No rehuyamos la mirada de Jesús ni nos hagamos oídos sordos a la llamada de amor que ahora sigue haciéndonos
Génesis
37,3-4.12-13a.17b-28; Sal 104; Mateo 21,33-43
Un
peligro fácil que tenemos es el ponernos como espectadores de las cosas que
suceden. Miramos desde lejos como si esas cosas no nos afectaran; si algún
mensaje o lección pudiera sacarse de dicho acontecimiento o de aquellas cosas
que se hablan o que escuchamos, eso no nos afecta a nosotros y pensamos con
toda facilidad que eso le vendría bien a tal o cual persona, pero casi nunca
pensamos que eso nos puede afectar, nos debe hacer pensar o ahí hay un mensaje
para nuestra vida también.
Y
esa actitud de espectadores la podemos tener también ante la Palabra de Dios
que escuchamos, ante la que nos quedamos quizá en la belleza del escena con su
ternura o los sentimientos que puede provocar, lo importante quizá de aquel
acontecimiento pero que miramos como de otro tiempo y que ahora a nosotros por
lo menos no nos afecta, o simplemente admiramos la belleza literaria del
relato, ya sean las propias palabras de Jesús o sus discursos o parábolas. Y
como decíamos antes, si hay un mensaje eso es para los otros y hasta pensamos
en personas concretas a las que se les aplicaría muy bien.
Sin
embargo en lo que hoy escuchamos aquellos que se enfrentaban a Jesús supieron
entender muy bien la parábola que Jesús propone comprendiendo que aquello iba
en concreto por ellos. Así reaccionaron. Pero cuidado con lo mismo que venimos
diciendo, pensar que la parábola solo estaba dicha por la reacción que el
pueblo judío, el pueblo Dios, estaba teniendo con Jesús.
Es
cierto, sí, que Jesús estaba plasmando en aquella parábola un resumen de lo que
había sido la historia de la salvación, la historia del pueblo de Israel, pero ¿no tendríamos que decir también que es
un resumen de nuestra historia?
Yo
quiero pensar, por otra parte, en la ternura que se estaba derramando del
corazón de Cristo cuando les estaba proponiendo aquella parábola; era yo diría
como un derramarse una vez mas todo el amor del Señor por aquel pueblo al que
seguía llamando y seguía ofreciéndole la posibilidad de la respuesta a la
salvación que Jesús les ofrecía. Podemos sentir ese dolor lleno de amor, o ese
amor inundado al mismo tiempo de dolor en el corazón de Cristo por aquel pueblo
al que amaba.
Pero,
repito, ¿no tendríamos que sentir que es lo mismo que Jesús ahora nos está
ofreciendo a nosotros? ¿No está ahí esa mirada honda, profunda, tremendamente
entrañable que Jesús nos está dirigiendo a lo más profundo de nosotros
invitándonos a dar una respuesta de amor?
No bajemos la cabeza ni la volvamos para otra parte sino dejemos que los
ojos de Jesús penetren profundamente en nosotros, porque nos está haciendo
desde la ternura de su corazón una llamada de amor.
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