Que se despierte nuestra fe y vayamos dejando de lado nuestros miedos y nuestra dudas porque nos sentimos seguros con Jesús
Jeremías 30,1-2.12-15.18-22; Sal 101; Mateo 14,22-36
Dudas y miedos nos aparecen muchas veces en la vida; ante lo
desconocido, ante las sorpresas que nos va dando la vida, ante los peligros que
realmente nos acechan o que nosotros imaginamos en nuestra mente, por la
posible pérdida de lo que ya tenemos, por los problemas y debilidades que
sentimos en nosotros mismos o recibimos desde el exterior ya sean personas o
acontecimientos adversos, si tenemos que arriesgarnos ante algo nuevo. Y nos
encerramos en nosotros o huimos, o intentamos estoicamente quedarnos como
impasibles como si eso no nos afectara.
Son las dudas que tenemos sobre nosotros mismos o el sentido y valor
de nuestra vida, o son los interrogantes ante el misterio que no sabemos
dilucidar; son las dudas que aparecen sobre nuestra fe y si todo lo que hacemos
tiene sentido porque nos vemos muy tentados por un materialismo que quiere
desterrar todo sentimiento religioso, pragmatismos decimos, ateismos
camuflados, sincretismos que todo lo mezclan, agnosticismo que ahora tan de
moda está sin saber muchas veces ni lo que queremos decir.
Pero ¿de verdad hay una fe en mi vida? ¿Jesús sigue siendo el sentido
de mi vivir? ¿El evangelio tiene sentido para mi y trato de convertirlo en
pauta de mi vida? ¿Dónde están esos principios y valores cristianos? Porque nos
dejamos absorber por esos miedos y dudas, por esas influencias que recibimos de
todos lados y ya nuestro vivir se distingue poco de los que viven sin fe y sin
esperanza.
Quizá decimos que son duras las noches oscuras y las tormentas que nos
aparecen en la vida; nos cegamos de tal manera que no llegamos a percibir la
presencia del Señor junto a nosotros y lo confundimos con otras cosas. No es
más fácil hablar de la energía positiva de la tierra, que de la gracia del
Señor. Y así andamos en tantas confusiones. Comenzamos a crearnos fantasmas,
luces fatuas que a nada nos llevan. Nos hace falta una mayor claridad y firmeza
de nuestra fe. Primero nos vamos tras religiosidades novedosas que nos vienen
no sabemos de donde, que profundizar en nuestra verdadera espiritualidad
cristiana.
Hoy el evangelio nos habla de una difícil situación por la que van
pasando sus discípulos en la travesía del lago. Jesús los había embarcado en
aquella travesía pero se había quedado en la orilla del lago. Se sentían solos
y las dificultades arreciaban; aparecieron las dudas y los miedos; todo los confundía.
Hasta creyeron ver un fantasma en Jesús que finalmente venia hacia ellos. Y
hasta se atrevieron a pedir pruebas a la palabra que escuchaban de Jesús.
Cuantas pruebas vamos pidiendo tantas veces para no terminarnos de confiar en
lo que Jesús nos dice.
Jesús está con ellos y les recrimina su falta de fe y sus miedos. Al
final terminaron reconociéndolo y pudieron seguir avanzando hasta la otra
orilla. Es lo que necesitamos. Reconocer a Jesús, que se despierte nuestra fe,
que vayamos dejando de lado nuestros miedos y nuestra dudas, que busquemos
donde en verdad vamos a encontrar la luz, que profundicemos en una verdadera
espiritualidad cristiana. No tengamos miedo a la travesía de la vida ni a que
tengamos que arriesgarnos. El nos prometió que estaría siempre con nosotros y
para eso nos dio la fuerza y la presencia de su Espíritu.
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