Subamos a la montaña con lo que signifique de esfuerzo, de superación, de
desprendimiento para contemplar el rostro misericordioso de Dios y ser signos
de misericordia
Génesis 15, 5-12. 17-18; Sal 26;
Filipenses 3, 17-4, 1; Lucas 9, 28b-36
‘Jesús se llevó a Pedro, a
Juan y a Santiago a lo alto de una montaña, para orar…’ Así escuchamos hoy al principio del Evangelio.
Los había invitado un día a seguirle y ellos lo habían dejado todo. Van
haciendo camino con Jesús. No es solo que recorran los pueblos y las aldeas de
Galilea o se acerquen a otros lugares, atravesando el lago, yendo más allá de
lo que era la tierra de los judíos o marchasen a Jerusalén como pronto les
vamos a ver hacer. El camino era algo más eso. Y en ese camino que van haciendo
ahora les invita a subir a la montaña alta que allí se yergue en medio de las
llanuras y valles de Galilea.
Subir a la montaña es una etapa
más del camino de seguir a Jesús. Bíblicamente es una imagen que se repite. Al
monte Moria sube Abrahán a sacrificar a su hijo porque Dios se lo pide. En la
montaña primero en medio de una zarza ardiendo en el Horeb y más tarde en el
Sinaí Dios se le manifiesta a Moisés confiándole una misión de liberar a su
pueblo y estableciendo las cláusulas de la Alianza en un segundo momento. Elías
igual que Abrahán en la montaña buscará ver el rostro de Dios y sentirá lleno
de su fuerza para continuar su misión profética.
Ahora suben con Jesús a la
montaña, porque Jesús va allí a orar. Aceptan la invitación con sus
dificultades y sus exigencias, aunque aun no saben cuánto en lo alto de la
montaña va a suceder. Pero como toda subida a una montaña exige esfuerzo y
superación, constancia para llegar a lo alto a pesar de la dificultad y
desprendimiento para dejar a un lado lo que sea una rémora que estorbe en la
ascensión.
Es todo muy significativo para
el camino de cada día de nuestra vida donde tantas veces parece que nos vemos
superados por el cansancio o tenemos el peligro de que nos pueda la comodidad.
Solo cuando nos esforzamos y luchamos teniendo claras cuales son nuestras metas
seremos capaces de vencer las dificultades y lograr aquello que anhelamos y
ponemos como objetivos de nuestra vida. Si nos sentimos derrotados a la primera
dificultad nunca conseguiremos algo que merezca la pena y nuestra vida se
convierte en insulsa y sin valor.
Van con Jesús a subir a la
montaña porque va allí Jesús a orar, como tantas veces se retiraba a lugares
apartados para vivir la intimidad del encuentro con el Padre. Ellos también van
invitados a lo mismo y ya fuera por el cansancio del esfuerzo o por las
modorras que se nos meten en la vida, se caían de sueño nos dice el
evangelista. Qué curioso cómo nos entra sueño cuando nos ponemos a rezar, pero
quizá no estamos viviendo la intensidad del encuentro de amor que tendría que
ser siempre nuestra oración. Algunos rezan para dormirse cuando en la noche no
les entra sueño.
Pero ya hemos escuchado el
relato del evangelio y en lo alto de la montaña suceden cosas extraordinarias
porque Jesús se transfiguró en su presencia. Se manifestaba la gloria del Señor
en los resplandores del rostro de Jesús y en la blancura tan especial de sus
vestiduras. Allá aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús de la muerte
cercana que iba a sufrir en su subida a Jerusalén – aparece de nuevo la subida
que culminará en lo alto del Calvario -.
‘¡Qué bien se está aquí!’ Esto es un éxtasis contemplando la gloria de
Dios. Será el que se adelanta con sus proyectos de levantar tres tiendas para
quedarse en ese éxtasis para siempre. Pero se ven envueltos en una nube, signo
de la presencia misteriosa de Dios, y la voz del Padre va a señalarnos quien es
Jesús y lo que tenemos que hacer. ‘Una voz desde la nube decía: –Este es mi
Hijo, el escogido, escuchadle’.
Luego ya estará Jesús solo y
aunque no terminaban de comprender bajaron en silencio de la montaña. El camino
había de continuar pero ellos habían vislumbrado la gloria del Señor que verían
más claramente en Jesús para reconocerle como el Señor después de la
resurrección. Habían oído hablar una vez más de muerte, de la muerte que había
de pasar Jesús, pero habían escuchado la voz del cielo que les aclaraba
suficientemente quien era Jesús. Era un anticipo de la Pascua que habían de
vivir.
Como nosotros, en este camino de
la vida, en este camino de Cuaresma que vamos haciendo estamos pregustando las
mieles de la Pascua. Sabemos que tenemos que seguir haciendo el camino,
subiendo a la montaña, superándonos cada día más para ser más fieles, desprendiéndonos
de todos esos apegos que nos tientan y nos impiden hacer el verdadero camino; y
sabemos que tenemos que subir al monte de la oración, del encuentro vivo con el
Señor, porque allí le encontraremos con todo su amor, allí encontraremos esa
fuerza y esa gracia para seguir haciendo el camino, allí nos llenaremos de la
gracia de la presencia del Señor y podremos entonces vivir la Pascua que nos
transforma, que nos llena de luz y de vida, que nos hace gustar el ser y vivir
como hijos de Dios.
Vamos pues a buscar ese rostro
de Dios misericordioso. Lo tenemos en Jesús. Lo encontramos en Jesús, que ya
nos dice que quien le ve a El, ve al Padre. Así además nos lo ha señalado el
Padre. Es mi Hijo, es mi amor, es mi amado y es en quien os amo, es la prueba
infinita del amor porque nadie ama más que quien da la vida por el amado, es la
manifestación de mi amor. Escuchadle, contempladle, abrid vuestros ojos y
vuestros oídos, abrid vuestro corazón, abrid vuestra vida a su presencia a su
amor; El lleva la misericordia de Dios para con los hombres, por se va a
entregar, porque lleva el perdón, porque lleva la paz, porque se manifiesta así
la ternura de Dios, el corazón compasivo de Dios.
Pero nos confía una misión como
siempre tras toda manifestación de Dios, la de ser en medio del mundo signos de
la misericordia de Dios con nuestra vida de amor.
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