Un momento para detenernos, mirar nuestra vida con sinceridad y valentía en las desviaciones que sufrimos y levantar nuestra mirada a la Palabra de Dios que es la luz que nos guía
Deuteronomio 26, 4–10; Sal 90; Romanos
10, 8-13; Lucas 4, 1-13
Hay preguntas que de una forma o de otra siempre están presentes en la
vida de todo ser humano. Preguntas que nos hacemos con mucha intensidad quizá
en la juventud cuando nos estábamos abriendo a la vida, pero que nos seguiremos
haciendo en nuestra madurez y que nos son necesarias para que no erremos
nuestros caminos, para que encontremos un verdadero sentido a nuestra
existencia, para revisar y renovar continuamente nuestros propósitos si acaso
estamos en peligro de olvidarlos.
Qué somos, a dónde vamos, qué buscamos, que sentido y valor tiene lo
que hacemos y vivimos, cuál es la meta de la vida, qué hacemos y qué frutos
podemos presentar en nuestras manos a lo largo o al final de nuestra
existencia.
La vida no es un vacío, tampoco nos quedamos en la materialidad de lo
que hacemos con nuestras manos, no nos quedamos en el momento presente como si
fuera el objetivo alcanzado, aunque somos conscientes del valor de cada paso
que damos, buscamos una trascendencia que no es solo dejar un buen recuerdo de
nuestro paso, sino que ansiamos una
plenitud que va más allá, como tampoco nos quedamos en el aplauso pasajero que
nos puedan dar porque sería solo vanidad.
Aunque con la madurez que vamos adquiriendo en la vida vamos
encontrando respuestas a todo eso que nos preguntamos y de alguna manera
podemos ir teniendo claro poco a poco ese sentido de nuestro vivir, sin embargo
muchas veces podemos caer en errores, quedarnos en lo pasajero sin buscar
trascendencia de verdad a lo que hacemos, o simplemente buscar la satisfacción
pronta de nuestros elementales deseos perdiendo la verdadera intensidad de
nuestra vida.
Son las tentaciones, llamémoslas así, que nos van apareciendo que nos
pueden hacer tan materialistas que solo buscamos la ganancia del momento
presente, tan sensuales que evitemos todo esfuerzo de superación y solo
pensemos en disfrutar de la manera que sea del momento presente, o tan
vanidosos que nos busquemos constantemente el aplauso de los que nos rodean llenándonos
de vanidad y terminando por subirnos a los pedestales de nuestro orgullo o de
nuestra arrogancia.
Nuestra madurez humana y cristiana no nos tendría que dejar caer por
esas pendientes abismales, pero muchas veces nos cegamos o hay un mal que nos
rodea y nos asfixia arrastrándonos por caminos que no hubiéramos deseado
caminar. Son los errores y los tropiezos que vamos teniendo en nuestra vida
tantas veces a los que tenemos que enfrentarnos con sinceridad y con valentía
para superar esos malos momentos, para darle ese verdadero sentido trascendente
a nuestra vida, para buscar una espiritualidad que nos haga fuertes frente a
las tentaciones, para caminar ese camino que como creyentes en Jesús hemos
escogido cuando hemos hecho opción por Cristo y su Evangelio del Reino de Dios.
Hemos emprendido hace pocos días el camino de la Cuaresma que nos
conduce y nos prepara para celebrar la Pascua. Es un camino que nos ayuda a esa
renovación que necesitamos en nuestra vida, un camino donde nos repetimos esas
preguntas de siempre pero tratando de encontrar en el evangelio esa respuesta y
esa fuerza que necesitamos para vivir con integridad nuestra vida cristiana. Y
es la Palabra de Dios que la liturgia día a día nos va ofreciendo, y son todos
los signos de la Cuaresma los que nos harán encontrar esa luz y esa gracia que
necesitamos.
La cuaresma sigue su ritmo con toda sabiduría. Nos irá ayudando a
adentrarnos allá en lo más hondo de nosotros mismos para ver la realidad de
nuestra vida, pero al mismo tiempo nos hará levantar la mirada hacia lo alto
para contemplar y para escuchar a Jesús, verdadera vida de nuestra vida. Y en
un primer paso en este primer domingo de la cuaresma nos presenta la liturgia
el episodio de las tentaciones a las que también Jesús se vio sometido allá en
el desierto antes de comenzar su vida pública.
Tentaciones expresadas en esa invitación a convertir las piedras en
pan para saciar el hambre después de los cuarenta días de ayuno, pero expresadas también en ese aplauso que
recibía el que caía del pináculo del templo sin que nada le pasara porque los
ángeles de Dios no dejarían que su pie tropezara con ninguna piedra, y
expresada también en ese poder y dominio sobre toda la creación pero desde la
adoración del maligno que lo tentaba. Materialismo, milagro fácil, manipulación
de los sentimientos religiosos para conseguir sus propios fines, idolatría
cuando dejamos que cosas o sentimientos ocupen el lugar de Dios en nuestra
vida, son formas también de expresar lo que podían significar aquellas
tentaciones.
Pero en ellas podemos ver reflejada nuestra vida con sus preguntas y
sus equivocadas respuestas, con la pérdida de un sentido o la forma como nos
dejamos arrastrar muchas veces por las circunstancias, con nuestras vanidades
buscadas interesadamente o con nuestros orgullos que nos levantan en pedestales
haciéndonos creer que somos poco menos que dioses.
Lo importante es que ahora nos detengamos a reflexionar buceando en la
Palabra de Dios esa respuesta y ese verdadero sentido de nuestra vida. Es a lo
que nos está invitando el camino que la iglesia nos ofrece en esta cuaresma que
estamos iniciando. Que en verdad la Palabra de Dios sea nuestro alimento, la
luz que nos guíe y nuestra fortaleza.
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