Solo por el camino del amor por encima de todo encontraremos a Dios y nos llenaremos de Dios
Levítico 19,1-2.11-18; Sal 18;
Mateo 25,31-46
Es por el camino del amor por encima de todo por donde encontraremos a
Dios y nos llenaremos de Dios. Es el amor de Dios que se nos revela y es en la
vivencia del amor donde podremos alcanzar el misterio de Dios.
Igual que decimos que no hay vida en plenitud si no somos capaces de
amar, porque para eso estamos hechos, no podremos alcanzar la plenitud de la
vida que es Dios si no es por ese camino del amor. Solo cuando somos capaces de
darnos a nosotros mismos, porque trascendemos hacia los otros, porque
trascendemos hacia Dios podremos llegar a conocer y vivir a Dios.
Cuando vivimos encerrados en nosotros siendo incapaces de amar, de
darnos, de salir de nosotros, es a nosotros mismos a quien ponemos sobre el
pedestal como centro en torno al que gravite todo, nos endiosamos. Es la
tentación ya del jardín del Edén por donde el maligno tentó al hombre, ‘seréis
como dioses’, y el hombre huyó de Dios, no podía vivir con Dios.
Pero cuando encontremos ese amor verdadero que nos llevará a
encontrarnos con Dios es cuando más grandes seremos, cuando podremos de verdad
alcanzar toda nuestra dignidad y toda nuestra plenitud, cuando podremos
aprehender a Dios, conocer y poseer a Dios.
¿Qué nos ha dicho hoy Jesús en el Evangelio? ‘Venid vosotros,
benditos de mi Padre, a poseer el Reino, heredad el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo’. ¿Por qué podemos heredar el Reino, poseer el Reino o
lo que es lo mismo poseer a Dios, vivir en la plenitud de Dios? Porque amamos.
Es lo que nos explica Jesús con toda la alegoría del juicio final.
Es lo mismo que nos decía la
primera lectura del libro del Levítico. ‘Seréis santos, porque yo, el
Señor, vuestro Dios, soy santo’. Ser santos como Dios es vivir la misma
vida de Dios, es ese conocer a Dios poseyendo a Dios, llegando a la plenitud de
Dios, a la Sabiduría de Dios. Pero ¿qué es lo que hay que hacer? Nunca hacer
daño a los demás, nunca hacer el mal. El texto del Antiguo Testamento usa
expresiones negativas, prohibiciones, pero que a la larga son el mandato de
amar, porque quien ama de verdad nunca hará daño a los demás.
Amamos y tenemos nuestro corazón siempre abierto a los demás; amamos y
compartimos y obramos con justicia con nuestro prójimo; amamos y queremos hacer
felices a los demás alejándoles de todo sufrimiento; amamos y nos hacemos uno
con el prójimo para sentir como nuestras sus necesidades y sus dolencias;
amamos y llevamos el pan y el vestido, y el acompañamiento y el caminar juntos,
y el consuelo y la esperanza.
Y en ese amor estamos llenándonos de Dios, estamos aprendiendo también
a amar con un amor como el de Dios. Conocer a Dios no es solo un pensamiento de
nuestra mente sino una vivencia que llevamos en el corazón. Conocer a Dios no
es solo descubrirle en la inmensidad del universo, sino sentirle caminando a
nuestro lado en ese hermano con el que compartimos nuestra vida. Conocer y amar
a Dios no es solo dirigirle con nuestras palabras un cántico de alabanza a su
inmensidad y a su poder, sino cantar la gloria del Señor cuando hacemos que el
hermano que sufre a nuestro lado está recibiendo nuestro consuelo y nuestro
amor.
Hagamos que en verdad podamos heredar el Reino de Dios, podamos
conocer a Dios, podamos poseer en plenitud a Dios y llenarnos de Dios, podamos
sentirnos en verdad inundados del amor de Dios.
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