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domingo, 5 de agosto de 2018

Aprendamos de una vez por todas a buscar el alimento que llena de plenitud nuestra vida haciendo más digna la vida de cuantos están a nuestro lado


Aprendamos de una vez por todas a buscar el alimento que llena de plenitud nuestra vida haciendo más digna la vida de cuantos están a nuestro lado

Éxodo 16, 2-4. 12-15; Sal. 77; Efesios 4, 17. 20-24; Juan 6, 24-35

En las necesidades básicas que necesitamos para sustentarnos está por supuesto el pan, el alimento. Por ello nos afanamos, trabajamos cada día para tener lo necesario para la subsistencia aunque junto a esa necesidad básica y esencial nos procuramos todo aquello otro que nos haga vivir dignamente cubierto nuestro cuerpo con el vestido o teniendo un lugar donde acogernos y hacer nuestra vida más elemental. En la búsqueda de ese alimento contemplamos incluso la angustia de aquellos que no lo tienen que son capaces de lanzarse por los caminos del mundo buscando el lugar donde conseguirlo.
Luchamos, nos esforzamos, buscamos como sea tener cubiertas esas necesidades y algunas veces en la manera en que nos planteamos la vida para muchos pareciera que fuera lo único que le diera una vida digna. En torno a ello procuramos tener una serie de bienes que nos garanticen de alguna manera eso básico y esencial y bien vemos que terminamos convirtiendo casi en una obsesión la posesión de unas pertenencias o de unos bienes materiales con los que pensamos que sí lograremos esa vida digna.
¿Sólo será el pan o el alimento, el vestido o la vivienda, o la posesión de esos bienes materiales los que en verdad van a alimentarnos para vivir en la mayor dignidad? Si nos ponemos a reflexionar o a pensar las cosas casi todos terminaremos reconociendo que hay otras cosas que alimentan nuestra vida, que hay otros valores que no se reducen a lo material que nos van a dar un mayor sentido a nuestra existencia, que muchas más cosas en nuestras mutuas relaciones y en nuestra convivencia que sí nos pueden llevar a una vida mejor.
Aunque algunas veces nos ceguemos creo que seremos capaces de buscar otra sabiduría de la vida que si nos alimente con un alimento que va más allá que lo que el cuerpo pueda recibir. Hay también unos valores espirituales que le darán verdadera profundidad y trascendencia a nuestra vida.
Creo que en todo esto  nos puede hacer pensar el evangelio que hoy escuchamos y que se prolongará en diversos aspectos en los sucesivos domingos. Cronológicamente es continuación del escuchado el pasado domingo que nos hablaba de la multiplicación de los panes y los peces allá en los lugares desérticos. Cuando quisieron hacer rey a Jesús, se escondió en la montaña, los discípulos regresaron, no sin dificultad, en una barca a Cafarnaún, los demás se dispersaron como pudieron y a la mañana siguiente ya hay un grupo que ha llegado también a Cafarnaún y se encuentran de nuevo con Jesús.
‘Maestro, ¿cuándo has venido aquí?’ le preguntan cuando se lo encuentran. Y ahí viene la palabra sabia de Jesús como respuesta que a la vez quiere ser interrogante interior. Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando vida eterna…’
Buscamos el pan, el sustento diario de la vida. Pero, ¿por qué buscan ahora a Jesús? ¿Solo por ese alimento que perece, que comiéndolo ahora luego volveremos a tener que comer? ¿Habrá otro alimento más perdurable? No es cualquier cosa lo que les está diciendo Jesús. Es que les está diciendo que El puede darles otro alimento que lleva a la vida eterna. ‘El alimento que perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre’. Son palabras mayores, tendríamos que decir.
Jesús les está invitando a que crean en El; y creer en Jesús es creer en su Palabra, creer en ese mensaje de vida que El está queriendo trasmitirles. No es solo ya el alimento material lo que necesitan, que mal que bien se lo pueden conseguir con sus trabajos; no se trataría de que se nos diera de comer sin nosotros habernos ganado el sustento con nuestro trabajo, aunque bien sabemos que habría muchos que así lo desearían quizás.
Recuerdan el camino por desierto cuando Moisés les dio el maná para tener el sustento de sus vidas mientras hacían aquel peregrinar. Pero Jesús les dice que  no fue Moisés el que les dio el pan del cielo, sino que es Dios el que nos da el verdadero pan del cielo. ‘El pan de Dios que baja del cielo y da la vida al mundo’.
Ellos seguirán obsesionados con ese pan que ahora insisten en pedirle a Jesús, como la samaritana que le pedía a Jesús que le diera de aquella agua que le quitaría la sed para tener que volver todos los días al pozo de Jacob para sacar agua. A la samaritana Jesús les dirá que El es esa agua viva y ahora en Cafarnaún dirá que El es ese Pan de vida que da la vida al mundo. ‘El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed’.
‘¿Qué tenemos que hacer?’, le habían preguntado a Jesús, como nos preguntaríamos nosotros también.  ‘Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado’. Creer en Jesús porque creyendo en Jesús alcanzaremos a vivir la vida verdadera. Creer en Jesús porque abre ante nosotros caminos de vida en plenitud. Creer en Jesús porque quien cree en El hará lo que El nos dice, hará las mismas obras de Jesús.
Ya nos decíamos antes que hay otro vivir que va más allá de nuestra vivencia física o corporal, y pensábamos en cuánta vida nos da nuestra relación y convivencia con los demás; cuando amamos vivimos de verdad porque lo que podemos sentir dentro de nosotros es algo mucho mas grande que el placer del gusto que nos pueda dar el mejor manjar.
Tenemos la experiencia de cómo nos sentimos cuando nos damos hasta ser capaces de sacrificarnos por los demás; tenemos la experiencia de convivir con aquellos seres a los que amamos y con los que compartimos no solo lo material que tengamos sino lo más hondo de nosotros mismos, lo que somos allá en lo más profundo de nuestro ser.
Imaginemos, pues, como nos sentiremos cuando hacemos lo que Jesús nos dice, cuando hacemos las mismas obras de Jesús, ‘el alimento que perdura dando vida eterna’ como nos decía Jesús. ¿Aprenderemos de una vez por todas a buscar ese alimento que llena de plenitud nuestra vida?

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