No podemos decir en verdad Padre a Dios, si no somos capaces de decir hermano al que está a nuestro lado
Ezequiel 18,21-28; Sal 129;
Mateo 5,20-26
No podemos decir en verdad Padre a Dios, si no somos capaces de decir
hermano al prójimo que está a nuestro lado. Es algo muy serio, muy grande, muy
comprometido poder llamar Padre a Dios. Es un regalo que Dios nos hace, amarnos
como un Padre, llamarnos hijos, que en verdad lo somos, pero por nuestra parte
ha de tener una correspondencia, que es llamarle Padre pero con todo sentido. Y
lo podremos hacer cuando llamemos de verdad hermanos a todos los que están a
nuestro lado. Cosa que no podemos hacer de cualquier manera.
Creo que este pensamiento nos tendría que dar para reflexionar muchas
cosas, para que comprendamos de verdad el sentido que hemos de darle a nuestra
vida. Nuestra vida ha de ser siempre una relación de amor. Nos sentimos amados
y amamos; nos sentimos amados de Dios y no solo le amamos a El sino que amamos
a todos los que El ama, porque son también sus hijos; le amamos a El y
necesariamente tenemos que sentirnos hermanos y amarlos a todos con un amor
como el que Dios nos tiene.
Es lo que nos viene a decir hoy Jesús en el Evangelio. ‘Si cuando vas a poner tu
ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas
contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte
con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. No podemos ir a decirle a Dios que le
amamos y le hacemos nuestras ofrendas si está resentido nuestro amor a los
hermanos. Por eso nos pide la reconciliación, el encuentro con los hermanos.
Además nunca la ofrenda de amor que le hacemos a Dios se la hacemos en
solitario, sino que su sentido pleno lo tiene cuando lo hacemos en una verdadera
comunión con los hermanos.
No olvidemos que cuando nos ha
enseñado a orar nos ha enseñado a llamar Padre a Dios, pero no es solo un ‘Padre
mío’, sino que es siempre un ‘Padre nuestro’. Así comienza la
oración que nos enseñó y que tantas veces rezamos, pero que tendríamos que
detenernos al comenzar a rezarla a ver si en verdad podemos hacerlo, porque nos
sentimos verdaderamente hermanos con los demás. Y ya sabemos que ser
verdaderamente hermano entraña solidaridad, reconciliación, comunión, cercanía, comprensión,
perdón… fijémonos que cuando le vamos a pedir que nos perdone, le estamos
diciendo que nosotros ya hemos perdonado a los que nos hayan podido ofender.
Tenemos que pensarnos muy bien lo que decimos en nuestra oración.
El sentido del amor que nos enseña
Jesús tiene sus características propias. No es un amor cualquiera. No es solo
no hacer daño al otro. El amor ha de tener siempre algo de positivo. El que ama
busca el bien del amado; el que ama no solo no daña, sino que busca lo bueno;
el que ama llena sus entrañas de compasión y misericordia; el que ama se hace
solidario de verdad compartiendo con el que no tiene; el que ama busca la
justicia y la paz, la armonía y la fraternidad; el que ama va creando siempre
comunión con los hermanos. Fijémonos bien en lo que nos ha dicho hoy en el
evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario