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jueves, 18 de agosto de 2022

Nos cuesta en tantas ocasiones enfrentarnos a nuestra propia realidad para dejarnos iluminar por la luz nueva del evangelio y vestirnos el traje nuevo de la gracia

 


Nos cuesta en tantas ocasiones enfrentarnos a nuestra propia realidad para dejarnos iluminar por la luz nueva del evangelio y vestirnos el traje nuevo de la gracia

Ezequiel 36, 23-28; Sal 50; Mateo 22, 1-14

Cuando hacemos un regalo a alguien solemos estar muy atentos a la cara de quien lo recibe mientras abre el paquete; estamos pendientes de su reacción, y aunque no lo manifieste con palabras que seguramente estarán llenas de cortesía si nos daremos cuenta de su agrado o desagrado en el regalo que le hicimos; nos sentiríamos defraudados si no es de su agrado, pero mucho más si muestra algún signo de rechazo hacia nuestro regalo, no dándole importancia, relegándolo a un segundo lugar o manifestando que son otras las cosas que le agradaban.

No solo es la cortesía y delicadeza, sino que puede manifestarse algo mucho más hondo en una no posible aceptación de aquello que le ofrecemos. Mucho podríamos reflexionar aquí sobre la valoración que hacemos de aquello que se nos ofrece humanamente hablando simplemente de lo que son nuestras relaciones entre unos y otros. Nos faltan en ocasiones esos detalles o esa delicadeza en nuestras mutuas relaciones; muchas veces estamos también más pendientes de quién es el que nos ofrece algo, porque no a todos aceptamos de la misma manera, ni de la misma manera aceptamos o acogemos lo que se nos ofrece según de quien venga. También tenemos nuestras preferencias o hacemos nuestras distinciones, y hablamos ahora simplemente en plan humano.

De esto nos está hablando hoy Jesús en el evangelio, de la aceptación o no, o del rechazo que nosotros podamos estar haciendo del regalo de vida y de gracia que nos ofrece. Aquellos invitados al banquete de bodas parecían que tenían otras preferencias, no supieron ser corteses, sino que además hubo señales claras de rechazo cuando entre disculpas cada uno se fue a sus cosas y no quiso participar en el banquete de bodas que se les ofrecía.

Hay otro detalle que algunas veces nos ha costado interpretar, y es que habiendo sido invitados luego a la gente de los caminos, la sala del banquete se llenó de buenos y de malos. Y aquí está el detalle, según las costumbres, a todos aquellos que nada tenían y se veían ahora obsequiados con la participación en ese banquete se les había ofrecido un traje de fiesta; he aquí que hay uno que también rechaza. ¿Cómo es que has entrado aquí sin ponerte el traje de fiesta?

Jesús está hablándonos del Reino de los cielos, y Jesús en esta ocasión ha querido dirigirse de manera especial a los que son los dirigentes del pueblo, delante de él tiene a los sumos sacerdotes y a los ancianos (del Sanedrín, se entiende). No les interesa el Reino de Dios tal como se los está planteando Jesús; tienen otros intereses u otras preferencias y por eso ni siquiera se esfuerzan por escuchar y entender lo que Jesús les dice. Van a lo suyo, no les interesa ese banquete tal como Jesús se los está ofreciendo; prefieren sus vestidos viejos, de sus tradiciones, costumbres y rutinas antes que vestir ese traje del hombre nuevo que Jesús les ofrece.

Pero no nos quedemos en pensar en aquella gente o aquellos dirigentes del tiempo de Jesús. La Palabra del Evangelio es buena noticia que tenemos que recibir los hombres y mujeres de hoy, que tenemos que recibir nosotros.  ¡Cuánto nos cuesta salir de nuestros intereses y rutinas, de lo que siempre hemos hecho y cuando nos cuesta abrirnos a la novedad del evangelio hoy para nosotros y nuestra vida concreta! Nos cuesta vestirnos ese traje de fiesta, ese traje del hombre nuevo que Jesús nos ofrece.

Aquí con una sinceridad grande tenemos que ponernos a analizar nuestra vida, lo que escuchamos del evangelio, lo que intentamos pasar por alto o no detenernos a reflexionar con profundidad; hacemos también nuestras elecciones, nuestros distintos, buscamos aquello que nos tranquilice pero rehuimos lo que nos pueda inquietar o interrogar por dentro. Nos cuesta en tantas ocasiones enfrentarnos a nuestra propia realidad, nuestras costumbres o nuestras rutinas de eso que siempre hacemos, dejándonos iluminar por esa luz nueva del evangelio. Tampoco queremos vestirnos ese traje de gracia.

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