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lunes, 6 de agosto de 2018

Hoy Jesús nos enseña a caminar, a realizar la ascensión del Tabor, porque tenemos la certeza de que con El vamos a ser también transfigurados.



Hoy Jesús nos enseña a caminar, a realizar la ascensión del Tabor, porque tenemos la certeza de que con El vamos a ser también transfigurados.

Daniel 7, 9-10. 13-14; Sal 96; Marcos 9, 2-10

Las cosas las vemos según la perspectiva desde la que las miremos. Si queremos observar un paisaje en toda su plenitud buscaremos el lugar apropiado y normalmente cuando subimos a lo alto de las montañas tenemos otra perspectiva del paisaje que contemplamos, aunque incluso vivamos en él. Podemos observar toda su amplitud con sus diversas tonalidades de color, con la profundidad de sus montañas o barrancos, o con detalles que a ras de tierra quizá no habíamos observado, situando además cada parte en su lugar y admirando además la armonía del conjunto.
Así en la vida, necesitamos descubrir nuevas perspectivas, tenemos que salir de nuestro círculo que muchas veces es demasiado concéntrico en nuestro yo, tenemos que tener la fuerza de ánimo de ascender más alto para descubrir nuevas cosas bellas de la vida que quizá antes no habíamos observado. Claro que levantar vuelo no es fácil; igual que el ave que al principio necesitará un punto desde donde impulsarse, nosotros necesitamos también dar ese impulso hacia arriba, aunque la ascensión sea costosa, necesite esfuerzo, nos traiga fatiga porque tenemos que superarnos de muchas cosas de nosotros mismos, muchos pesos muertos que son como lastre de los que tenemos que arrancarnos.
Hoy Jesús nos invita a ascender. La subida del Tabor no era una ascensión fácil por lo escarpado de sus laderas; pero allá invitó Jesús a tres de sus discípulos para realizar esa ascensión. Hay algo que se va a repetir mucho a lo largo del evangelio, la subida, la ascensión. Ahora es solo un signo que tiene una especial luz muy esplendorosa; en otros momentos la subida será dura porque llegará hasta el Calvario. Todo es subir, desde Galilea a Jerusalén, desde Jericó y el valle del Jordán de nuevo hasta la ciudad santa; finalmente será hasta el monte de la Ascensión.
Pero nos queremos fijar en esta especial subida del Tabor. Jesús subió al monte para orar, como hacia tantas veces que se retiraba a lugares apartados o solitarios. Pero algo va a suceder porque se transfiguró mientras estaba en la oración ante sus discípulos llenos de estupor que no se creían lo que estaban contemplando. Aparecieron también Moisés y Elías hablando con Jesús de la futura pasión que había de padecer. Aquello era la gloria y así lo estaban sintiendo Pedro y los otros dos discípulos.
Pedro aun tenía que seguir subiendo y aprendiendo. Aunque en principio siente la satisfacción propia por lo que está contemplando queriendo quedarse allí para siempre – ‘¡Qué bien se está aquí!’ – pronto se olvidará de si mismo porque las tiendas que pretende levantar no son ni para el ni para sus compañeros, sino para Jesús, Moisés y Elías. Es cuando se va a ver envuelto por la nube de la gloria de Dios para escuchar la voz del Padre que señala a quien tenemos que escuchar y seguir. ‘Este es mi hijo amado, en quien me complazco, escuchadle’.
Tenemos que hacer también nosotros esa Ascensión, esa subida interior de nuestra vida. Cuántas veces decimos, deseamos conocer a Dios, pero no hemos roto el círculo de nuestro yo, empezando porque queremos un Dios a nuestra medida, a nuestra manera. Tenemos que tener otra perspectiva, aprender a tener otra mirada. No hemos de tener miedo de ponernos a caminar con Jesús que aunque nos parezca a veces que va muy deprisa, El siempre va a nuestro paso, porque pacientemente está esperando que nosotros queramos caminar.
Claro que caminar con Jesús nos pone siempre en ascensión con su correspondiente esfuerzo. El reino de Dios no es para los timoratos ni los cobardes, para los que quieren caminar en el paso cansino de las rutinas de siempre, ni para los que se contentan con lo que ya tienen. No es para quedarnos en la llanura aunque esas llanuras tengamos que atravesar para ir iluminando y alentando a cuantos van sin rumbo por la vida.
Hoy Jesús nos enseña a caminar, a realizar la ascensión del Tabor, porque tenemos la certeza de que con El vamos a ser también transfigurados.

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