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jueves, 9 de agosto de 2018

Busquemos el aceite que nos haga mantener encendida esa lámpara de nuestra fe y de nuestra esperanza que producirá la más honda alegría en la fiesta de la vida



Busquemos el aceite que nos haga mantener encendida esa lámpara de nuestra fe y de nuestra esperanza que producirá la más honda alegría en la fiesta de la vida

 Oseas 2, 16b. 17b. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13

¿Qué nos pasa si en medio de una fiesta que hemos preparado con mucho espero y estábamos hace tiempo deseando se nos va de repente la luz? Parece que todo se nos ha chafado, que la fiesta se nos va de las manos, que pronto aparecerá el descontento general de los asistentes por falta de previsiones, y estaremos buscando como locos una rápida solución. Todo el gozo en un pozo, como solemos decir.
Nos podemos estar refiriendo a las fiestas de nuestros pueblos que año tras año estamos ansiosos esperando, pero nos puede suceder en una fiesta familiar donde nos hemos reunido parientes, amigos y vecinos porque aquel era un especial cumpleaños o por algún determinado acontecimiento que queremos resaltar y celebrar.
Pero ¿y en la fiesta de la vida? alguno podría decir que la vida tiene poco de fiesta porque pesimistas muchas veces nos fijamos más en los problemas o las cosas luctuosas que nos puedan ir sucediendo y al final nos puede ir faltando esa alegría de fiesta que tendríamos que poner siempre en nuestro corazón.
Tendríamos que darle otro sentido de alegría a nuestro vivir. Empezando por saber reconocer las cosas buenas y positivas que podemos ir viviendo en cada momento, pero es que además tendríamos que saber sentir en cada ocasión el gozo del vivir, que es el gozo del encuentro y de la convivencia, que es el gozo de la ilusión que ponemos en nuestros proyectos llenos de esperanza.
No podemos ir por la vida con caras fúnebres que expresan en cierto modo lo sombrío que llevamos nuestros corazones, no podemos dejarnos atenazar por las sombras del pesimismo, hemos de saber poner ilusión en el vivir de cada día desde el momento que nos levantamos por la mañana poniendo ganas y empeño en ir viviendo con alegría cada momento de nuestra vida. Los problemas y contratiempos son retos que nos aparecen en la vida pero que podremos superar si sabemos poner ilusión y esperanza en lo que vamos creando con nuestra vida. La vida vivida con positividad nos hace más felices a nosotros y a los que nos rodean.
Si comenzamos los primeros peldaños del día con pesimismo y llenos de sombras, a oscuras vamos a permanecer todo el día, pero lo malo que es llevaremos esa oscuridad a los que están a nuestro lado. Y hay personas que son especialistas en eso. No podemos permitir que se nos apague la luz de nuestra alegría, la ilusión por vivir, la esperanza de lo nuevo que queremos construir. Con sombras sobre nosotros no seremos capaces de ver bien los cimientos ni los entresijos de lo que vamos construyendo.
Pero lo triste es que muchas veces nos falta esa luz, se nos apaga esa luz, no la supimos alimentar adecuadamente. Dejamos grietas en el alma sin cerrar por donde se nos derramó el combustible que necesitamos para mantener encendida esa luz. No supimos o no quisimos curar esas heridas del alma porque en nuestro orgullo quizá nos creíamos muy autosuficientes. Nuestro orgullo o nuestro amor propio no nos permitió darnos cuenta de que nuestra barca podía estar haciendo aguas, porque nos guardábamos dentro de nosotros aquellas cosas que un día recibimos de alguien y nos podían hacer daño, y no fuimos capaces de restañar esas heridas con la humildad y el perdón, poniendo ternura en nuestro corazón que fuera bálsamo que nos curara, nos hiciera mantenernos en una órbita de comprensión y de amor.
Mucho podríamos seguir reflexionando por ahí, pero puede bastarnos esto para ponernos en alerta, para estar mas vigilantes, para buscar de verdad ese combustible de la gracia de Dios que alimentara nuestra vida y nos hiciera mantener encendida esa lámpara de la alegría frente a los embates que pudiéramos recibir por todos lados. En una reflexión serena muchas mas cosas podríamos descubrir.
Hoy el evangelio nos habla de la parábola de las doncellas que con lámparas encendidas tenían que salir al encuentro del esposo para entrar en la fiesta del banquete de bodas. No todas pudieron entrar, porque sus lámparas se apagaron, les faltó el aceite para mantenerlas encendidas. Lo hemos reflexionado muchas veces. Busquemos el aceite que nos haga mantener encendida esa lámpara de nuestra fe y de nuestra esperanza que producirá la más honda alegría en la fiesta de la vida.

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