Busquemos el aceite que nos haga mantener encendida esa lámpara de nuestra fe y de nuestra esperanza que producirá la más honda alegría en la fiesta de la vida
Oseas 2, 16b. 17b. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13
¿Qué nos pasa si en medio de una fiesta que hemos preparado con mucho
espero y estábamos hace tiempo deseando se nos va de repente la luz? Parece que
todo se nos ha chafado, que la fiesta se nos va de las manos, que pronto
aparecerá el descontento general de los asistentes por falta de previsiones, y
estaremos buscando como locos una rápida solución. Todo el gozo en un pozo,
como solemos decir.
Nos podemos estar refiriendo a las fiestas de nuestros pueblos que año
tras año estamos ansiosos esperando, pero nos puede suceder en una fiesta
familiar donde nos hemos reunido parientes, amigos y vecinos porque aquel era
un especial cumpleaños o por algún determinado acontecimiento que queremos
resaltar y celebrar.
Pero ¿y en la fiesta de la vida? alguno podría decir que la vida tiene
poco de fiesta porque pesimistas muchas veces nos fijamos más en los problemas
o las cosas luctuosas que nos puedan ir sucediendo y al final nos puede ir
faltando esa alegría de fiesta que tendríamos que poner siempre en nuestro corazón.
Tendríamos que darle otro sentido de alegría a nuestro vivir.
Empezando por saber reconocer las cosas buenas y positivas que podemos ir
viviendo en cada momento, pero es que además tendríamos que saber sentir en
cada ocasión el gozo del vivir, que es el gozo del encuentro y de la
convivencia, que es el gozo de la ilusión que ponemos en nuestros proyectos
llenos de esperanza.
No podemos ir por la vida con caras fúnebres que expresan en cierto
modo lo sombrío que llevamos nuestros corazones, no podemos dejarnos atenazar
por las sombras del pesimismo, hemos de saber poner ilusión en el vivir de cada
día desde el momento que nos levantamos por la mañana poniendo ganas y empeño
en ir viviendo con alegría cada momento de nuestra vida. Los problemas y
contratiempos son retos que nos aparecen en la vida pero que podremos superar
si sabemos poner ilusión y esperanza en lo que vamos creando con nuestra vida. La
vida vivida con positividad nos hace más felices a nosotros y a los que nos
rodean.
Si comenzamos los primeros peldaños del día con pesimismo y llenos de
sombras, a oscuras vamos a permanecer todo el día, pero lo malo que es
llevaremos esa oscuridad a los que están a nuestro lado. Y hay personas que son
especialistas en eso. No podemos permitir que se nos apague la luz de nuestra alegría,
la ilusión por vivir, la esperanza de lo nuevo que queremos construir. Con
sombras sobre nosotros no seremos capaces de ver bien los cimientos ni los
entresijos de lo que vamos construyendo.
Pero lo triste es que muchas veces nos falta esa luz, se nos apaga esa
luz, no la supimos alimentar adecuadamente. Dejamos grietas en el alma sin
cerrar por donde se nos derramó el combustible que necesitamos para mantener
encendida esa luz. No supimos o no quisimos curar esas heridas del alma porque
en nuestro orgullo quizá nos creíamos muy autosuficientes. Nuestro orgullo o
nuestro amor propio no nos permitió darnos cuenta de que nuestra barca podía
estar haciendo aguas, porque nos guardábamos dentro de nosotros aquellas cosas
que un día recibimos de alguien y nos podían hacer daño, y no fuimos capaces de
restañar esas heridas con la humildad y el perdón, poniendo ternura en nuestro corazón
que fuera bálsamo que nos curara, nos hiciera mantenernos en una órbita de
comprensión y de amor.
Mucho podríamos seguir reflexionando por ahí, pero puede bastarnos
esto para ponernos en alerta, para estar mas vigilantes, para buscar de verdad
ese combustible de la gracia de Dios que alimentara nuestra vida y nos hiciera
mantener encendida esa lámpara de la alegría frente a los embates que pudiéramos
recibir por todos lados. En una reflexión serena muchas mas cosas podríamos
descubrir.
Hoy el evangelio nos habla de la parábola de las doncellas que con lámparas
encendidas tenían que salir al encuentro del esposo para entrar en la fiesta
del banquete de bodas. No todas pudieron entrar, porque sus lámparas se
apagaron, les faltó el aceite para mantenerlas encendidas. Lo hemos
reflexionado muchas veces. Busquemos el aceite que nos haga mantener encendida
esa lámpara de nuestra fe y de nuestra esperanza que producirá la más honda alegría
en la fiesta de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario