Sin
buscar puntos de méritos y recompensas los cristianos tenemos que responder
claramente sobre nuestra fe, no ofreciendo palabras, sino lo que son las obras
de nuestro amor
Ezequiel 37, 1-14; Sal 106; Mateo 22,
34-40
Una pregunta
para ponerlo para ponerlo a prueba; una pregunta, además, de lo más elemental;
parecería absurdo para un judío hacerla y más aun para un maestro de la ley.
Era lo básico que enseñaban, lo que todo judío desde la más tierna infancia se
sabía de memoria, pues había de repetirlo al salir de casa o al entrar a casa,
al levantarse o al ir a comer, al emprender un viaje, o como oración de la
noche. Así está prescrito, y todo judío había de repetir. Pero es la pregunta
que le hacen a Jesús.
Yo me
pregunto si acaso muchos también no nos estarán preguntando a los cristianos, a
ti y a mi, esa misma pregunta. También nos quieren poner a prueba, pero no nos
van a pedir palabras. Aunque aparentemente vemos mucho rechazo o mucha
indiferencia, en ocasiones cargando las tintas contra la Iglesia o contra los
cristianos, porque está de moda, porque es fácil querer echar en cara, porque
siempre se están viendo las cosas con inquina, y parece que siempre están con
deseos de revancha, aunque no sabemos por qué esa revancha, ese dedo que nos
apunta tantas veces y que algunas veces nos duele, es también esa pregunta que
nos hacen a nosotros los cristianos, que nos hacen a la Iglesia y hasta muchas
veces de parte de gente que es también miembro de esa misma Iglesia.
¿Cuál es el
mandamiento principal? Pero no se buscan respuesta de catecismo aprendidas de
memoria; nos están preguntando por nuestro estilo de vida, por nuestra
congruencia, por la sinceridad de nuestra fe, por el testimonio que damos.
Siguen preguntándonos por qué tienen que creer lo que nosotros decimos, por qué
tienen que creer a la Iglesia. Quizá aunque lo tengan delante claramente no
quieren ver, no quieren escuchar la respuesta, no quieren abrir los ojos.
Nosotros
respondemos es cierto, tal como nos dice hoy el evangelio, con el amor a Dios
sobre todas las cosas, con todo el corazón, con toda la vida, con todo nuestro
ser, pero también completamos la respuesta tal como lo hizo Jesús, ‘y al prójimo
como a nosotros mismos’.
Pero tenemos
que decirlo claramente, sin tapujos, con el testimonio de las obras de la
Iglesia, con el testimonio de tantos cristianos entregados, con la lista
interminable por ejemplo de ancianos acogidos en centros de la Iglesia o de
instituciones de la Iglesia; con las puertas abiertas de tantos y tantos
centros y obras de cáritas en nuestras parroquias para acoger a los necesitados
y a los pobres, que quizá muchas veces nos vienen rebotados de los centros de
las instituciones eclesiales porque dicen que no tienen recursos; con los
enfermos, la gente sin hogar, los ancianos que viven solos, los emigrantes
abandonados a su suerte, los discapacitados que muchas veces la sociedad hace
más discapacitados, los enfermos de sida que nadie quiere y que son acompañados
en sus sufrimientos y soledades por todo un ejército de voluntarios que dedican
su tiempo para estar a su lado ofreciendo el cariño y la atención que algunos
no reciben ni de sus familiares…
He querido
mencionar solo algunas cosas, aunque la lista se haría muy larga, de esa
respuesta que damos a esa pregunta que también nos hacen en nuestro mundo de
hoy, dicen, para ponernos a prueba. Aunque Jesús nos dice que lo que hace tu
mano derecha no lo sepa la izquierda, sin buscar puntos de méritos y
recompensas, creo que los cristianos tenemos que responder claramente, no ofreciendo
palabras, sino ofreciendo lo que son las obras de nuestro amor, que manifiestan
claramente la fe que llevamos por dentro, el amor que en verdad mueve nuestra
vida. Ahí está la prueba de nuestra fe.
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