Disfrutemos
de la vida, del trabajo, démonos cuenta de todo lo que tiene de obra creadora y
de la belleza que puede en todo momento salir de aquello que realizamos
Ezequiel 34, 1-11; Sal 22; Mateo 20, 1-16
Me siento
muy satisfecho y muy honrado con que usted me haya permitido trabajar en su
obra. Es
quizás la reacción que con humildad y sinceridad alguien puede hacer porque,
por ejemplo, un artista muy importante lo haya llamado a colaborar en la obra artística
que estaba realizando. No va a aparecer su nombre quizá en ningún lado, porque
la obra llevará el nombre de su autor, pero sí ha sentido el gozo de poder
trabajar al lado y con las orientaciones de personaje tan importante. Esa
persona por todas esas cosas disfrutaba de su trabajo, y poco le importaba que
su remuneración quizás fuera mínima. Era fundamentalmente el gozo de lo que
hacía, en lo que participaba, de la obra que estaba realizando.
Esto puede
ser un caso extremo, pero si nos podría ayudar a preguntarnos si nosotros disfrutamos
con lo que hacemos. Demasiado vemos el trabajo como una carga consecuencia del
pecado, demasiado lo vemos como algo duro y agobiante, demasiado nos quedamos
embrutecidos con lo material y lo costoso y no sabemos disfrutar de aquello
donde estamos plasmando nuestro ser, porque el trabajo siempre es creador de
algo nuevo, es expresión de lo que llevamos en el alma. Y el artista disfruta
en su creación, aunque sea costoso, le exija esfuerzo y dedicación, pero allí
está plasmando su vida.
‘Nosotros
hemos pasado el calor y el bochorno del día’, se quejaban aquellos viñadores contratados,
porque les parecía sentirse minusvalorados porque a ellos se les pagara igual
que los que habían venido a la ultima hora. No habían disfrutado de su trabajo,
no habían sabido descubrir esa vena creadora que tiene todo aquello que
realizamos, donde plasmamos nuestro ser, nuestra vida, lo que somos y lo que
somos capaces de realizar. Nos mueven solo los intereses, y no descubrimos la
belleza de la vida y la belleza también de lo que es nuestro trabajo. No
disfrutamos de la vida. ¿No es lo que tendríamos que hacer como el artista que
disfruta de la creación de su obra?
Me surgen
estas reflexiones desde la parábola que nos ofrece el evangelio. Nos habla del
viñador que salió a la plaza a buscar jornaleros para su vida; a todos fue
invitando en las distintas horas del día; no importaba ya la hora, ni siquiera
la producción en sí misma como una riqueza de la que obtener beneficios.
Importaban las personas, importaba el trabajo que realizaran, fuera a la hora
que fuera, no importaba la tardanza a incorporarse al trabajo, sino la dicha de
poder tener un trabajo; era la felicidad para el trabajador, como era la
felicidad también para el que contrataba a aquellos jornaleros para su viña. Y
el viñador estaba satisfecho y pagaba con generosidad el trabajo realizado.
Importa
escuchar la voz del que nos llama a la tarea; importa la respuesta que damos
con entusiasmo en cualquiera que sea la hora en la que la escuchamos. Algunos
piensan que cuando ya son las horas de la tarde y se está terminando el día,
cuando ya estamos quizás en el atardecer de la vida y nos parece que se nos está
acabando la vida, para qué vamos a emprender algo nuevo, para qué vamos a
emprender una tarea, y nos olvidamos de la riqueza de esa obra que puede salir
de nuestras manos, de nuestro quehacer. En todo momento podemos sembrar una
semilla o acudir a una vendimia; en todo momento puede salir una obra hermosa
de nuestras manos.
Disfrutemos
de la vida, disfrutemos del trabajo, seamos capaces de darnos cuenta de todo lo
que tiene de obra creadora, y de la belleza que puede en todo momento salir de
aquello que realizamos. Aunque ya estemos en el ocaso de la vida. Es lo que yo
intento seguir haciendo a mis años, quiero seguir sembrando buenas semillas en
el campo de la vida.
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