Aprendamos
de una vez por todas a buscar el alimento que llena de plenitud nuestra vida
haciendo más digna la vida de cuantos están a nuestro lado
Éxodo 16, 2-4. 12-15; Sal. 77; Efesios 4, 17. 20-24; Juan
6, 24-35
En las necesidades básicas que necesitamos para sustentarnos está por
supuesto el pan, el alimento. Por ello nos afanamos, trabajamos cada día para
tener lo necesario para la subsistencia aunque junto a esa necesidad básica y
esencial nos procuramos todo aquello otro que nos haga vivir dignamente cubierto
nuestro cuerpo con el vestido o teniendo un lugar donde acogernos y hacer
nuestra vida más elemental. En la búsqueda de ese alimento contemplamos incluso
la angustia de aquellos que no lo tienen que son capaces de lanzarse por los
caminos del mundo buscando el lugar donde conseguirlo.
Luchamos, nos esforzamos, buscamos como sea tener cubiertas esas
necesidades y algunas veces en la manera en que nos planteamos la vida para
muchos pareciera que fuera lo único que le diera una vida digna. En torno a ello
procuramos tener una serie de bienes que nos garanticen de alguna manera eso básico
y esencial y bien vemos que terminamos convirtiendo casi en una obsesión la posesión
de unas pertenencias o de unos bienes materiales con los que pensamos que sí
lograremos esa vida digna.
¿Sólo será el pan o el alimento, el vestido o la vivienda, o la posesión
de esos bienes materiales los que en verdad van a alimentarnos para vivir en la
mayor dignidad? Si nos ponemos a reflexionar o a pensar las cosas casi todos
terminaremos reconociendo que hay otras cosas que alimentan nuestra vida, que
hay otros valores que no se reducen a lo material que nos van a dar un mayor
sentido a nuestra existencia, que muchas más cosas en nuestras mutuas
relaciones y en nuestra convivencia que sí nos pueden llevar a una vida mejor.
Aunque algunas veces nos ceguemos creo que seremos capaces de buscar
otra sabiduría de la vida que si nos alimente con un alimento que va más allá
que lo que el cuerpo pueda recibir. Hay también unos valores espirituales que
le darán verdadera profundidad y trascendencia a nuestra vida.
Creo que en todo esto nos puede
hacer pensar el evangelio que hoy escuchamos y que se prolongará en diversos
aspectos en los sucesivos domingos. Cronológicamente es continuación del
escuchado el pasado domingo que nos hablaba de la multiplicación de los panes y
los peces allá en los lugares desérticos. Cuando quisieron hacer rey a Jesús,
se escondió en la montaña, los discípulos regresaron, no sin dificultad, en una
barca a Cafarnaún, los demás se dispersaron como pudieron y a la mañana
siguiente ya hay un grupo que ha llegado también a Cafarnaún y se encuentran de
nuevo con Jesús.
‘Maestro, ¿cuándo has venido aquí?’ le preguntan cuando se lo
encuentran. Y ahí viene la palabra sabia de Jesús como respuesta que a la vez
quiere ser interrogante interior. ‘Os
lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan
hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento
que perdura, dando vida eterna…’
Buscamos el pan, el
sustento diario de la vida. Pero, ¿por qué buscan ahora a Jesús? ¿Solo por ese
alimento que perece, que comiéndolo ahora luego volveremos a tener que comer?
¿Habrá otro alimento más perdurable? No es cualquier cosa lo que les está
diciendo Jesús. Es que les está diciendo que El puede darles otro alimento que
lleva a la vida eterna. ‘El alimento que perdura, dando vida eterna, el que
os dará el Hijo del Hombre’. Son palabras mayores, tendríamos que decir.
Jesús les está invitando a
que crean en El; y creer en Jesús es creer en su Palabra, creer en ese mensaje
de vida que El está queriendo trasmitirles. No es solo ya el alimento material
lo que necesitan, que mal que bien se lo pueden conseguir con sus trabajos; no
se trataría de que se nos diera de comer sin nosotros habernos ganado el
sustento con nuestro trabajo, aunque bien sabemos que habría muchos que así lo
desearían quizás.
Recuerdan el camino por
desierto cuando Moisés les dio el maná para tener el sustento de sus vidas
mientras hacían aquel peregrinar. Pero Jesús les dice que no fue Moisés el que les dio el pan del
cielo, sino que es Dios el que nos da el verdadero pan del cielo. ‘El pan de
Dios que baja del cielo y da la vida al mundo’.
Ellos seguirán obsesionados
con ese pan que ahora insisten en pedirle a Jesús, como la samaritana que le pedía
a Jesús que le diera de aquella agua que le quitaría la sed para tener que
volver todos los días al pozo de Jacob para sacar agua. A la samaritana Jesús
les dirá que El es esa agua viva y ahora en Cafarnaún dirá que El es ese Pan de
vida que da la vida al mundo. ‘El que viene a mí no pasará hambre, y el que
cree en mí no pasará nunca sed’.
‘¿Qué tenemos que
hacer?’, le habían
preguntado a Jesús, como nos preguntaríamos nosotros también. ‘Este es el trabajo que Dios quiere: que
creáis en el que él ha enviado’. Creer en Jesús porque creyendo en Jesús
alcanzaremos a vivir la vida verdadera. Creer en Jesús porque abre ante
nosotros caminos de vida en plenitud. Creer en Jesús porque quien cree en El
hará lo que El nos dice, hará las mismas obras de Jesús.
Ya nos decíamos antes que
hay otro vivir que va más allá de nuestra vivencia física o corporal, y pensábamos
en cuánta vida nos da nuestra relación y convivencia con los demás; cuando
amamos vivimos de verdad porque lo que podemos sentir dentro de nosotros es
algo mucho mas grande que el placer del gusto que nos pueda dar el mejor
manjar.
Tenemos la experiencia de
cómo nos sentimos cuando nos damos hasta ser capaces de sacrificarnos por los demás;
tenemos la experiencia de convivir con aquellos seres a los que amamos y con
los que compartimos no solo lo material que tengamos sino lo más hondo de
nosotros mismos, lo que somos allá en lo más profundo de nuestro ser.
Imaginemos, pues, como nos
sentiremos cuando hacemos lo que Jesús nos dice, cuando hacemos las mismas
obras de Jesús, ‘el alimento que perdura dando vida eterna’ como nos decía
Jesús. ¿Aprenderemos de una vez por todas a buscar ese alimento que llena de
plenitud nuestra vida?
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