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viernes, 19 de febrero de 2016

No podemos decir en verdad Padre a Dios, si no somos capaces de decir hermano al que está a nuestro lado

No podemos decir en verdad Padre a Dios, si no somos capaces de decir hermano al que está a nuestro lado

Ezequiel 18,21-28; Sal 129; Mateo 5,20-26

No podemos decir en verdad Padre a Dios, si no somos capaces de decir hermano al prójimo que está a nuestro lado. Es algo muy serio, muy grande, muy comprometido poder llamar Padre a Dios. Es un regalo que Dios nos hace, amarnos como un Padre, llamarnos hijos, que en verdad lo somos, pero por nuestra parte ha de tener una correspondencia, que es llamarle Padre pero con todo sentido. Y lo podremos hacer cuando llamemos de verdad hermanos a todos los que están a nuestro lado. Cosa que no podemos hacer de cualquier manera.
Creo que este pensamiento nos tendría que dar para reflexionar muchas cosas, para que comprendamos de verdad el sentido que hemos de darle a nuestra vida. Nuestra vida ha de ser siempre una relación de amor. Nos sentimos amados y amamos; nos sentimos amados de Dios y no solo le amamos a El sino que amamos a todos los que El ama, porque son también sus hijos; le amamos a El y necesariamente tenemos que sentirnos hermanos y amarlos a todos con un amor como el que Dios nos tiene.
Es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el Evangelio.  ‘Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. No podemos ir a decirle a Dios que le amamos y le hacemos nuestras ofrendas si está resentido nuestro amor a los hermanos. Por eso nos pide la reconciliación, el encuentro con los hermanos. Además nunca la ofrenda de amor que le hacemos a Dios se la hacemos en solitario, sino que su sentido pleno lo tiene cuando lo hacemos en una verdadera comunión con los hermanos.
No olvidemos que cuando nos ha enseñado a orar nos ha enseñado a llamar Padre a Dios, pero no es solo un ‘Padre mío’, sino que es siempre un ‘Padre nuestro’. Así comienza la oración que nos enseñó y que tantas veces rezamos, pero que tendríamos que detenernos al comenzar a rezarla a ver si en verdad podemos hacerlo, porque nos sentimos verdaderamente hermanos con los demás. Y ya sabemos que ser verdaderamente hermano entraña solidaridad, reconciliación, comunión, cercanía, comprensión, perdón… fijémonos que cuando le vamos a pedir que nos perdone, le estamos diciendo que nosotros ya hemos perdonado a los que nos hayan podido ofender. Tenemos que pensarnos muy bien lo que decimos en nuestra oración.
El sentido del amor que nos enseña Jesús tiene sus características propias. No es un amor cualquiera. No es solo no hacer daño al otro. El amor ha de tener siempre algo de positivo. El que ama busca el bien del amado; el que ama no solo no daña, sino que busca lo bueno; el que ama llena sus entrañas de compasión y misericordia; el que ama se hace solidario de verdad compartiendo con el que no tiene; el que ama busca la justicia y la paz, la armonía y la fraternidad; el que ama va creando siempre comunión con los hermanos. Fijémonos bien en lo que nos ha dicho hoy en el evangelio.

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