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sábado, 13 de febrero de 2016

Aprendamos de la misericordia de Jesús a acercarnos con amor a los corazones rotos para renovarlos y llenarlos de vida

Aprendamos de la misericordia de Jesús a acercarnos con amor a los corazones rotos para renovarlos y llenarlos de vida

Isaías 58,9-14; Sal 85; Lucas 5,27-32

Misericordia es el encuentro del amor con un corazón roto para restaurarlo y renovarlo. Qué hermoso cuando uno se siente amado en esos momentos en que te encuentras roto en medio de tus miserias y te parece que nadie piensa en ti ni nadie quiere saber de ti. Sentir el calor de ese amor que te aprecia y te valora, te anima y te levanta, hace que puedas volver a creer en ti, porque estás saboreando ese amor que te llena de vida. Se siente uno renovado, rejuvenecido, lleno de nueva vida, con ganas de luchar de nuevo para levantarse y rehacer su vida.
Necesitamos experimentar ese amor en nosotros, gozarnos por sentirnos queridos, saber que siguen creyendo en ti, y todo eso te hará salir de tus soledades y de tus negruras. Seguro que quien haya tenido esa experiencia de misericordia en su vida, sabrá tener también un corazón generoso en el amor para expresar siempre esa misericordia incondicional con los demás. Así en verdad haríamos un mundo nuevo y renovado desde lo más hondo. No olvidemos esas experiencias de misericordia que hayamos tenido en nuestra vida.
Y eso los que creemos en Jesús lo habremos experimentado muchas veces. Hemos de ser conscientes de cómo se derrama en Cristo esa misericordia de Dios sobre nosotros. Cristo es el rostro de la misericordia de Dios. Cristo nos está manifestando continuamente cómo Dios nos ama por encima de esas discriminatorias miradas humanas. Sí, porque a los hombres nos cuesta expresarnos con misericordia con los demás. Nos endurecemos dentro de nosotros mismos y nuestras miradas se vuelven discriminatorias porque solo queremos amar a los que nos aman o solo a aquellos que nosotros consideramos dignos de nuestro amor. Cuántas marcas vamos poniendo en los que nos rodean, cuantas distinciones y cuantas diferencias vamos haciendo porque nos creemos justos y buenos.
Y no es así el amor que Dios nos tiene. En Dios no hay discriminación sino siempre amor incondicional que se acerca a nuestro corazón aunque esté lleno de miserias para ofrecernos su perdón y llenarnos de vida. Tenemos que revivir y reavivar esa experiencia de la misericordia de Dios en nosotros para obrar nosotros siempre con la misma misericordia con los demás. Cuánto tenemos que aprender para actuar así y de qué manera tiene que manifestarse eso en nuestra Iglesia que siempre ha de ser misericordiosa, pero no siempre lo manifiesta con todos.
Es la experiencia que contemplamos hoy en el evangelio. Jesús quiere contar con todos y a todos busca y llama. Así va llamando a sus discípulos y escogiendo a aquellos que van a formar parte del grupo de los doce. Hoy le vemos llamar a Leví el publicano. No va a ser bien visto por los puritanos de siempre, los escribas y fariseos, que les veremos criticando a Jesús porque participa en una comida en casa de Leví con otros recaudadores de impuestos amigos de Leví. Pero como les dice Jesús el médico es para los enfermos o sienten la enfermedad en su vida y quieren curarse, por eso va en busca de los pecadores para contar con ellos también. Es el estilo de su Reino. Es la misericordia divina que viene a sanar los corazones rotos y llenarlos de vida.
Damos gracias a Dios porque en su misericordia sigue contando con nosotros. Aprendamos también de la misericordia del Señor a mirar con mirada nueva a los hermanos que caminan a nuestro lado. Que siempre haya misericordia en nuestro corazón para con el hermano caído; que con nuestra mirada de amor vayamos también restaurando los corazones rotos de los que están a nuestro lado. Que nunca dejemos meter en nosotros la discriminación ni la mala mirada hacia los demás.

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