su estilo que decían muy de cumplidores,
pero que a la larga era ramplón por lo repetitivo y por lo rutinario se quería
imponer a los demás. No había apertura en su corazón sino cumplimiento ciego y
radical llenando la vida de los que los rodeaban de agobios y angustias al
sentirse incapaces de vivir encorsetados en tantas normas y reglas y se
manifestaba todo eso en una falta de paz en el corazón.
Jesús viene abriéndonos
caminos, enseñándonos a aspirar a lo más alto, pero al mismo tiempo a darle
profundidad hasta en las cosas más pequeñas cuando le damos el sentido más
verdadero. No nos quiere encorsetados en normas que nos tratan de imponer, sino
que quiere la autenticidad del corazón. No quiere que nadie se sienta esclavo
de nadie, pero nos enseña también que nuestro camino no es el imponernos los
unos a los otros, sino el de caminar como hermanos que se dan la mano para
superar esos obstáculos y escollos de la vida. Quiere alejar de nosotros todo
lo que signifique vanidad y nos hace darnos cuenta que el orgullo es mal
compañero para el camino de la vida. Lejos de nosotros la búsqueda de títulos o
de pedestales, de reverencias o de reconocimientos que despierten nuestro ego que pronto se llene de orgullo. Es
en el espíritu de la humildad y de la sencillez, donde todos nos sentimos
igualmente débiles, pero cuando caminamos juntos nos sentimos más fuertes, el
sentido que le hemos de dar a nuestro camino.
‘Vosotros, en cambio, no os dejéis
llamar “rabí”, porque Uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois
hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque Uno solo es
vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar maestros, porque uno solo es
vuestro maestro, el Mesías’.
Por eso terminará diciéndonos algo que
muchas veces nos repetirá y que tanto nos cuesta comprender y aceptar. ‘El
primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido’.
Ser humilde no es llevar una vida
ramplona; ser humilde es ser sencillo y saber ponernos a la altura del otro; es
reconocer nuestra debilidad, pero reconocer también los valores que Dios ha
puesto en nuestro corazón que hemos de desarrollar. Ser humilde no es ocultar
los talentos, sino exigirnos a nosotros mismos para no quedarnos en la rutina,
para no quedarnos en una vida ramplona y repetitiva de lo de siempre, para
estar siempre en camino de búsqueda, para saber levantarnos para buscar metas
grandes, para crecer desarrollando todo cuanto tenemos en nosotros. Por eso nos
dirá que el que se humilla, será enaltecido, porque llegará a encontrar la
verdadera grandeza de su vida.
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