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viernes, 10 de agosto de 2018

Calladamente queremos entregarnos, ser grano de trigo, pero será el Espíritu del Señor quien dará fecundidad a cuanto queremos hacer



Calladamente queremos entregarnos, ser grano de trigo, pero será el Espíritu del Señor quien dará fecundidad a cuanto queremos hacer

2Corintios 9,6-10; Sal 111; Juan 12,24-26

Sería un grave error, por ejemplo, para quien quiere construir un gran edificio el pensarlo siquiera. Total, como eso va a quedar bajo tierra oculto, da igual como esté, da igual cómo se realice. Unos cimientos es cierto van a quedar, por decirlo así, enterrados bajo tierra y nadie los va a ver, pero la solidez del edificio se fundamenta en la buena realización de esa cimentación.
Igual en la vida, habrá cosas que quedaran ocultas y quizás nadie nunca las sabrá si tu no lo compartes, pero muchas de esas cosas, mucho de ese tiempo que has dedicado a la cimentación de tu vida, de tu carácter, de unos buenos habito, de la concesión de unos principios van a ser fundamentales para la madurez de tu existencia y para cómo has de saber reaccionar cuando vengan los embates de la vida. No podemos dejar que la planta crezca torcida, sino que hemos de ponerle unas guías para que crezcan debidamente, hemos de ir realizando unas podas para evitar que su fuerza se vaya por esas ramas que no van a dar fruto quitando todo aquello que no solo no nos es necesario sino que incluso pudiera sernos perjudicial.
El grano de trigo que se tritura es el que nos dará blanca harina para hacer nuestro alimento; el grano de trigo que se entierra es el que va a germinar en una nueva planta que nos multiplicará los frutos. El amor callado que nos hace entregarnos sin aspavientos es el que va a ser caldo de cultivo de un mundo mejor; el amor que se inmola hasta el punto que nos olvidemos de nosotros mismos para darnos por los demás es el que se va a convertir en verdadera vida de plenitud para nosotros y ayudará a que lo sea también para los demás. Es el cimiento de nuestra vida.
De eso nos está hablando Jesús hoy en el evangelio. Del grano de trigo que se entierra y muere cuando germina una nueva vida. Es el sentido de su vida. Es la plenitud de su ser. Es la fuente viva de vida para nosotros. Es el camino que nos abre a nueva vida. Es el inicio del Reino nuevo de Dios que es Reino de amor. Es la cumbre de nuestra salvación.
Hoy celebramos a san Lorenzo, el hombre que encontró el verdadero tesoro. Cuando en la persecución le piden que como diácono (administrador y servidor) de la Iglesia de Roma le trajera los tesoros de la Iglesia al emperador él reunió a todos los pobre de Roma y fue lo que presentó ante el tribunal. Allí estaban sus tesoros, aquellos por los que se desvivía y a los que servía buscando lo mejor para ellos dándoles de comer con las limosnas que le daban los fieles de Roma. No temió por su vida. El simplemente amaba, servía, se daba y se entregaba, ponía todo el amor de su corazón en aquello que hacia. Y su sacrificio llegó hasta el extremo. Todos sabemos lo que fueron los tormentos de su muerte sobre aquella parrilla, asado en carne viva.
Fue el grano de trigo, como lo había sido Jesús, como tenemos que aprenderlo a ser nosotros. Es la pauta y la guía de nuestra vida; es en lo que fundamentamos todo nuestro ser, toda nuestra existencia. Tenemos que aprender a poner esos verdaderos cimientos de nuestra vida, aunque sea duro pero siempre con el gozo de darnos; aunque hayan muchos que no lo quieran ver ni valorar, pero sabemos de verdad cual es el sentido de nuestra vida; amando quizá en silencio sin que nadie lo note, pero amando desde lo más profundo del corazón a pesar de nuestras debilidades y también de nuestro pecado muchas veces. Pero queremos amar mucho, aunque nadie lo note, pero así serán perdonados nuestros muchos pecados, así podemos ser en verdad semilla de nueva vida y de nuevo mundo.
Calladamente queremos entregarnos, será el Espíritu del Señor que está con nosotros quien dará fecundidad a cuanto queremos hacer.

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