Examinemos si acaso vamos por la vida con la opulencia de lo que tenemos y no somos verdaderamente solidarios con los sufren necesidad a nuestro lado
Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31
Día a día vamos queriendo hacer este camino de Cuaresma que es un
camino de renovación de nuestra vida para llegar a celebrar con espíritu
renovado y nuevo la Pascua. Cada día nos vamos dejando iluminar por la Palabra
de Dios que nos va abriendo caminos, que nos ayuda a revisar con profundidad
nuestra vida, que nos llena de la sabiduría de Dios para que aspiremos de
verdad a esa santidad que ha de resplandecer en nuestra vida. Un camino que no
hacemos solos sino en medio de la comunidad, sintiendo el aliento de tantos
hermanos que a nuestro lado caminan, luchan, se esfuerzan por superarse cada
día. Un camino que alimentamos con nuestra oración y con esas ofrendas de amor
que son nuestros sacrificios que nos purifican y que nos entrenan para esa
lucha contra el mal.
Ya desde los primeros momentos se nos hablaba de los ayunos, pero no
tanto del ayuno físico o material en el que prescindamos en un momento
determinado de unos alimentos – que también hemos de hacerlo – sino dejándonos
iluminar profundamente por la palabra del Señor descubríamos esos ayunos del
corazón, o esos ayunos de esas actitudes cómodas, insolidarias, violentas u
orgullosas que tantas veces se nos meten en el corazón. Esos ayunos que se han
de reflejar en esas obras de misericordia, como con tanta insistencia nos está
pidiendo la Iglesia en este año de la misericordia.
Ya desde el principio escuchábamos al profeta que nos decía de parte
de Dios: ‘el ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones
injustas…partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo,
vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne…’ Ahí tenemos claro el camino que hoy vemos
contrastado con la parábola que Jesús nos propone en el evangelio. ‘Había
un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía
espléndidos banquetes. A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado
Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los
perros iban a lamer sus llagas’.
Ya conocemos el desarrollo de la
parábola. No pudo escuchar aquel rico a la hora del juicio ante de Dios aquello
de lo que Jesús nos hablará en el alegoría del juicio final. ‘Venid,
vosotros, benditos de mi padre a heredar el reino… porque tuve hambre y me
disteis de comer… estaba desnudo y me vestisteis…’ Luego vendrán las
preguntas, las lamentaciones y las súplicas. ‘Que vaya Lázaro a avisar a mis
hermanos para que no caigan en este lugar de tormento’, suplica el rico
epulón como lo llamamos. ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas ni aunque
resucite un muerto van a creer’.
Como decíamos la Palabra que escuchamos
es examen y revisión para nuestra vida. La Palabra nos ilumina para que veamos
cual es ese verdadero ayuno que hemos de hacer. No es necesario decir muchas
cosas. ¿Cuál es nuestra actitud ante el hermano que pasa necesidad a nuestro
lado? ¿Cuáles son las acciones concretas que estoy haciendo en este camino de
cuaresma para vivir con toda intensidad esas obras de misericordia? Cuidemos no
seamos como ‘paja que arrebata el viento... o como matorral en la
estepa que no ve llegar la felicidad; habita en la aridez del desierto, en una
tierra salobre e inhóspita’ por la
sequedad de nuestro corazón.
¿Qué nos estará pidiendo hoy en este
sentido la Palabra del Señor? La respuesta hemos de darla cada uno en la
sinceridad del corazón.
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