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jueves, 25 de febrero de 2016

Examinemos si acaso vamos por la vida con la opulencia de lo que tenemos y no somos verdaderamente solidarios con los sufren necesidad a nuestro lado

Examinemos si acaso vamos por la vida con la opulencia de lo que tenemos y no somos verdaderamente solidarios con los sufren necesidad a nuestro lado

Jeremías 17,5-10; Sal 1;  Lucas 16,19-31

Día a día vamos queriendo hacer este camino de Cuaresma que es un camino de renovación de nuestra vida para llegar a celebrar con espíritu renovado y nuevo la Pascua. Cada día nos vamos dejando iluminar por la Palabra de Dios que nos va abriendo caminos, que nos ayuda a revisar con profundidad nuestra vida, que nos llena de la sabiduría de Dios para que aspiremos de verdad a esa santidad que ha de resplandecer en nuestra vida. Un camino que no hacemos solos sino en medio de la comunidad, sintiendo el aliento de tantos hermanos que a nuestro lado caminan, luchan, se esfuerzan por superarse cada día. Un camino que alimentamos con nuestra oración y con esas ofrendas de amor que son nuestros sacrificios que nos purifican y que nos entrenan para esa lucha contra el mal.
Ya desde los primeros momentos se nos hablaba de los ayunos, pero no tanto del ayuno físico o material en el que prescindamos en un momento determinado de unos alimentos – que también hemos de hacerlo – sino dejándonos iluminar profundamente por la palabra del Señor descubríamos esos ayunos del corazón, o esos ayunos de esas actitudes cómodas, insolidarias, violentas u orgullosas que tantas veces se nos meten en el corazón. Esos ayunos que se han de reflejar en esas obras de misericordia, como con tanta insistencia nos está pidiendo la Iglesia en este año de la misericordia.
Ya desde el principio escuchábamos al profeta que nos decía de parte de Dios:  ‘el ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas…partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne…’ Ahí tenemos claro el camino que hoy vemos contrastado con la parábola que Jesús nos propone en el evangelio. ‘Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas’. 
Ya conocemos el desarrollo de la parábola. No pudo escuchar aquel rico a la hora del juicio ante de Dios aquello de lo que Jesús nos hablará en el alegoría del juicio final. ‘Venid, vosotros, benditos de mi padre a heredar el reino… porque tuve hambre y me disteis de comer… estaba desnudo y me vestisteis…’ Luego vendrán las preguntas, las lamentaciones y las súplicas. ‘Que vaya Lázaro a avisar a mis hermanos para que no caigan en este lugar de tormento’, suplica el rico epulón como lo llamamos. ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas ni aunque resucite un muerto van a creer’.
Como decíamos la Palabra que escuchamos es examen y revisión para nuestra vida. La Palabra nos ilumina para que veamos cual es ese verdadero ayuno que hemos de hacer. No es necesario decir muchas cosas. ¿Cuál es nuestra actitud ante el hermano que pasa necesidad a nuestro lado? ¿Cuáles son las acciones concretas que estoy haciendo en este camino de cuaresma para vivir con toda intensidad esas obras de misericordia? Cuidemos no seamos como ‘paja que arrebata el viento... o como matorral en la estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita’ por la sequedad de nuestro corazón.
¿Qué nos estará pidiendo hoy en este sentido la Palabra del Señor? La respuesta hemos de darla cada uno en la sinceridad del corazón.

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