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sábado, 20 de febrero de 2016

Que nos sintamos orgullosos de ser buenos hijos del Padre del cielo porque amamos a todos, incluso a los enemigos, con un amor como el suyo

Que nos sintamos orgullosos de ser buenos hijos del Padre del cielo porque amamos a todos, incluso a los enemigos, con un amor como el suyo

Deuteronomio 26,16-19; Sal 118; Mateo 5,43-48

Qué orgullosa se siente una madre, y lo mismo podemos decir de un padre, al que le dicen que si hijo se parece a él; y no solo por los parecidos físicos, que si la nariz, que si el corte de cara o cosas por el estilo en que siempre estamos sacando los parecidos, sino por la forma de actuar, por la forma de pensar, por la forma de hacer las cosas o de enfrentarse a la vida. Y lo mismo podemos decir del hijo al que le dicen ‘eres igualito que tu padre’ porque reflejamos en nuestro actuar lo que de los padres hemos aprendido.
Pues eso es lo que nos está diciendo hoy Jesús en el evangelio. Nuestro ideal y nuestra meta la tenemos en Dios. Como nos dice textualmente hoy ‘así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo…’, o como a continuación terminará diciéndonos ‘por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’.
¿Y qué nos ha dicho que hemos de hacer para expresarnos y manifestarnos verdaderamente como hijos de nuestro Padre del cielo? ¿En qué ha de consistir esa perfección en la que hemos de imitar a Dios? En una palabra lo resumimos, en el amor.
Pero no es un amor cualquiera, no es un amor a medias, no puede ser un amor raquítico, no nos podemos quedar en amar a los que nos aman. Tenemos la tendencia a la ley del mínimo esfuerzo; somos tan rutinarios que nos contentamos con poco; hacemos muchas veces las cosas a medias porque lo poquito que nos sale como espontáneo ya nos parece suficiente; porque eso de esforzarnos para vencer nuestro amor propio y nuestro orgullo pareciera que no está muchas veces en nuestros planes; porque nos dejamos caer por esa pendiente cómoda de que ya es suficiente lo que hacemos comparando con lo que recibimos. Así nos ponemos tantas disculpas.
Hoy Jesús nos traza las metas del amor, nos señala los limites que nunca podemos poner. Nos habla del amor a los enemigos, a los que nos hayan podido hacer mal. ¿En qué nos vamos a diferenciar en nuestro amor? Seremos hijos de nuestro Padre del cielo si intentamos amar con un amor semejante al que El nos tiene. ‘Siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros’ nos recordará más tarde san Pablo en sus cartas. Y, como nos dice hoy Jesús, ‘si amamos solo a los que nos aman, ¿qué merito tenemos?’ Eso lo hace cualquiera.
Porque sabemos que es difícil porque pesan demasiado en nuestro corazón los orgullos y nuestro amor propio Jesús nos dice que recemos por aquellos que no nos aman, por aquellos que incluso nos han hecho mal. ‘Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen’. Estoy seguro que si llegamos a ser capaces de hacer esto que nos dice Jesús, comenzaremos a amar también nuestros enemigos. Esa oración nos va a ayudar a ir realizando ese cambio profundo en nuestra actitud, en nuestra manera de ver al otro, en esa comunión nueva que se va creando, precisamente desde esa oración. ¿No pedía Jesús en la cruz por aquellos que le estaban crucificando al pedirle al Padre que los perdonara, incluso disculpándonos?
No lo olvidemos, seamos hijos de nuestro Padre del cielo por esa nueva forma de amar que plantamos en nuestro corazón; imitemos esa perfección del Padre del cielo en el amor, porque no olvidemos aquello que nos dirá san Juan ‘Dios es amor’.

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